martes 18, marzo, 2025

Dogma de Fe 

Marcos Durán Flores

¿Et tu Brute?

El adivino había tenido razón desde el principio. Durante un mes había estado advirtiendo a Cayo Julio César que su vida corría peligro. El dictador se burló del astrólogo convertido en profeta, llamado Spurinna, que visitó a César la mañana del 15 de marzo del año 44 a. C. (los Idus de Marzo para los romanos), porque aún estaba muy vivo.

Muchos siglos después, esa historia se conoció gracias a la dramatización de Shakespeare. Los Idus de Marzo están vinculados para siempre con el asesinato de Julio César. Esa frase del adivino, ‘Cuidado con los idus de marzo’, es concisa, y la gente la recuerda, aunque no sepa por qué. Y es que hasta ese día, Julio César gobernó Roma, pues el gobierno republicano tradicional había sido suplantado por una dictadura temporal, que anhelaba convertirse en permanente.

Shakespeare relata que tras la victoria de César en la sangrienta guerra civil contra su rival Pompeyo, Décimo, junto con Bruto, Casio y otros nobles destacados, decidieron librar a Roma del hombre recientemente nombrado «Dictador Vitalicio». Si fracasaban, razonaron, la República Romana se convertiría en el Imperio Romano, una abominación para cualquiera que amara la libertad.

Eso inició una conspiración para asesinarlo y planearon hacerlo en una sesión en el Senado, el corazón mismo de la ciudad eterna. Por eso, cuando les dijeron que César había cancelado la reunión, ante la insistencia de su esposa Calpurnia, que en una pesadilla lo vio asesinado violentamente y se despertó gritando y suplicándole que cancelara la reunión que tenía con el Senado, los conspiradores entraron en pánico. Todos estaban listos. Cada uno ocultaba una daga en su toga y comprendía que César pronto abandonaría Roma en busca de la guerra. Era ahora o nunca. Así que Décimo se dirigió a la casa de César en un intento desesperado por hacerle cambiar de opinión y pedirle que asistiera a su junta con el Senado.

Halagándolo hábilmente, le recordó que ya no necesitaba el Senado para gobernar, pero le advirtió que no los ofendiera innecesariamente, especialmente mientras se preparaba para la guerra. Luego preguntó con delicadeza: «¿Alguien de tu estatura prestará atención a los sueños de una mujer y a los presagios de hombres insensatos?». César, de 55 años, con una calvicie incipiente y siempre sensible a su masculinidad, mordió el anzuelo. Agradeciendo a Décimo, dejó que el general lo tomara de la mano —un gesto de sumisión y amistad— y lo condujera triunfalmente a la cámara del Senado. Por supuesto, todos seguían allí. Era mediodía. Al llegar, César ocupa su asiento y Tillio Cimber, senador, lo agarró por la toga y lo inmovilizó contra su silla. «¡Vaya, esto es violencia!», gritó César.

Y entonces llegaron los golpes. César se levantó para enfrentarse a sus asesinos, pero veinte asesinos lo rodearon y cada uno tuvo su turno para acuchillarlo con él.  César logró llamar a su amigo y confidente Bruto. (El César de Shakespeare grita «¿Et tu Brute?», pero probablemente en realidad gritó «¿Tú también, hijo?». Julio César murió de veintitrés, para ser precisos.

Los Idus de Marzo adquirieron, pues, entre los ciudadanos romanos existía un duro debate, pues unos estaban encantados con la muerte de César, y otros horrorizados. El debate sobre su destino se ha extendido a lo largo de los siglos y fue retomado por importantes figuras literarias. En el Infierno de Dante, por ejemplo, César se encuentra en el Limbo, un lugar relativamente agradable del infierno reservado para los virtuosos no cristianos.

Pero Bruto, está en el mismísimo centro del infierno con Judas, siendo devorado por Satanás. Shakespeare los muestra a ambos como seres humanos con sus propias debilidades y fortalezas. Pero ya fueran héroes o asesinos, los verdaderos asesinos de los Idus de Marzo sufrieron consecuencias desastrosas.

En un par de años, Bruto y Casio murieron y jamás lograron restaurar la República, y en realidad lo que hicieron fue instaurar una dictadura permanente bajo los futuros emperadores romanos, lo contrario de lo que pretendían.

Roma perduraría como monarquía durante otros 400 años, hasta que finalmente se derrumbó en el caos de la Edad Media, dejando a la humanidad preguntándose qué habría sucedido si César hubiera escuchado los sueños de una mujer y los presagios de hombres insensatos.

@marcosduranfl

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