lunes 25, noviembre, 2024

LA ISLA SINIESTRA

 

 

 

Una película de culto para revalorar

Una isla brumosa y alejada, una mujer desaparecida, un manicomio, un faro aislado y dos policías tratando de escarbar en el misterio. Un ambiente de pesadilla, de inquietantes interpretaciones y un final inesperado. Todo eso constituye la materia prima de esta película del maestro Martin Scorsese que, en el momento de su estreno, pasó casi desapercibida y fue subvalorada por todos, pese a tratarse de un potente y estilizado thriller psicológico en la senda de otro grande: Alfred Hitchcock, donde brilla la capacidad del creador de “Taxi Driver” y “Buenos muchachos”, para sumergirse en las reglas de cualquier tipo de género, con sólidas interpretaciones de Leonardo DiCaprio, Mark Ruffalo y Michelle Williams y una tensión que crece como lo hace el misterio que se investiga. Disponible en Netflix, es tiempo de rescatarla y situarla en el lugar que se merece

 

Víctor Bórquez Núñez

Este filme es una caja de sorpresa, un homenaje sincero al estilo visual de Alfred Hitchcock (donde es evidente que Vértigo (1958) es una referencia plena) y una película entretenida y enervante que, como buen thriller psicológico, arma y desarma las posibilidades de un relato que depara más de una sorpresa a los espectadores, en donde Martin Scorsese da una clara demostración de su capacidad para adaptarse a cualquier tipo de género, sin perder de vista sus propias preocupaciones temáticas, desplegadas en una filmografía generosa, dispareja, fascinante, absolutamente necesaria de ver y revisar.

 

Con una escena inicial bella -un barco emerge de la espesa bruma- y una música enervante que recalca el misterio que se abre para los espectadores, la película “La isla siniestra” plantea un caso inquietante: en 1954, Teddy Daniels es un agente federal que, junto a su nuevo compañero, llega a una remota isla para investigar la inexplicable desaparición de una mujer del psiquiátrico Ashercliffe, un complejo carcelario, único en su estilo, donde se confina a asesinos enfermos mentales, a los que se considera que no van a poder volver a integrarse en la sociedad.

Un fuerte huracán los deja confinados en la isla, rodeado de psicópatas, enfermeros y policías que no les demuestran simpatía alguna y en donde los propios médicos los acosan, evitando al parecer que resuelvan el misterio.

Con una habilidad increíble, Martin Scorsese, uno de los grandes directores del cine estadounidense, elabora un filme que, desde su textura fotográfica, su banda sonora y su estética, nos recuerdan algunas de las obras más sombrías de Alfred Hitchcock, sobre todo en el hermoso tratamiento de la fotografía, que simula el estilo antiguo.

Uno de los méritos de la cinta es que pronto esa atmósfera asfixiante envuelve el relato completo, en donde el agente policial se deberá enfrentar a sus propios temores y situaciones no asumidas, luego de un matrimonio que terminó en tragedia.

Un dato todavía más inquietante es el hecho de que pronto, sin previo aviso, todos los datos del filme se empiezan a confundir: los policías deben vestir como los enfermos porque sus trajes se mancharon en la tormenta y algunos personajes no se reconocen como tales, pudiendo ser fruto de la mente enferma del protagonista o una trampa del mismo lugar que asfixia y desquicia.

Basada en la novela homónima de Denis Lehane (autor también de Río Místico, adaptado de manera magistral por Clint Eastwood, 2003 y de Gone, baby, gone, de Ben Affleck, 2007), es muy sorprendente que el director, siguiendo un ritmo de desarrollo antiguo y acaso clásico, sorprende porque no demuestra apuro alguno en resolver la compleja estructura que avanza en espiral.

Se añaden a los evidentes méritos de este filme los constantes vaivenes de la película, el impecable guion que tiene diálogos notables y ambiguos e instala una atmósfera de terror psicológico creciente donde nada es lo que parece.

Scorsese es un director que trabaja con las imágenes, el montaje y las temáticas al límite, donde tenemos ejemplos brillantes: el infierno urbano de Taxi Driver, la locura profunda de Cabo del miedo, la descomposición moral en Casino o el auge, caída y redención en Toro Salvaje, han dado fama y prestigio a este realizador que jamás olvida que su cine proviene del estudio acabado de sus personajes, de su contexto y de sus motivaciones.

Es tan extensa su filmografía -Malas Calles (1973, su primera colaboración con Robert De Niro), New York, New York (1977), El color del dinero (1986), La última tentación de Cristo (1988), este brillante director (además de guionista, productor e incluso actor) sabe trabajar en las grandes producciones como La edad de la inocencia (1993) o El aviador (2004), y también destacar en películas intimistas como Después de hora o el notable episodio inicial en Historias de Nueva York.

Esta película, injustamente despreciada en su momento, todos los elementos que contiene sirven para elevarla a categoría de culto, como el subrayado que se hace de la angustia que impone el lugar, el laberinto mental del protagonista, un impecable guion que va entregando pequeñas pistas a lo largo del filme, donde incluso hasta una frase o una imagen repetida, adquieren una importancia superlativa.

Y por supuesto, uno de los grandes aciertos de esta película viene dada por el lugar en que todo transcurre, de una agreste naturaleza y una belleza sin par, que con pocos elementos, se vuelve peligrosa, asfixiante, de dimensiones terroríficas, donde el realizador juega con los miedos y estereotipos que el mismo cine ha creado: pasillos húmedos y laberínticos, oscuros y siniestros, rejas y escaleras de caracol o acantilados y faros perdidos en el roquerío… todo contribuyendo para un desenlace que, contrario a lo que se suponía, deviene en un inquietante plano que se cierra de pronto con la presencia ominosa del faro, ese elemento icónico que es clave en todo el filme que se une a una banda sonora basada en cortos y contundentes sonidos metálicos y estridencias que anticipan o subrayan e incluso, quiebran el clímax de diferentes escenas.

En el plano actoral actores de la talla de Ben Kingsley (un psiquiatra que apela a evitar la lobotomía porque sabe que tienen derecho a un tratamiento digno) o el maestro Max von Sydow (el astuto Dr. Naehring), se enfrentan en magníficos duelos interpretativos con Leonardo Di Caprio, lo que se agradece y se disfruta plenamente con un segundo visionado, para saber descubrir los detalles, para apreciar las astucias y para aplaudir los hallazgos. Imperdible y disponible en la plataforma de Netflix.

 

@VictorBorquez

Periodista, escritor y Doctor en Proyectos de Comunicación

 

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