(Hace 25 años nuestros guerreros nos hacían llorar, vivir de alegría)
Raúl Adalid Sainz
Hoy 22 de Diciembre de 1996, me ha tocado a la distancia tener la dicha de ver a mi equipo campeón. Hoy, desde Nueva York, en este frío glacial, mi sangre hierve por una emoción indescriptible que creo parece un sueño. Un sueño largamente acariciado desde ese vetusto «Estadio San Isidro».
Dos veces estalla mi alma conectada al hermoso futbol: una cuando aquél, mi inolvidable Laguna se alzaba campeón de segunda división al comando del «Ché» Argentino, Pito Pérez. Qué jubilo, qué fantasía empezaba a celebrarse al imaginarme junto aquel hermoso público, que un equipo (el Laguna), estaría en el máximo circuito. Veríamos por fin en Torreón a equipos como el América, el Guadalajara (y sus estrellas mexicanas), mi inolvidable Veracruz de Batata, Ausin, Ubiracy y Chucho Hernández y aquella máquina celeste que empezaba a perfilarse en sus sino de campeón.
En fin, mi «Laguna» ya en primera división naufragaba en su rumbo. Fuimos afición que nos formamos en la angustia. Aún recuerdo al final de cada temporada la frase siempre dicha: «ojalá que nos salvemos», y por extraños designios siempre nos salvamos.
Hubo por ahí una buena temporada, 1975-1976, José Antonio Roca (maestro y entrenador de Alfredo Tena), a punto estuvo de llevar al «Laguna» al paso trascendente, no sucedió, el equipo falló siete penales que todos significaban puntos. Primer presagio y que el discípulo sería el que lo cumpliera. En fin, Laguna emigró a tierras nezatlenses, cuando ya antes el «Diablo Blanco», había parado en Jalisco en la U de G.
Una década después aparece Santos y el retorno del Futbol a Torreón. Hoy a la gran distancia de ese mi sentido «Estadio Corona», de ese mi gran latir de sector de sombra norte, veo cómo en su octavo de vivir en Primera División, Santos marca historia protagónica en el futbol profesional. Esa afición hecha en la angustia y el dolor percibió el aroma de campeón en periodo 1993-1994; finalmente el cardenche murió por la mañana. Sólo tres ciclos después, la flor se yergue soberana en su desierto.
Yo desde la escarcha me lleno de ese sol que se mete por los poros al ver a Galindo en tiempo Benjamín. Parece ser el último de los titiriteros de la media cancha; jalando los hilos del talento, controlando todo en su toque de buen crack, con sabia y entereza, tal como la tierra enrojecida de ese su Zacatecas.
Observo a José Miguel, de la pampa, crecido en la vastedad de Torreón, recordándome a Fillol o al mismo Carnevalli. Un par de centrales, estoicos, guerreros, alternando la maestría del libero y stoper, Paco y Pedro. Un Rubio crecido, poniendo el cascabel al ratón y un Wagner que se agranda tejiendo una creación con el maestro y concreción de Caballero. Digno caballero de batalla medieval. Por esa banda izquierda era ver guerrera caballera de Gabriel en sus quiebres al mejor tipo Quique Houseman. Y en la contención a un caudillo que como los viejos vinos de la España, hace España de los quites.
Adomaitis luchando la causa, retomando banda derecha, jugando a la recuperación y a la atracción de peones y de alfiles. Y un Torreón que pone jaque a la reina, sublime Borgetti con la testa. Y quién es el caballo de hierro, esa pieza que necesita todo ajedrecista, es Nicolás, no el hermano de Ramón, Nicolás «El Grande», aquel que desborda por diagonales hacia adentro, ese jovencito que cuál Sergui o Jorginhio tiene el valor de la gambeta, del valiente del tablero moderno del futbol; los laterales que abren las murallas. Y en la disciplina, talento, trabajo e inteligencia de general, llega Alfredo Tena, que da el jaque mate al Napoleón, que ve su Waterloo y caída de corona en el mismísimo «Corona».
Gracias Santos, que das contento a la afición y a éste que desde Nueva York, celebra el futbol, gozando el al fin poder saber lo que es tener a su equipo campeón.
Escrito dedicado a un fino amigo, a Jorge Galván Zermeño, médico del equipo Santos en aquel inolvidable primer campeonato conseguido en 1996.
Hoy a 25 años de aquella gloria quise revivir esta página en honor a aquellos héroes y a esa afición tan entregada.
¡El Santos, siempre mi Santos!
Raúl Adalid Sainz, New York, Diciembre 22 de 1996.