martes 20, mayo, 2025

Viaje a Italia

(¿Qué es el amor: alegría, gusto, pasión, admiración mutua, cariño inmenso, compañía, necesidad, costumbre, miedo a perderse?)

Raúl Adalid Sainz

El cine puede ser el velo transparente de lo que no alcanzamos a vislumbrar, pero sí a sentir. En este caso el hastío. El crepúsculo de un matrimonio. El director Roberto Rossellini nos muestra un lienzo de una pareja británica en un viaje comercial (el arreglo de una herencia) por Nápoles.

El encuentro de la pareja a solas, y en otro entorno les dirá verdades. No hay nada en común aparentemente. Su relación se ha construido en el vacuo acompañamiento. En la bruma del estar en medio de otros siempre. Al llegar a Nápoles la verdad brillará por sí misma. Juegan el juego de querer estar pero asomarán los tonos de querer darse celos. Como una reafirmación a sus individualidades. Fuera máscaras.

A los días siguientes y ya en la villa a las afueras de Nápoles, población rural donde está la casa heredada a vender, el matrimonio saldrá a sus actividades por su cuenta. Ella a los museos en Nápoles, él a la isla vecina de Capri a divertirse.

Esta sería la anécdota a grandes rasgos. Lo interesante es cómo narra Rossellini este desgaste. Las tomas muestran eclipses de tono, noche y día de la ciudad, mañanas de sol en la villa vecina. Es el alma en dolor de los personajes.

Vemos un Nápoles en sol en las visitas de Katherine Joyce (Ingrid Bergman) a los museos. En su camino vemos mujeres embarazadas, risas de niños, el mundo en vida del pueblo italiano. Una constante escuchamos: canciones napolitanas. El contraste vital al mundo ocre de la pareja británica. Es también un choque de culturas. Alex y Katherine, no alcanzan a comprender por la sombra del hastío.

Alex, el marido, encuentra en Capri la novedad. Frecuenta bares. Y la compañía de una mujer en suspenso de abandono de su marido. El regreso de él a la villa con su mujer traerá el dictamen final: hay que divorciarse. En una visita a las ruinas de Pompeya, al ver los cadáveres de las víctimas del volcán Vesubio, ella sufre una ebullición de alma. Lo visto, la muerte, reflejará su estadío.

La pareja regresa a la casa de campo. En su camino encontrarán su peripecia. Una enorme peregrinación religiosa a la virgen entorpecerá el trayecto. Bajan del auto y el tumulto arrastrará a ella. Alex va en su búsqueda y la rescata. Ahí viene el reencuentro. Se abrazan, se besan y se dicen que se aman.

Así es el amor ¿o la necesidad? ¿Qué nos quiere decir Rossellini? Lo contradictorio del mundo de la pareja no tiene límites. Las imágenes cinematográficas son las que son un pincel que nos permiten atisbar qué es la relación de pareja (peculiar en este caso) por ese viaje a contraluz por Italia.

Martin Scorsese, el director italo-norteamericano, ha catalogado a «Viaje a Italia», como la precursora del cine moderno. Quizá porque indaga con la cámara al interior del alma de los personajes y en una narrativa donde las imágenes son de una elocuencia de detalles de vida en ecos del acontecer de los personajes centrales. El manejo de la cámara es de una novedad asombrosa para la época: 1954.

Rossellini, un director iniciador del neorrealismo italiano, junto con De Sica, Fellini, Visconti, marcará rumbos en la cinematografía. A los pocos años Antonioni experimentará rumbos del crepúsculo de la pareja en sus narrativas en «La Noche», «La Aventura», y «El Eclipse».

En «Viaje a Italia», la pareja central, interpretada por Ingrid Bergman y George Sanders están excelentes en sus actuaciones. Un cine italiano de esa época que siempre revelará mundos inquietantes de vida. Hoy que habrá notable reducción de presupuesto para el cine mexicano, los guionistas y directores nacionales, deberían asomarse a este tipo de cine no costoso, donde la historia y el modo narrativo era lo fundamental. No hay mal que por bien no venga.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

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