Del discurso a la ejecución: las decisiones que definirán el futuro económico de México
Francisco Treviño Aguirre
México atraviesa una coyuntura decisiva dentro del reordenamiento económico global. La aceleración del nearshoring, la fragmentación de las cadenas de suministro y las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China han modificado profundamente la estructura del comercio internacional. En este contexto, el país se encuentra estratégicamente bien posicionado para captar flujos de inversión y expandir su plataforma exportadora; no obstante, persisten limitaciones estructurales que podrían frenar dicha oportunidad si no se atienden con visión integral. La narrativa dominante celebra el potencial del nearshoring, pero la ejecución real exige infraestructura moderna, certidumbre regulatoria y capacidades empresariales mucho más sofisticadas.
En 2025, México mantiene un crecimiento moderado, cercano al 2.4 %, reflejo de una economía estable pero aún distante de su potencial. Los principales obstáculos continúan siendo la insuficiencia energética en zonas industriales en expansión, la saturación logística, la debilidad institucional en trámites y permisos, y la falta de personal técnico especializado en manufactura avanzada. Aunque organismos como el Banco Interamericano de Desarrollo estiman que el país podría atraer entre $30,000 y $50,000 millones de dólares adicionales derivados del nearshoring, estas proyecciones dependen de que México logre reducir fricciones operativas y elevar la competitividad sistémica de sus regiones industriales.
El nearshoring se ha posicionado como un motor de optimismo. Su atractivo descansa en tres pilares: la cercanía geográfica con Estados Unidos, la estabilidad regulatoria del T-MEC y la experiencia exportadora de sectores como automotriz, aeroespacial y electrónico. Sin embargo, estos pilares conviven con desafíos que no deben subestimarse: falta de parques industriales equipados, lentitud institucional, deficiencias en infraestructura crítica y una brecha persistente de talento técnico. El país no es aún un destino simple para inversionistas globales, quienes evalúan costos reales de operación, disponibilidad de energía, certidumbre jurídica y capacidad logística. De ahí que la oportunidad sólo se materializará si México evoluciona hacia una estrategia nacional más sofisticada que incluya política industrial moderna, incentivos suficientes, fortalecimiento de cadenas de suministro locales y una coordinación eficaz entre los tres niveles de gobierno.
En paralelo, las empresas mexicanas se encuentran frente a una exigencia inédita: competir no sólo como proveedoras de costo atractivo, sino como actores capaces de integrarse a cadenas globales que demandan trazabilidad, cumplimiento normativo, digitalización y precisión operativa. Para lograrlo, deben avanzar en cuatro frentes fundamentales. El primero es la digitalización, dado que miles de PYMEs aún operan con procesos manuales que limitan escalabilidad y confiabilidad. La automatización y analítica avanzada es ya un requisito básico para competir con manufacturas altamente automatizadas en Norteamérica y Asia. El segundo frente es la definición clara de una propuesta de valor exportadora, que trascienda la venta ocasional al extranjero y construya capacidades de certificación, calidad y respuesta rápida, indispensables para integrarse a cadenas globales de valor.
El tercer aspecto crítico es la disciplina financiera. En un entorno de tasas elevadas, volatilidad cambiaria y costos operativos crecientes, la supervivencia y expansión de las empresas dependerá de su capacidad para gestionar flujo de efectivo, medir rentabilidad por línea de negocio, controlar costos y evaluar rigurosamente cada inversión. El cuarto frente es la reinvención del modelo de negocio, que implica decidir qué rol ocuparán dentro de la nueva arquitectura productiva: proveedor de bajo costo, ensamblador especializado, desarrollador tecnológico o socio integral de soluciones. Esta redefinición estratégica es esencial para que las empresas mexicanas escalen dentro de la oferta manufacturera y no queden atrapadas en segmentos de bajo valor agregado.
A partir de este enfoque, se delinean cuatro líneas de acción prioritarias para 2025–2026. La primera consiste en rediseñar modelos de negocio con visión exportadora, evaluando con realismo ventajas competitivas y aprovechando instrumentos públicos de promoción financiera y comercial. La segunda es la digitalización profunda de procesos críticos, ventas, operaciones, logística, gestión financiera, con el fin de incrementar eficiencia, trazabilidad y capacidad de respuesta. La tercera es la optimización de cadenas de valor locales mediante proveedores certificados, clústeres regionales y mecanismos de transferencia tecnológica que permitan elevar el contenido nacional sin sacrificar eficiencia. La cuarta es fortalecer la disciplina financiera como eje de supervivencia y crecimiento, priorizando rentabilidad sostenible por encima de expansiones aceleradas o poco rigurosas.
Hoy por hoy, México tiene una oportunidad histórica. El reacomodo del comercio global, las tensiones China–EUA., y la redefinición de cadenas logísticas favorecen su posición. Pero el entorno no perdona: solo las empresas con visión, capacidad de ejecución y modelos de negocio bien diseñados podrán capturar valor en esta coyuntura. ¿Serán las empresas mexicanas meros proveedores de bajo costo o actores sofisticados de una economía competitiva e innovadora? La respuesta se está escribiendo hoy con cada decisión de inversión, cada apuesta por la eficiencia, cada paso hacia la digitalización y la profesionalización. El juego está en marcha, y no habrá segundas oportunidades.
X:@pacotrevinoag







