DIRECTORES FASCINANTES
Víctor Bórquez Núñez
Admira a Ingmar Bergman, pero no entiende por qué siempre los periodistas de espectáculos lo asocian al maestro sueco a propósito de la denominada frialdad de sus películas que, por otro lado, son cintas de una calidad impactante. Es que su cine, cruel, directo, sin concesiones, provoca distanciamiento emocional y obliga a los espectadores a tomar partido. Michael Haneke (Múnich, 1942) es, en pocas palabras, un director que se ama o se odia sin término medio.
Dos veces ganador de la Palma de Oro en el Festival de Cannes -por La cinta blanca y Amor-, ganador del Óscar de la Academia (por Amor) todo su cine está compuesto por películas frías, dolorosas y sobre todo crueles, implacables. De ésas que molestan, perturban, deslumbran, pero jamás dejan indiferente a nadie.
Al director austríaco le molesta de sobremanera que le pidan explicar sus películas. Ha dicho: «En el cine actual se tiende a explicar todo, en pantalla y fuera de ella. Eso me aburre». Y otra particularidad es que, aun cuando habla fluidamente el francés y el inglés, siempre utiliza su alemán natal cuando se enfrenta con la prensa que lo persigue, incansablemente, cada vez que presenta un filme porque es un hecho que será un fenómeno.
Gran parte de su quehacer, de su punto de vista del mundo y de su propia trayectoria está resumida en el libro Haneke por Haneke (Editorial El Mono Libre), de reciente publicación, donde revela su primer amor por el teatro y de su pasión por la música a partir de una epifanía: oír en la radio El Mesías, de Haendel. Para Haneke fue una revelación. A tal punto llegó esa revelación que se transformó en melómano y a la fecha ha dirigido varias óperas, a propósito de su amor por algunas de las obras de Mozart y su amistad con el desaparecido Gerard Mortier.
En su cine están presentes ciertas constantes: la violencia, la crueldad y su profunda desconfianza ante las formas tecnológicas de comunicación y las redes sociales. Basta recordar que la tecnología ha aparecido desde su segunda película, El vídeo de Benny (1992), como un elemento que rompe la aparente normalidad. Y ni qué decir de las grabaciones audiovisuales, elementos clave en Happy End y Caché, por citar dos ejemplos y, de hecho, en varias de sus películas el tema del temor, el desconcierto o el empleo de las tecnologías son parte sustantiva de sus guiones.
Su fascinación por este tema es tal que, aun cuando no tiene redes sociales, se creó una cuenta solo investigar sobre ellas. Y plantea: “Por culpa o gracias a Internet creemos tener acceso a todo y saberlo todo. Somos adictos al placer. Al falso placer del consumo, de la comunicación inmediata. Ya nadie encara el dolor, lo negativo. Cierto, es un tema recurrente en mi carrera».
Y es que su cine es de una crueldad increíble, llegando a puntos insoportables para algunos espectadores que, por lo mismo, lo detestan.
Uno de sus filmes más desesperantes en este aspecto es Funny Games (1997), historia de unos torturadores que se apoderan de un hogar, maltratando a todos sus componentes sin una luz de alivio y en donde el director, en una secuencia espeluznante, se permite jugar con el tiempo, tal como el espectador lo hace con el control remoto en la mano.
Una pregunta que suele hacerse Haneke es cuáles son los límites entre la realidad y la ficción, materia que dio origen a una trilogía: El séptimo continente, 1989; El vídeo de Benny, 1992; y 71 fragmentos de una cronología del azar, 1994, donde filma acontecimientos de la crónica negra para transformar hechos reales en sucesos representados.
Está consciente del impacto que produce en la sociedad las formas en que se transmite la violencia, tanto la física como psíquica, el director austriaco propone un análisis crudo y brutal con el objetivo de hacer reflexionar al espectador en cada plano. Y para ello, suele presentar la historia que nos cuenta a través de grabaciones reproducidas en un televisor, como ocurre en El video de Benny, en 71 fragmentos de una cronología del azar y en Caché (2005), o también como hace en Funny Games mediante la manipulación televisiva de la imagen con la que pone de manifiesto la narración de la película como una construcción, como un constante diálogo con los espectadores, pero nunca banaliza dicha violencia ni la exalta como muchos piensan.
Un ejemplo terrible del estado de las cosas frente a la violencia y pornografía de los medios tecnológicos lo encontramos en El video de Benny: el padre le dice a su hijo: “cambia de canal”, hasta que se da cuenta de que está viendo en diferido cómo su hijo ha cometido un asesinato.
La exacerbación de esta idea está en Funny Games: uno de los protagonistas rebobina la muerte de su compañero con el control remoto del televisor, como si no hubiera pasado nada y así condicionar la lógica de la narración tradicional.
Para Haneke el verdadero escándalo no está en su cine sino en la manera en que el cine comercial vulgariza la exposición de la violencia.
Por eso es fascinante Caché, donde una familia es acosada y vigilada y un antiguo conocido de la infancia irrumpe en el presente diegético enviando cintas con grabaciones. Y tal como sucedía en Blow Up (Michelangelo Antonioni, 1966) a través de fotografías, se encuentran las claves para resolver los acontecimientos.
El realizador disfruta con la manipulación de la imagen, llegando a emplear la mentira de la representación del mismo modo que sus personajes. Plantea siempre un cine distanciado emocionalmente en que la fragmentación de los cuerpos y los planos detalle y sus largos planos secuencia, son capaces de crear una noción del mundo. Pero, ojo, Haneke solo se limita a mostrar hechos (terribles, pero solo hechos) y jamás juzga o moraliza respecto de esos acontecimientos por espantosos que sean.
De este modo, el mundo de la televisión como referente de la violencia, la incomunicación social producto de una sociedad individualizada, el recuerdo que viene a buscar a sus personajes, la vejación, la hipocresía, la corrupción o el dolor se presentan en cada una de sus películas.
Así, el dolor de sus imágenes podrá alterarnos, molestarnos -como sucede con Funny Games, El séptimo continente, La pianista, La cinta blanca o Amor- pero ese dolor y esa frialdad de la exposición de los hechos es necesaria para remecernos.
FILMOGRAFÍA
1989 – El séptimo continente.
1992 – El vídeo de Benny.
1993 – La rebelión.
1994 – 71 fragmentos de una cronología al azar.
1997 – Funny Games.
1997 – El castillo.
2000 – Código desconocido.
2001 – La pianista. Gran Premio del Jurado (Festival de Cannes).
2003 – El tiempo del lobo.
2005 – Caché (Escondido). Premio al mejor director en el Festival de Cannes y premio a la mejor película y mejor director de los Premios del Cine Europeo 2005.
2007 – Funny Games U.S. – Juegos Sádicos, remake en Estados Unidos.
2009 – La cinta blanca. Palma de Oro en el Festival de Cannes. Globo de Oro a la mejor película extranjera.
2012 – Amor. Óscar a mejor película de habla no inglesa. Palma de Oro en Festival de Cannes. Globo de Oro a la mejor película en lengua no inglesa.
2017 – Happy End.
@VictorBorquez
Periodista, escritor y Doctor en Proyectos de Comunicación