lunes 22, diciembre, 2025

CAPITALES

Francisco Treviño Aguirre

Data Centers en México: la nueva frontera de la inversión estratégica

Durante décadas, la inversión productiva en México se midió en fábricas, carreteras, puertos y parques industriales. Hoy, sin embargo, una nueva infraestructura, menos visible pero mucho más estratégica, comienza a ocupar el centro de las decisiones de capital: los data centers. Estas instalaciones, discretas por fuera y complejas por dentro, se han convertido en el verdadero corazón de la economía digital y, al mismo tiempo, en una de las oportunidades de inversión más relevantes de la próxima década. Un data center no es simplemente un edificio con servidores. Es una infraestructura crítica, diseñada para operar sin interrupciones, que concentra energía, conectividad, seguridad física y digital, y capacidades de procesamiento que sostienen desde aplicaciones móviles hasta sistemas financieros, industriales y gubernamentales. Haciendo una analogía: si los datos son el nuevo petróleo, los data centers son las refinerías.

La demanda de data centers crece de forma estructural, no coyuntural. La digitalización de procesos industriales, el comercio electrónico, la inteligencia artificial, el análisis masivo de datos y el trabajo remoto han creado una dependencia irreversible de la capacidad de cómputo. A diferencia de otros sectores tecnológicos sujetos a modas o ciclos cortos, el crecimiento de los data centers responde a una lógica de largo plazo: cada nuevo servicio digital necesita infraestructura física que lo soporte. México se encuentra en una posición particularmente interesante, Por un lado, es un mercado interno grande y una economía cada vez más digitalizada. Por otro, su cercanía con Estados Unidos y su papel en el fenómeno del nearshoring lo colocan como un destino natural para infraestructura tecnológica que busca atender tanto al mercado local como a operaciones regionales de Norteamérica.

Desde una óptica financiera, los data centers combinan características que rara vez coinciden en un solo activo. En primer lugar, ofrecen flujos de ingresos estables y predecibles, derivados de contratos de largo plazo con clientes empresariales. A diferencia de otros segmentos inmobiliarios, donde la rotación de inquilinos es alta, un cliente de data center no se muda con facilidad: la infraestructura que instala es costosa y crítica para su operación. En segundo término, se trata de activos con alta barrera de entrada. No basta con tener capital; se requiere acceso a energía confiable, conectividad redundante, permisos especializados y conocimiento operativo. Esta complejidad limita la competencia improvisada y protege los márgenes de quienes logran estructurar proyectos sólidos. Además, los data centers son altamente escalables. Un proyecto bien diseñado puede construirse de forma modular, iniciando con una capacidad relativamente pequeña y creciendo conforme se asegura la demanda.

Históricamente, la inversión en data centers en México se ha concentrado en unas cuantas regiones. Sin embargo, esta concentración empieza a mostrar límites claros: saturación eléctrica, encarecimiento de la tierra y mayores tiempos de respuesta para nuevas interconexiones. Este contexto abre una ventana de oportunidad para mercados emergentes, particularmente aquellos con vocación industrial, disponibilidad de suelo y cercanía a grandes centros de consumo. Estados con fuerte presencia manufacturera, buena conectividad logística y acceso a infraestructura energética tienen el potencial de convertirse en nodos estratégicos de data centers. Estos proyectos no buscan competir directamente con los gigantes globales de la nube, sino complementar el ecosistema, servicios especializados a empresas que no pueden depender exclusivamente de instalaciones ubicadas a cientos de kilómetros.

No obstante, existen retos importantes para su desarrollo. El principal es la disponibilidad de energía eléctrica confiable y de largo plazo. Los data centers no pueden operar con incertidumbre energética, y cualquier proyecto que no tenga este punto resuelto desde el inicio está condenado a quedarse en el papel. A esto se suma la necesidad de una planeación regulatoria clara. Permisos ambientales, uso de suelo, gestión de combustibles de respaldo y derechos de vía para fibra óptica deben abordarse con rigor y anticipación. Paradójicamente, estos mismos retos son los que convierten a los proyectos bien estructurados en activos altamente valiosos: quien logra ordenar el rompecabezas regulatorio y técnico crea una barrera de entrada difícil de replicar.

Hoy por hoy, Los data centers no son una apuesta de corto plazo ni un negocio para capital impaciente. Son activos de infraestructura, comparables en muchos sentidos a carreteras o plantas de energía, pero con un componente tecnológico que los hace aún más relevantes en el siglo XXI. Para México, representan una oportunidad de atraer inversión de calidad, anclada en contratos largos y vinculada a la economía real. Para el inversionista, la clave está en entender que el valor no se genera únicamente en la construcción, sino en la operación eficiente, la ocupación sostenida y la capacidad de adaptación tecnológica. Quien vea los data centers solo como “bodegas con servidores” perderá la oportunidad. Quien los entienda como plataformas estratégicas de la economía digital, estará un paso adelante.

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