Federico Berrueto
El laberinto de las emociones es un desafío para el experto, para el psicoanalista. También, el mundo de los símbolos para el entendido en este tema. Se navega, vive, disfruta y se padece ese entorno. La sociedad demanda un mayor análisis para entender qué sucede; el surgimiento de políticos disruptivos con significativo respaldo popular como Trump en EU, Bolsonaro en Brasil, Boris Johnson en Inglaterra, Milei en Argentina o López Obrador en México, se entiende por la crisis de la sociedad contemporánea, particularmente de sus élites, que a su vez remite a la disfuncionalidad del Estado en sus tareas fundamentales. La crisis es más profunda y generalizada: dicha sociedad está en búsqueda de respuestas a preguntas muy complicadas y, en ese afán, dispuesta a poner en entredicho muchas de las verdades de varias generaciones y que comprometen lo mejor de nuestro pasado inmediato.
Parte del cambio viene de una nueva forma de socializar, de convivir, informarse y participar. El mundo digital abre espacios y genera múltiples oportunidades, pero también riesgos, porque demanda responsabilidad en su diagnóstico y atención, justo lo que ahora se abandona. “Respuestas fáciles a problemas complejos”, suele decir Barack Obama. La dimensión presencial nunca será desplazada por el espectro virtual; se complementa, pero no lo sustituye, ni siquiera en el encuentro con el libro o con el diario de papel. No hay muda, sino coexistencia; que eso sea realidad debiera ser un reto compartido; lo tradicional financió a la modernidad, ahora ésta debería cuidar su precedente, como referente de origen y sentido de proyecto. Lo más relevante es hacer convivir formas de producción de trabajo intensivo con las tecnologías de alta productividad, más hoy, con la amenazante inteligencia artificial generativa, que no es instrumento, sino actor, por ahora bajo el control de grandes empresas que, con soberbia, se asumen líderes incluso por encima de los gobiernos, no se diga del interés público.
La sociedad actual padece un sentido de abandono, de orfandad. Las grandes causas se han disuelto o desdibujado; quizá debido a un triunfo del occidente liberal que ahora se revierte. Las élites han perdido brújula moral; su obsesión por el poder, el espectáculo y el dinero, según el caso, las ha extraviado; dispuestas abrazar las peores causas, como el exterminio al que se condena a los más pobres de los pobres y la exclusión con claras connotaciones fascistas y racistas. Mensaje inequívoco fue el saludo nazi del hombre más rico del mundo, después del triunfo de Trump en su intento de regresar a la presidencia: Elon Musk, originario del país que hace unas décadas vivía el racismo de Estado. En su desbordamiento de celebración expresa un sentido de reafirmación de identidad y un sentimiento de triunfo.
El abandono y la orfandad de la sociedad la vuelven propensa a normalizar causas perniciosas, proyectos inciertos y convocatorias engañosas, excluyentes y autoritarias. La condena a la realidad existente se acompaña de la destrucción de lo mejor, entre otras cosas, de las contenciones al abuso del poder. Se cae en la trampa de que la solución está en un autócrata, en un gobernante sin límites. Ya en el poder, la situación cambiará y la mayoría podrá dar un claro viraje; sucedió en Inglaterra y ahora en EU. No en México: el proceso será más lento, más accidentado y con mayor deterioro, hasta que la mayoría entienda que la tiranía plantea una ruta desastrosa para todos, incluso para las mismas élites que, por oportunismo o confusión, han sido clave del proyecto autoritario.
El anhelo de esperanza que plantea el populismo se vuelve un problema serio ya en el poder. En México, el orden de cosas acusaba problemas graves, en parte por insuficiencias de vieja historia y, en otras, por las limitaciones de la modernización política y económica que llevaron a la exclusión, la corrupción y el cinismo en el poder público.
La solución resultó más grave que la enfermedad. Un gobierno sin contención es la peor fórmula para encarar el futuro. Nuevamente, el problema no es el empoderado, sino quien empodera; tiene que ver no solamente con el voto popular, sino también con la incapacidad de todos —incluso de la opinión pública, de la oposición institucional y de la sociedad civil— para contener los excesos y los problemas.
El asedio al régimen no viene, por el momento, de la sociedad, sino del crimen y del autócrata del norte. Es cuestión de tiempo: lo que existe es insostenible. El cambio es inevitable.








