Un llamado a la igualdad
Daniella Giacomán
En julio del año pasado, en la parroquia de Santa María Magdalena, tuve la suerte de presenciar lo que ahora conozco como la liturgia de la palabra, celebrada por una ministra extraordinaria de la comunión.
Una emoción indescriptible me embargaba: estaba en una parroquia erigida en honor a Santa María Magdalena, escuchando a una mujer, ministra extraordinaria de la comunión, llevar la liturgia de la palabra.
Recuerdo que llegué con muchas preguntas queriendo entrevistar al encargado del templo por los festejos patronales y no lo encontré; no me fui con las manos vacías, presencié una bella liturgia donde, además, el coro era integrado por tres o cuatro mujeres.
La mayoría de las presentes éramos mujeres: algunas con niños, otras de más edad, que estaban atentas. Cuando escuché hablar a la ministra no pude evitar conmoverme hasta el nudo en la garganta.
Pero pasaron los días y la incomodidad tocó mi puerta. ¿Hasta cuándo la iglesia católica seguirá reservando el sacerdocio solo para los varones?, ¿algún día podremos presenciar a una mujer oficiando una misa?
Mientras que, en otros ámbitos, las mujeres han logrado abrir camino en puestos de liderazgo y poder, en la iglesia las puertas (del sacerdocio) siguen cerradas. Las ministras pueden realizar ciertas funciones, pero nunca consagrar la Eucaristía ni ocupar el lugar del sacerdote. Este espacio sigue reservado solo para ellos.
En 2016, el ahora recién fallecido Papa Francisco, elevó la festividad de María Magdalena al rango de festividad litúrgica, lo que la ubica al mismo rango de los apóstoles
¿Por qué después de más de 2 mil años de historia ocurre esto? Durante siglos. ha sido mencionada, sí, pero a menudo con una imagen distorsionada o etiquetada como la «pecadora arrepentida», como la «mujer de la que habían salido siete demonios», según el Evangelio de San Lucas.
Hasta hace poco se reivindicó la figura de ella separándola de la asociación con una pecadora o prostituta. Juan Pablo II la nombró «Discípula del Señor» y Francisco la nombró «Apóstol de los apóstoles». Pero, hasta cuándo se le va a dar su lugar a una figura que, a pesar de su cercanía con Jesús y su rol en las Escrituras, ha sido vista bajo una sombra de descalificación, lo que «pudiera» reforzar la idea de que las mujeres deben permanecer en segundo plano.
Quizá la razón de la «lentitud» en reconocer el rol central de las mujeres en la iglesia está relacionada con la misma visión patriarcal que prevalece no solo en el Vaticano, sino en quienes están en el poder.
Para muestra, el duro mensaje que da la hermana Agnes interpretada por Isabella Rossellini, en la película «Cónclave». «Nos creéis ciegas, sordas y mudas, pero oímos, vemos y hablamos»
Y yo añadiría dos cosas: pensamos y podemos decidir; el libre albedrío es para todos, no solo para unos cuántos.
Pero quiero pensar que no todo está perdido, que algún día la religión católica entenderá que, en estos tiempos de guerra espiritual, la humanidad quiere abrazar la palabra de Dios, pero en el camino hay muchos obstáculos que ya no deben serlo. Tal vez algún día, no muy lejano, veremos a una mujer consagrando la Eucaristía o liderando una misa con la misma dignidad que los hombres.
«No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús»
(Gal 3, 28)
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