viernes 18, julio, 2025

FRACTALIDADES

Viesca: Don Panchito, el hombre que con una vara ve debajo de la tierra

El abuelo materno de Panchito siempre decía que tenía el don de localizar lugares donde había agua, y que Panchito lo heredó

Salvador Hernández Vélez

A Francisco Martínez Torres, “el Varero”, lo trajeron a este mundo la señora Paula Torres Esquivel y el señor Juan Martínez Morales, el 24 de enero de 1931, en San Rafael, Zacatecas, municipio de Mazapil. Aunque tuvo nueve hermanos, todos fallecieron. Otro infortunio fue que su madre quedó viuda en el año de 1934, y fue cuando se trasladó a San Manuel, ejido del municipio de Viesca, a vivir con su familia. La señora Paula era originaria de un pueblo que cultivaba el algodón en la hacienda del Pozanco, que hoy es el ejido Ignacio Zaragoza. Panchito, “el Varero”, no fue a la escuela, aunque sí sabe leer y escribir; le enseñaron sus hermanos mayores. Cuenta que se habituó a aprender porque quería prosperar.

Cuando doña Paula quedó viuda, buscó la manera de generar ingresos para sobrevivir. Mandaba a sus hijos a la pizca de algodón y a hacer mandados a la gente. Menciona con orgullo que la gente de los ejidos y de Viesca siempre fue muy solidaria. Panchito recuerda como hazaña que, siendo niño, se fue con su hermano Juan a la pizca del oro blanco y recolectaron 156 kilos en un día. Lo que ganaron se lo entregaron a su mamá, quien los abrazó y empezó a llorar, tal vez de alegría, al saber que tenían para comer. Recuerda que su mamá luego encontró otra pareja que siempre los trató muy bien; él era ejidatario de San Manuel.

El abuelo materno de Panchito siempre decía que tenía el don de localizar lugares donde había agua, y que Panchito lo heredó. Por eso le pusieron “el Varero”, porque empezó a agarrar las varas de mezquite con sus manos como un juego, pero a veces, cuando caminaba en el monte, sentía que las varas se juntaban en ciertos lugares y, dice, que justo ahí había agua. Así, desde joven y hasta la fecha, ha marcado 365 norias; lleva la cuenta.

También narra con emoción que viajó dos veces en avión: en una ocasión fue a Frontera, Coahuila, con el ingeniero Rodolfo Barrera, y de ahí se trasladaron por tierra al rancho El Novillo, en Guerrero, Coahuila, para marcar lugares para hacer norias. El proceso que sigue es primero localizar dónde hay corrientes de agua subterránea con varas de mezquite (una horqueta); la toma con sus dos puños y la punta señala el sitio a perforar, al sentir una corriente fuerte de agua. Marca los cuatro puntos cardinales, luego hace un círculo y, en el centro, corrobora con la horqueta si existe o no agua. Revela que incluso lo han contratado los de SIMAS para marcar dónde perforar. También ha ido a trabajar de jornalero a Estados Unidos, siete veces de forma legal y otras 11 de “mojado”.

La primera vez que lo llevaron de mojado tenía 11 años; trabajó allá en la pizca de algodón. Regresó a los 19 años, cuando lo contrataron como bracero por siete años seguidos. En Delicias, Chihuahua, se entrenó para pizcar. En Estados Unidos, dice que “el que tiene hambre atiza la olla”. En su adultez, se casó con Juana Pacheco Lira, de San Manuel, y procrearon dos hijos: Lorenzo y Francisca. Luego de un tiempo, enviudó.

Actualmente, don Panchito es presidente de la Vieja Guardia Agrarista en el estado de Coahuila. Compone versos y los canta de memoria; cuenta con 32 libretas con versos y canciones. Está convencido que debe mantener la mente ocupada para no caer en la demencia. Tiene 94 años. Cuando le es posible, toma el camión de pasajeros para ir a la Plaza de Armas de Torreón a “las tardeadas”; ahí baila y disfruta de las tardes con las mujeres de su edad. Vive con una nieta, pero aclara que, a su edad, no depende de nadie.

Don Panchito, “el Varero”, es ejemplo de trabajo y perseverancia. Dice que sus conocimientos de varero lo han llevado a donde no se imaginaba; además, que en su trabajo de pizca o de jornalero siempre se esforzó más de lo que le pedían. Para él, eso era demostrar que se quiere salir adelante, lo cual se logra sólo trabajando.

No padece enfermedad crónica, no usa lentes, lee muy bien y canta a capela. Vive la vida con alegría, porta con orgullo en la bolsa de su camisa sus credenciales que lo identifican, por si se le ofrece. Para él, nada es imposible. Camina mucho para relajarse y despejar la mente; así se inspira para escribir sus versos y canciones, que sigue cantando de memoria, sin equivocarse. En su mente también se anida la fuerte idea de que el don de varero lo heredó de su abuelo.

jshv0851@gmail.com

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