viernes 3, octubre, 2025

AVISO DE CURVA

Rubén Olvera

Del vocho de Mujica al Lamborghini de la izquierda

José Mujica, el expresidente de Uruguay, es recordado en todo el mundo por llevar un estilo de vida austero, tanto en lo público como en lo privado. Vivía en una casa modesta con una cocina que olía a leña, de esas del campo a las afueras de Montevideo.

En la cochera de “Pepe” se estacionaban dos vochos, austeros pero impecables. Vestía ropa desgastada por las jornadas de trabajo con la azada —azadón en México— o conduciendo su tractor. Y en la muñeca llevaba un reloj antiguo con más valor sentimental que económico.

La vida sencilla de José Mujica trasciende su muerte y sigue siendo, en sí misma, un mensaje para todos los políticos, especialmente para aquellos que se dicen progresistas: demostrar que se puede gobernar sin abandonar los principios de la izquierda, sobre todo la austeridad, esa justa medianía que, decían, dignificaba el poder.

Y qué frases se aventaba el charrúa, simples como su vida, pero profundas como una filosofía. Solía decir que “el que no es feliz con poco, no será feliz con mucho”. En una entrevista confesó que lo hacía feliz la naturaleza. En ese sentido, Mujica sí era millonario, pues vivía rodeado de ella.

Ese pensamiento, unido a su forma de vivir, bien podría considerarse un paradigma de comportamiento político. El modelo Mujica: tratar de ser coherente con lo que se piensa, se dice y se hace todos los días, no solo en campaña electoral o frente a las cámaras.

Hoy, sin embargo, esa coherencia parece olvidada. La imagen austera y las palabras francas contrastan enormemente con la vida opulenta que se dan y ostentan algunos políticos de izquierda en América Latina. Nuevos casos se conocen todos los días; parecen la regla, no la excepción, en las altas esferas del poder.

Para ellos, Mujica se ha convertido en un recuerdo incómodo. Antes lo alababan, buscaban la foto a su lado, se decían sus amigos e intentaban imitarlo —quizás porque eso daba votos—; hoy, en cambio, aparecen retratados en sus mansiones, portando joyas y relojes de lujo, viajando a destinos exclusivos, vistiendo ropas de marca y conduciendo autos de alta gama, incluyendo un Lamborghini.

Lo más curioso es que se intenta justificar con naturalidad ese estilo de vida: “Es mi dinero, puedo hacer con él lo que quiera”, declaró hace poco un destacado integrante de la izquierda.

El contraste con las palabras del expresidente uruguayo es evidente. Qué decepción para el progresismo. Más que una defensa, esa frase suena como una exhibición de orgullo por la riqueza y los excesos que antes criticaban.

¿Cómo predicar igualdad, austeridad y medianía mientras se mide el éxito con los mismos símbolos de lujo que antes repudiaban? O, ¿son solo malas interpretaciones y ataques de la derecha, como suelen argumentar?

No se trata de cuestionar el origen de esos recursos, sino de señalar una posible contradicción: contrastar lo “poco” que hacía feliz a Mujica frente a lo “mucho” que presumen los nuevos líderes de la izquierda.

Da igual si los recursos provienen de herencias, regalías, dividendos, donaciones o salarios. La pregunta es si esos políticos millonarios son felices. Si la respuesta es sí, entonces esa felicidad haría infeliz a Pepe Mujica.

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