viernes 12, septiembre, 2025

FRACTALIDADES

‘Si todos los días se come, todos los días hay que trabajar’: historia de Tacho Ruiz

Al ver que era muy trabajador y cooperativo, lo hicieron ejidatario. Nunca lo imaginó, pues vivió rodeado de pobreza y en jacales

Salvador Hernández Vélez

A Anastasio Ruiz Martínez, “el tío Tacho”, le gusta mucho andar en la sierra, en lo de la candelilla, en la leña para el carbón de mezquite o en lo que caiga, pues dice que el chiste es trabajar, que no hay que cuartearse. Nació el 15 de abril de 1957 en el ejido El Pozo, municipio de Parras, Coahuila (hoy ejido Cuatro de Marzo). Sus padres fueron José Ruiz Guía y Paula Gatica Reyna.

Quedó huérfano de padre cuando tenía apenas 2 años. Su mamá se los llevó a vivir a Boquillas, en el municipio de Parras. Ahí ingresó a la primaria y cursó hasta el segundo año: no le gustaba ir, se escondía en unas tapias cercanas a la escuela hasta la salida y regresaba a su casa. Hasta que la maestra fue a avisar que no asistía, entonces se dedicó a trabajar en las siembras.

Luego lo mandaron a General Cepeda con su tía Santos Ochoa y con su padrino Herculano Lozano, quien era ferrocarrilero. Allá ayudaba en la recolección de membrillos y duraznos de la huerta del patio de la casa. Al regresar al ejido Cuatro de Marzo empezó a cuidar chivas, y a los 12 años ya trabajaba en la candelilla recolectando la que daba más cera. En esa sierra, la de Parras, le tocó conocer a los osos, jabalíes, venados y tejones.

Su hermana Cenobia se casó con Nachito, el ferrocarrilero. Tacho se fue con ellos, con quienes vivió en diferentes estaciones, como en Camacho, Zacatecas. Ahí le prestaron un solar para sembrar. Ya sabía “matear” (colocar el grano en la tierra). También estuvo en la estación Urbieta, Zacatecas (cerca de General Cepeda) y en la estación Rellano, Chihuahua, donde sembró maíz.

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De regreso en el ejido Cuatro de Marzo pidió prestadas tierras para sembrar y los ejidatarios se las facilitaron. Se casó con Angelina Martínez Hernández; procrearon siete hijos. Todavía tiene sus arados y sus herramientas rudimentarias. Él construyó su primera casa, que luego vendió para hacer otra más grande. Elaboró los adobes y juntó las piedras para el cimiento.

Era hábil para seleccionar los magueyes para extraer el aguamiel que vendía en el mismo ejido o en Parras. En el patio de su casa tiene una huerta con nopales, nogales y siembra según la temporada. A pico y pala hizo un pozo donde colecta el agua de lluvia. De lo que queda del carbón lo usa como abono para las plantas y del excremento de los burros obtiene abono orgánico. Recolecta orégano en temporada de lluvias y cría chivas y borregos.

Cuando no tenía camioneta se trasladaba en bicicleta o en carro-mulas del ejido a Viesca. Los ejidatarios, al ver que era muy trabajador y cooperativo, lo hicieron también ejidatario. Nunca lo imaginó, pues vivió rodeado de pobreza y en jacales. Cuando construyeron los caminos de terracería hacia Parras, al tío Tacho lo contrataron para llevar los lonches a los trabajadores. Antes de esas vías sólo existían caminos rodados.

Recuerda que en su infancia, aparte de trabajar, cuidaba a su mamá. Y también rememora que en aquellos años el señor Narro Leos, al llevar su carro de cuatro ruedas lleno de bultos de maíz, atropelló al niño Juan Narro Rodríguez, a quien las llantas de fierro traseras le pasaron por encima y falleció. Ese accidente sucedió en el tramo de Boquillas a la estación de Paila.

El tío Tacho tiene mucha sabiduría para enfrentar la vida y lograr su supervivencia. En el campo, a su hijo Francisco le picó una víbora, él tranquilamente le mordió en la picadura y le chupó el veneno, luego con un pedazo de trapo que trozó al momento, le amarró para que el veneno no avanzara y tener tiempo para trasladarlo.

También tuvo un tocadiscos con el que hacían los bailes. Salía a los ejidos cercanos a brindar sus servicios y a perifonear. Usó las plantas de la región como alternativa medicinal, dice que todo sirve para algo, por ejemplo, la sangre de drago para los dientes, los limpia y los amaciza. Tiene todos sus dientes derechitos y blancos, no sabe lo que es un dolor de muelas. Nunca ha visitado a un dentista y lo dice sonriendo.

Fue presidente del Comisariado Ejidal. Le gusta apoyar en todo lo que puede, es una persona altruista de gran corazón. Hoy, a sus 68 años, sube y baja la sierra y la conoce como la palma de su mano, no padece enfermedad alguna y dice que no existe mejor regalo en esta vida que aprender de los adultos, trabajar arduamente todos los días, porque todos los días se come y se aprende algo nuevo.

jshv0851@gmail.com

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