(Texto perteneciente a mí libro «Historias de Actores (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico)”
Raúl Adalid Sainz
Las luces se apagan, la pantalla se ilumina, Columba aparece, responde y corresponde a una época de un México floreciente, vivo, tremendamente vivo. Grandes escritores como Magdaleno, grandes directores como el “Indio”, grandes músicos como Antonio Díaz Conde, y grandes fotógrafos y pintores como Figueroa, Diego Rivera y Covarrubias. El México del nacionalismo, dedicado a fincar los valores patrios. A rescatar la raíz.
Ahí Columba y su belleza tan mexicana, encaja de maravilla. “El cine llama a su gente”, reza la máxima cinematográfica, así Columba llega como una paloma a posarse en belleza y talento sobre el nido de pajar de oro del cine.
Su estirpe de recia Sonorense, afronta las oportunidades brindadas. Siendo ella muy joven hace frente a los retos de “Pepita Jiménez”, de “Río Escondido”, “La Perla”, hasta llegar a su Ariel en “Maclovia”, con esa “Sara” enamorada de “José María”. Donde su mirada, su candor al hablar revelaban todo un mundo de amor contenido.
En “Maclovia”, Columba deja que la cámara capture y revele su pensamiento. Su sacrificio ante el tigre bajo sargento de López Moctezuma, es conmovedor, lleno de matices, de redención abnegada-enamorada.
Columba entregó a “Sara” una ambigüedad poética maravillosa, su dolor, su amor, su rencor, sus vericuetos emocionales expresados en el silencio activo de su mirada. Su belleza enmarcada por el lago Pátzcuaro, es de un cuadro, de una pintura del cine de Emilio “Indio” Fernández. “Con los ojos se habla más que con las palabras”, dice Miguel Inclán, interpretando a “Tata Macario” en “Maclovia”.
Esa sentencia es la clave del buen desempeño actoral de esa Columba, de esa paloma que vuela asentada en la tierra. Tal como en “Paloma”, ese corto de Fiesco que dignifica, que hace decir, en guion de Julián Hernández, a una Columba de fuerza y esperanza, “No estoy triste, a veces las lágrimas se salen de los ojos”. Es la tierra herida, en una constante cicatriz que se abre, que se llena de sangre.
“Acacia” es “La Malquerida”, es el dilema, es el amor expresado en odio, en rabia, en pasión contenida. Columba es profunda en su actuación, signos conductuales psicofísicos que revelan al personaje. Su gestualidad, su actitud corporal, su energía, reflejan el sentir del personaje. Cuando habla dice lo que ya adivinamos. Los espectadores somos cómplices testigos de su pasión, de su ambigüedad, como su risa haciendo las aparentes paces con “Raymunda” y “Esteban”.
“Pueblerina” y ese baile del “Palomo y la Paloma”, es una síntesis, un eco, una danza que calca la alegría-triste. En ese bailar, Columba y Cañedo dejan profunda huella viva, muy viva, un sello de por vida en la historia del cine mexicano. Al fin de cuentas “Tú sólo tú has llenado de luto mi vida”, “Paloma” lo es todo para ese enamorado llamado “Aurelio”.
Columba comparte set ante un monstruo actoral, Toshiro Mifune, baila al vals que le toca el nipón, el tono actoral de él es alto, ella contrasta en sobriedad, en amor y comprensión absurda por “Animas Trujano”. Asume su amor enamorado a ese incapaz irresponsable. Nunca se achica ante ese gran actor, Columba es “Juana”, su verosimilitud, su sinceridad, su compromiso, la ponen a la par.
Pero Columba es sex-simbol urbano en “La virtud desnuda”, se divierte, se sabe y se siente atractiva y juega a interpretarlo. Juega también con los espectadores a quienes nos ha hecho creer que es una devoradora de hombres y una estafadora. Su lección a los seductores es también una lección para quien le quepa el saco. Para quien dudara que solo mujeres rurales podía interpretar.
Es Columba una actriz que de un pequeño papel, recrea, lo hace importante, da el consejo vital fundamental a “Adán” en “El Hombre de papel”. La pantalla contiene a Columba, porque ella le da sentido, contenido.
Es la mujer que intuye, que observa, que prevé, es la madre de Reinaldo y Martín Del Hierro. Su primera aparición cubre la pantalla, ve a su futuro amor y piensa, reflexiona: “Matar o morir, tú nunca lo entendiste, no podías, lo supe al verte la primera vez”.
Columba acciona en emociones al marcar los bueyes, hay en ella, fuerza, sensualidad, habilidad, rencor, odio. Columba, “La viuda”, es la tierra indignada, ve al páramo yermo, desierto, y dice “¡qué se sabe de Dios en estas tierras!”. Es el viento en rabia y los sonidos dislocados. Y otra vez los silencios revelan el tren de pensamientos de la actriz. Columba es en “Los hermanos Del Hierro”, llanos secos y duros como piedras, “cuando los veo me acuerdo de usted”, le dice el pistolero de López Tarso a esa marchita viuda. Una marchitada viuda que interpreta una joven Columba. Extraordinaria sencillamente extraordinaria.
Columba, es esa cara enmarcada de esas cejas hermosas que resaltan sus ojos; que en sus pupilas si se descorrieran sus telones, veríamos a los grandes, veríamos al “Indio” dirigiendo, a Figueroa emplazando, a los pinceles de Diego y Covarrubias pintándola, a Lara tocando su piano, a José Alfredo cantando “Si nos dejan”, a Montalbán cabalgando en “Pepita Jiménez”, a Don Fernando Soler en “Mi pueblito”, a Pedro Armendáriz sufriendo la pasión de “Esteban”, a Buñuel llevándola por “El Río y la Muerte”, a sus hijos, Julio Alemán y Tony Aguilar en los “Del Hierro”, A Dolores y María como contrapartes antagónicas.
Columba es México, una actriz que antepuso su talento a su belleza, es el carácter que se impuso, es un símbolo, una época presente, es ese Guaymas de montañas recias, rojas, secas, de peñasco bravo, fuerte sí, pero matizado por las olas, como ese mar azul de su Sonora.
Texto compuesto a Columba para el día de su homenaje, organizado por el cineasta Juan Antonio de la Riva, en la «Cineteca Nacional». El evento fue un día después de la entrega de su «Ariel de Oro», en Bellas Artes. Esa fue la última vez que vi a Columba Domínguez. Nunca olvidaré sus últimas palabras hacia mi persona: «le auguro un panorama muy próspero en la literatura, bueno, en la actuación también…pero ahí no lo conozco todavía'». Los ojos de «Paloma», se posaron en mí con gran luz de alegría. Yo me sentí Roberto Cañedo bailando la vida al compás del «Palomo y la Paloma» en «Pueblerina». ¡Gracias Columba por tu ser, y tú sentencia amorosa agradecida!
Raúl Adalid, en algún lugar de México Tenochtitlan. a 29 de mayo 2013