Francisco Treviño Aguirre
Transgénicos: ¿solución al hambre global o riesgo para nuestra salud y biodiversidad?
Los organismos genéticamente modificados (OGM) se han convertido en uno de los temas más decisivos del debate contemporáneo sobre seguridad alimentaria, sustentabilidad ambiental y soberanía agrícola. En un contexto global caracterizado por el crecimiento demográfico acelerado, la presión sobre recursos naturales y la necesidad de producir alimentos de forma más eficiente, los OGM representan una alternativa tecnológica de alto impacto; sin embargo, su adopción está rodeada de tensiones científicas, éticas, sociales y económicas.
En términos técnicos, los OGM son organismos cuyo material genético ha sido alterado mediante ingeniería genética, a diferencia de los métodos tradicionales de cruzamiento. Desde los años noventa, cuando se comercializaron los primeros cultivos transgénicos, su presencia en la agricultura global se ha expandido, especialmente en soya, maíz, algodón y canola. Las modificaciones más comunes buscan conferir resistencia a plagas, tolerancia a herbicidas o mejorar características nutricionales, lo que ha fortalecido la percepción de que estos cultivos podrían ser clave para enfrentar el cambio climático y reducir pérdidas agrícolas.
Entre los beneficios más señalados de los productos transgénicos se encuentra la mejora en la productividad agrícola. Al reducir la vulnerabilidad a plagas o enfermedades, los OGM permiten cosechas más estables y abundantes. En regiones con altos índices de inseguridad alimentaria, esta capacidad puede traducirse en una mayor disponibilidad de alimentos y menor riesgo de desabasto. Además, algunas variedades están diseñadas para resistir sequías o condiciones extremas, lo cual adquiere relevancia ante el aumento de eventos climáticos severos. Otro beneficio relevante es la posible reducción del uso de agroquímicos. Por ejemplo, cultivos como el maíz Bt poseen genes que les permiten generar sus propios compuestos de defensa contra insectos, disminuyendo la necesidad de insecticidas externos. Esto puede reducir costos, mejorar la salud de los trabajadores agrícolas y disminuir el impacto ambiental asociado a estos químicos. De forma paralela, la biotecnología ha permitido desarrollar alimentos potencialmente más nutritivos o útiles para la producción de biocombustibles y otros productos industriales.
Pese a estos beneficios, los OGM continúan siendo objeto de críticas e incertidumbres científicas. En materia de salud humana, la mayoría de los organismos internacionales, incluyendo la Organización Mundial de la Salud, afirman que los alimentos transgénicos aprobados no presentan riesgos adicionales comprobados respecto a los alimentos convencionales. Sin embargo, algunos especialistas subrayan que los estudios tienden a evaluar el organismo modificado sin incorporar suficientemente el análisis de herbicidas asociados, como el glifosato. Estas preocupaciones incluyen posibles efectos a largo plazo sobre microbioma intestinal, alergias o toxicidad acumulativa, aunque la evidencia sigue siendo inconclusa.
En el tema ambiental, la principal inquietud gira en torno a la “contaminación genética”: la posibilidad de que el polen de cultivos transgénicos se disperse y se cruce con variedades silvestres o tradicionales, afectando la diversidad genética local. Otro riesgo es la aparición de “supermalezas” resistentes a herbicidas que obligan a incrementar el uso de químicos más potentes, generando un círculo vicioso de dependencia. Asimismo, los impactos sobre polinizadores, organismos del suelo y redes ecosistémicas siguen siendo objeto de estudio y pueden variar según el tipo de cultivo, región y manejo agrícola.
Más allá de la biología, los dilemas más profundos son socioeconómicos y éticos. La adopción de semillas transgénicas, casi siempre patentadas, puede generar dependencia de los agricultores hacia corporaciones multinacionales, limitar el acceso a semillas tradicionales y acentuar desigualdades económicas. En términos de soberanía alimentaria, esto implica que los países podrían perder la capacidad de decidir sobre sus propios sistemas productivos, al quedar sujetos a modelos agrícolas centralizados y homogéneos. Esta preocupación resulta especialmente relevante en contextos con alta diversidad agrícola, como en países latinoamericanos.
Hoy por hoy, este tema adquiere un matiz particular en el caso de México, donde la riqueza genética del maíz y otros cultivos es un componente fundamental de la identidad cultural y alimentaria. Para un país con fuerte tradición agrícola, la adopción indiscriminada de OGM podría afectar variedades nativas, comprometer la diversidad genética y transformar modos de vida rurales. Al mismo tiempo, los retos climáticos y las demandas productivas hacen que la biotecnología no pueda descartarse por completo. El desafío, entonces, es encontrar un equilibrio entre innovación tecnológica y preservación cultural, proteger la biodiversidad y garantizar que el desarrollo agrícola no quede subordinado a dinámicas corporativas.







