domingo 12, octubre, 2025

Dogma de Fe 

Marcos Durán Flores

Un año luz

Han pasado 48 años desde que la sonda Voyager salió al espacio con un mensaje de la humanidad para el cosmos. Casi cinco décadas desde aquel 5 de septiembre de 1977, cuando la NASA lanzó al espacio la sonda Voyager, que fue equipada con 10 instrumentos de medición científica, su misión inicial fue explorar Júpiter y Saturno, sus lunas, anillos y campos magnéticos. 

En el año 2012, la Voyager I se convirtió en el primer objeto humano en salir del sistema solar para adentrarse al espacio interestelar, convirtiéndose en nuestro explorador más lejano. La sonda ha viajado durante 48 años a una velocidad de 62 mil 500 kilómetros por hora, y hoy se encuentra a una distancia de la Tierra de 25 mil millones de kilómetros, esto es, 22.3 horas luz, horas con 20 segundos de un año luz, nuestra real perspectiva de las distancias cósmicas. Para ponerlo en perspectiva: las señales que emite tardan un día entero en llegar a nosotros.

A pesar de su antigüedad y tecnología limitada, sigue enviando datos científicos valiosos desde una región del cosmos que nunca antes habíamos alcanzado. Este logro no solo es técnico, sino profundamente simbólico. En una era donde los avances tecnológicos parecen efímeros, la longevidad y resistencia de la Voyager 1 nos recuerdan que el ingenio humano puede trascender generaciones. Aunque se estima que tardará unos 40.000 años más en abandonar por completo la influencia gravitacional del Sol, su legado ya ha transformado nuestra comprensión del universo.

A bordo de la Voyager 1 viaja el famoso disco de oro, una cápsula del tiempo con sonidos e imágenes de la Tierra, destinada a cualquier forma de vida inteligente que pueda encontrarla. Se instaló para sí acaso encontraba a su paso cualquier forma de vida extraterrestre, le fue instalado un disco grabado en oro que contiene una especie de cápsula del tiempo con el lenguaje universal: la ciencia. 

En cierto modo, esta pequeña nave no solo representa nuestro afán por explorar, sino también nuestra esperanza de ser comprendidos más allá de las fronteras del tiempo y el espacio. La Voyager 1 no solo se aleja de nosotros físicamente, sino que se convierte en un símbolo de lo que somos capaces de lograr cuando miramos hacia las estrellas. Y sí, hoy es una antigua nave espacial pionera que cruzó por primera vez la heliopausa, marcando el límite donde el viento solar de nuestro sol da paso al misterioso reino del espacio interestelar. 

Pero dentro de casi un año solar, el 15 de noviembre de 2026, la Voyager estará a 26.000 millones de kilómetros de la Tierra, la misma distancia que recorre la luz en un día. Esto no es solo una simple estadística, sino un testimonio de hasta dónde pueden llegar el ingenio y la ambición humanos. Es inspirador pensar que una pequeña sonda lanzada antes de la era de las computadoras personales ha seguido avanzando hacia lo desconocido, llevando datos invaluables y mensajes digitales al espacio profundo.

Este viaje sirve como un vívido recordatorio de cuán enorme es el espacio y cómo cada paso más allá de nuestro sistema solar abre nuevas ventanas a los vastos misterios del universo. Desde la antigüedad, la humanidad ha soñado con alcanzar las estrellas más rápido que nunca. La nave espacial más rápida construida por el hombre, el Apolo 10, alcanzó casi 40.000 kilómetros por hora en 1969, una velocidad aun sin igual. Pero incluso una nave espacial viajando a esa velocidad tardaría más de cinco meses en cubrir los 150 millones de kilómetros que separan la Tierra del Sol.

Estas cifras ponen de relieve el enorme desafío que suponen los viajes espaciales más allá de nuestro propio hogar. Si bien la luz puede recorrer estas distancias en cuestión de minutos, nuestra tecnología más avanzada tarda años o incluso décadas. El hecho de que la Voyager 1 haya pasado casi 50 años viajando el equivalente a un día luz inspira un profundo respeto por la paciencia y la persistencia necesarias para explorar el espacio.

Recuerdo haber aprendido sobre la larga misión de la Voyager de niño y sentirme asombrado de que un pequeño explorador robótico pudiera seguir enviando señales tenues desde una distancia tan asombrosa. Es un poderoso símbolo de perseverancia y curiosidad humana que aún resuena hoy, recordándonos que debemos seguir explorando más lejos y más alto.

@marcosduranfl

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