Luis Alberto Vázquez Álvarez
La barbarie ha tenido siempre como enemigo acérrimo al saber; el asesinato de sabios como Arquímedes en Siracusa en 212 a.C. sin motivo alguno; la condena a Sócrates a beber la cicuta en 399 a.C. por la Heliaia por enseñar a pensar a los jóvenes atenienses o el asesinato de Hipatia de Alejandría, la más genial mujer filósofa, matemática y astrónoma de la antigüedad por una turba de fanáticos cristianos en 415 d.C., son ejemplos de que los ignorantes más brutales están dispuestos a ejercer su ferocidad contra quienes se atreven a disentir de su vandalismo intelectual.
Un ejemplo de autoridades oscurantistas es la quema de libros que no comulgan con los criterios políticos del gobernante en turno: Tomás de Torquemada, gran inquisidor español quemó públicamente libros considerados heréticos contrarios al catolicismo, judíos, islámicos, protestantes, científicos y filosóficos que desafiaban las enseñanzas de la Iglesia, creando el “Índice de libros prohibidos”, vigente por 367 años =1599-1966=. El 10 de mayo de 1933 en la Bebelplatz de Berlín, los nazis quemaron libros contradictorios a su ideología.
Desde la enseñanza peripatética de los filósofos griegos hasta la Universidad de Al Quaraouiyine en Fez, Marruecos, fundada en 859 d.C., reconocida por la UNESCO como la primera universidad del mundo, o la más antigua de Europa. Universidad de Bolonia en Italia, fundada en 1088; el respeto irrestricto a sus valores en el campo de educación de alta calidad, fomento a la investigación e innovación en diversas disciplinas para avanzar en el conocimiento y resolver problemas sociales, económicos y tecnológicos así como facilitar el crecimiento personal y profesional de los estudiantes promoviendo valores éticos, la responsabilidad y el pensamiento crítico, han sido prototipo de respeto intelectual; poseer una universidad emblemática es un orgullo nacional.
En 1999 la UNESCO presentó su Declaración Mundial sobre la Educación Superior en el Siglo XXI, cambiando muchos criterios: “La educación superior debe reforzar sus funciones al servicio de la sociedad, y más concretamente sus actividades encaminadas a erradicar la pobreza, la intolerancia, la violencia, el analfabetismo, el hambre, el deterioro del medio ambiente y las enfermedades, mediante planteamientos interdisciplinarios para analizar los problemas y las cuestiones planteadas”, creando una responsabilidad social trascendente y comprometiendo a todas las universidades con la justicia social.
La Universidad de Harvard; institución privada de investigación ubicada en Cambridge, Massachusetts. Fundada en 1636, es la más antigua de los Estados Unidos. Conocida por su prestigio colegial, ha sido cuna académica de miles de estudiantes y presume haber educado multitud de premios nobel y cientos de presidentes de países de todo el orbe. A lo largo de su historia se ha distinguido por su respeto irrestricto a opiniones y criterios lo mismo políticos que científicos o filosóficos, incluso divergentes a su criterio, ofreciendo lo más esencial: la libertad de pensamiento de sus estudiantes y la libertad de cátedra de sus profesores.
Esta semana Donald Trump decidió insultarla llamándola “Chiste” y retirarle 2,200 millones de dólares en subvenciones federales debido a que Harvard se negó a cumplirle sus infantiles caprichos como “combatir el antisemitismo” en el campus (léase correctamente: “Apoyo al pueblo palestino”). También amenazó con eliminar su exención fiscal, argumentando que debería ser gravada como una entidad política. Así mismo solicitó una auditoría de las opiniones de estudiantes y profesores; ellos deberían pensar como los supremacistas blancos neonazis americanos.
Harvard rechazo dignamente estas demandas, su presidente, Alan M. Garber, respondió con firmeza: “… la universidad no renunciaría a su independencia ni a sus derechos constitucionales”. Así mismo denunció que esas exigencias representaban una «regulación gubernamental directa de las condiciones intelectuales». Harvard no aceptará las reformas políticas impuestas. La universidad defendió su postura, destacando la importancia de la autonomía universitaria y la libertad de pensamiento, y se negó a eliminar programas de diversidad y a restringir las protestas estudiantiles.
Idéntica agresión sufrió la Universidad de Columbia que originalmente cedió, pero ahora su presidenta expresó: “No permitiremos que el Gobierno federal nos exija renunciar a nuestra independencia y autonomía; no tiene derecho a dictar lo que enseñamos, investigamos o a quién contratamos»,
¡Entiéndalo anencefálicos, no es el dinero, es el respeto a la tolerancia y la diversidad!
«La libertad de pensamiento es la esencia de la libertad.» – Benjamín Franklin, padre fundador de USA.