Raúl Adalid Sainz
Las horas pueden pasar lentas. La prisa es de otros tiempos. Desde ayer he platicado muy sabroso, de teatro, de actores, de la vida, con mi colega actor Juan Carlos Remolina. Un caballero. Desde el pasado más remoto, hasta los tiempos actuales en que venimos a San Luis Potosí, a grabar una telenovela. Ambos coincidimos que trabajar es una bendición de Dios en tiempos difíciles para nuestro oficio. Hemos recordado a Julio Castillo en tres montajes maravillosos.
“De la Calle», «De película», y «Armas Blancas». «Julio era un mago», dice Juan Carlos. Suscribo, y le digo: ‘Difícilmente volverá a darse un director así, Julio era la calle, la vida que sabía transformar en signos».
Juan Carlos recordaba una obra que hizo, y que fue un referente en nuestra historia teatral mexicana: «Lo que Cala son los Filos», dirigida por Mauricio Jiménez en el Museo del Carmen. Remolina interpretó a Hernán Cortés.
Aquí apareció el recuerdo de dos grandes actores: Julieta Ortiz y Manuel Poncelis, qepd. Recordó también su estadía de diez años en la Compañía Nacional de Teatro.
Platicamos de Luis De Tavira, como iniciador de la segunda instauración de la compañía. Revivimos aquel montaje que vivió de «Coriolano», de William Shakespeare, con dirección espléndida de David Olguín. Su emoción por la nominación a mejor actor, por la Asociación de Críticos y Periodistas Teatrales, por la obra «Cómo Aprendí a Manejar», de Paula Vogel. Nuestra admiración al trabajo creativo de Angélica Rogel, como directora de la obra.
La vida de nuestro correr como actores fue tema protagonista, pero aún mayor, y que permea lo anterior, fue la realidad misma. El actor, el ser humano que busca respuestas para dar un sentido a la existencia.
Y no, nuestro encuentro no fue en el teatro, ni en el cine, fue dentro de una grabación de una telenovela. El actor que ama su oficio en cualquier ámbito se desarrolla, cada medio guarda sus secretos. Sólo basta que el actor abra las puertas hacia lo invisible que haya por descubrir.
Queda en el tintero, y pendiente por platicar, la experiencia de Juan Carlos, con un gran actor y director japonés que admiro mucho: Yoshi Oida. El buen Juan Carlos tomó con él un taller de actuación que el gran Yoshi ofreció. Y digo pendiente, porque hablar de Yoshi es largo y propio a la reflexión. Sin embargo, Juan Carlos me habló de un ejercicio de respiración que les dio.
Una inspiración lenta y expirar con igual ritmo con las vocales, acompañado lo anterior, con un movimiento lento de tu cuerpo. Muy como el Tai Chi, decía Juan Carlos. Recordamos esa cita maravillosa del libro de Yoshi, «Un Actor a la Deriva», donde un viejo actor de kabuki le dice a uno joven: «Yo te puedo enseñar cómo apuntar con tu dedo a la luna, pero la distancia que hay de la punta de tu dedo a la luna, es responsabilidad tuya».
Yoshi agregaba en su libro: «Cuando actúo, no me interesa saber si mi gesto es hermoso. Para mí, sólo existe una pregunta: ¿el público vio la luna? Juan Carlos se emocionaba con el recuerdo de Yoshi mientras cenábamos después de la larga jornada.
Así es la vida. Nunca imaginé que encontraría a Juan Carlos Remolina en este medio de trabajo televisivo. Podríamos seguir platicando mil y un temas. Por hoy cierro este capítulo, que siento refleja en mucho, esa materia enigmática del histrión cuando siente pasión por su oficio, eso llamado: El actor y su mundo.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan