lunes 25, noviembre, 2024

Una plática reservada desde 1981 con Alejandro Camacho

 

 

Raúl Adalid Sainz

No hay plazo que no se cumpla. Desde el año 1981, deseé llegar a conocer a Alejandro Camacho, más bien a alternar con él en alguna obra de teatro. La razón es que recién llegado de mi Torreón, lo vi actuar en una obra que para mí es sagrada, un ícono en mis preferencias: aquel montaje del «Rey Lear», dirigido por Salvador Garcini, en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario de la UNAM.

 

Alejandro Camacho hizo una recreación maravillosa de aquel inolvidable «Bufón», del Rey Lear. Yo que iba a ver los ensayos finales, invitado por el lagunero director y actor, Rogelio Luévano, empecé a admirar su trabajo. Era un chiquillo de 19 años que llegaba a México a estudiar la carrera de teatro. Esos actores de esa puesta en escena son una referencia muy grande en mis gustos teatrales.

Esto que escribo se lo relaté a Alejandro dentro de la filmación de la película «Día de las Madres», que dirige Javier Colinas. Tuve el gusto de departir con Alejandro en este filme hace una semana. Les platicaré cómo fue porque fue hermoso. Una secuencia multitudinaria en un restaurant de lujo donde reclamo a Francisco (Alejandro Camacho) que me estafó. Se arma la trifulca y todo termina en una bronca generalizada. Es una comedia la película. Empezaron los ensayos. Y antes de comenzar la toma, Alejandro se me acercó y me acomodó el cuello de la camisa. Le dije: » Alejandro es un gusto poder alternar contigo, siempre admiré tu trabajo inolvidable del «Bufón » en el Rey Lear». 

Le mencioné que iba a los ensayos muy chiquillo invitado por Rogelio Luévano. Me dio un abrazo agradecido y de contento, me obsequio una mirada de compañero actor, y me dijo: «El Viejo Luévano, ¿y que tal el trabajo del viejo López Tarso?».

Así comenzó el encuentro. Trabajando como actores A la hora de la comida me invitó a sentarme con Alejandro y con él, el querido compa amigo actor, Nacho Guadalupe. Hablábamos de cine. Le platicábamos a Alejandro de una película hermosa que hicimos Nacho y yo llamada «La Mitad del Mundo».

Ignacio se fue a descansar. Y continuamos hablando Alejandro y yo de cine argentino. Del gran nivel de éste. De sus grandes actores. Que le encantaba Buenos Aires. Hablamos de la película «Bajo la Metralla», dirigida por Felipe Cazals. Cinta donde Alejandro hizo un gran trabajo. Me hablaba que su primera película la había hecho con Ripstein, «La Seducción». 

Todo esto se detallaba pues mi gusto por el cine mexicano hacia que lo mencionado lo conocía. Me decía que para él los mejores directores de cine mexicano eran: Cazals y Ripstein. «Me fue muy bien con ellos, nunca me gritaron». No olvidar la fama de mal carácter de los dos genios cinematográficos. «Lástima que muy poco público ve sus películas», concluía Alex de ellos. 

Le mencionaba que me encantaba cómo había podido combinar el trabajo comercial con el hacer buenas cosas en cine y en teatro. Me platicaba que lo ayudó mucho la oportunidad recibida por Ernesto Alonso de hacer telenovelas. “Así me pude dar el gusto de producir teatro. Cómo cuando produje «Drácula», en el Teatro de los Insurgentes, con Nacho López Tarso». Me confesó: «ser actor es como ser torero en Nueva York», esto lo decía Orson Welles». 

Y me decía que él un día se dio cuenta que los actores que admiraba vivían bien (López Tarso, Ofelia Guilmain, Katy Jurado), «a mí también me gusta vivir bien, vestir bien, comer bien, comprar mis libros, viajar, una buena casa…en fin». La plática deliciosa con un cigarro. Me decía Alex, que ya extrañaba hacer teatro. «Tengo dos años sin hacer, desde a «Puerta Cerrada», de Sartre». 

Se acordó Alejandro de aquel montaje de «Las Criadas», dirigido por Garcini. Me comentaba que las nuevas generaciones ya no pueden hacer ese tipo de teatro. No entienden esos conceptos. «Inteligencia, preparación, talento, perseverancia y suerte, elementos claves para ser actor», decía convencido.

Nos hablaron para reportarnos al set. La plática cesó para darle paso a la actuación. Cada toma al terminar, Alejandro me señalaba el pulgar en símbolo de aliento y apoyo.

En otro descanso le enseñé a Alejandro una foto que me regaló mi amiga Tina French, donde están los actores principales de «Lear», agradeciendo los aplausos de una de las representaciones. La veía Alex con nostalgia y me dijo: «Mira, Nacho, Balzaretti, Tomassi, yo, «El Zura» (Humberto Zurita), Blanca Guerra, Gabriela Araujo y Tina». Sus ojos en el brillo nostálgico lo decían todo.

Fue tanto lo que platicamos que no puedo dejar de lado mencionar a su admirado actor Carlos Ancira. «Por él me hice actor», recordaba extasiado el momento en que lo vio por primera vez en «El Diario de un Loco», como una inspiración. Yo vi en Alejandro el deseo enorme de hacer teatro. Me decía que tenía muchas ganas de volver a trabajar con Salvador Garcini. Para mí el elemento natural de Alejandro Camacho es el teatro. Su voz, su energía, su facha, son condiciones ideales para el ámbito escénico. Nos despedimos esa tarde- noche. Un abrazo que significaba un muy próximo encuentro. Eso se presiente entre actores.

Yo me fui muy contento a casa, y hoy en retiro obligado de reposo, escribo está historia dentro de mi restablecimiento de salud. Ojalá les haya gustado. Son las grandes charlas que me gusta vivir con mis compas de juego, esos los queridos actores, los que viven con las alforjas del corazón, llenas de sueños.

 

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

 

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