Viesca: Adelina, la bordadora de servilletas con aguja de gancho
El arte del tejido y el bordado la ha acompañado en sus alegrías y tristezas
Salvador Hernández Vélez
Adelina Muñoz Rosales, a los 2 años, enfrentó el fallecimiento de su mamá. A los 8, comenzó a ayudar a su papá en los quehaceres de la casa. Lo acompañaba a cortar leña y a cocinar. Recuerda que para la despensa siempre compró frijol, maseca, harina, manteca, arroz, chile, tomate y cebolla. Y para alcanzar la chimenea ponía un adobe. Hacía todo lo que fuera posible para poder cocinar, dice que Dios le dio licencia a esa edad para lograrlo.
Nació el 1 de junio de 1964 en Viesca, en el barrio La Saltillera. Fue la única mujer del matrimonio formado por Julián Muñoz Flores y María Inés Rosales Álvarez. Sus hermanos hombres eran mayores. Su papá, al tiempo, se volvió a casar, y de este segundo matrimonio la familia creció con otros diez hermanos, a los que de diferentes formas cuidó para su desarrollo. A falta de su mamá, siendo niña, enfrentó la situación de encargarse de la casa, por tanto, de la cocina y del lavado la ropa. También ayudó en el cuidado de sus hermanos.
Cuando tenía nueve primaveras, veía a la esposa de su papá que tejía y cosía servilletas, le llamó tanto la atención que le solicitó que la enseñara. La señora Jinés accedió, pero como era perfeccionista y cosía ropa ajena, era muy esmerada y lo mismo le exigía a Adelina, para que se esforzara en tejer mejor. La sentaba a un lado a bordar servilletas y se ponían a hilar. Así fue aprendiendo el oficio de bordar servilletas y tejerlas con aguja de gancho, hilando y echando a perder. Una vez que aprendió el oficio, su papá le compró los materiales en San Pedro de las Colonias para que ella elaborara sus propias servilletas. Primero para uso en su casa, luego empezó a venderlas.
Estudió en la primaria Enrique Madariaga Ruiz hasta el primer año. Con eso lo bastó para escribir, leer y hacer cuentas de las ventas de sus servilletas bordadas y los tejidos. Cuenta que en su época de la primaria existía el bullying, que los niños se ponían apodos y las discusiones se hacían de la nada. Por ejemplo, al jugar canicas, se peleaban, las niñas se jalaban de las trenzas, y siempre había pleito.
Adelina es de complexión robusta. Hoy, como muchas mujeres de su edad, se traslada en el pueblo en bicicleta, en ella ofrece sus servilletas bordadas y los tejidos. En su juventud le gustaba ir al cine “Balmori”; ella se lo pagaba con lo que vendía de niña. Dice que no le gustaba que los amigos le “picharan” la coca o el pan.
También trabajó en la pizca de algodón, en el ejido Eulalio Gutiérrez, de Viesca. Ahí conoció al joven Ubaldo. Hubo un flechazo y siempre la invitaba a los bailes, así se hicieron novios. Luego de un noviazgo de seis meses, se apalabraron y huyeron, pero los papás de su novio, el señor Enrique Leos Hernández y Trinidad Mata Sánchez, fueron a entregarla con su papá, quien les comentó que debían casarse, y de inmediato fueron con el juez del Registro Civil. El señor Manuel Ibarra, el juez, se negaba a casarlos, alegando que la novia era menor de edad, pero finalmente el arreglo fue aumentarle dos años en el acta para casarlos. Contrajeron matrimonio el 20 de noviembre de 1979.
Procrearon cuatro hijos: Jesús Aarón, Norma Trinidad, Rodrigo y Heriberto. Su esposo Ubaldo era jornalero, trabajó en la fábrica de sal por un tiempo; luego vivieron de hacer leña y carbón de mezquite. Adelina contribuía con los gastos del hogar bordando servilletas y tejiendo. El 28 de agosto del 2007, a causa de un accidente automovilístico, falleció su hija Norma, de 22 años, dejando a un niño de 8 meses de nombre Daniel Osvaldo. El nieto quedó a cargo de su abuela. Un año después, el 15 de abril de 2008, murió su esposo Ubaldo. Quedó viuda a la edad de 44 años, sin pensión ni servicio médico alguno, por lo que se apoyó en su oficio de tejer y elaborar servilletas para pagar gastos del hogar.
Adelina, en agosto de 2023, sufrió una embolia cerebral. Acudió a sus terapias y se aferró a la vida para continuar haciendo lo que a ella más le gusta: cocinar, bordar y tejer, para ganarse la vida y así ayudar a sus hijos y nietos. En la actualidad cocina en un fogón de leña, prepara un riquísimo caldo de res y menudo, cría cerdos y vende carne y chicharrones. Es devota de San Judas Tadeo y le hace su reliquia. Es un gran ejemplo de resiliencia. El arte del tejido y el bordado la ha acompañado en sus alegrías y tristezas; ha sido un gran refugio que conserva desde su infancia.