sábado 21, junio, 2025

LUDISMO E INTELIGENCIA ARTIFICAL

Luis Alberto Vázquez Álvarez

Otra de las grandes paradojas del ser humano es buscar el cambio, lo novedoso, dar pasos a otra dimensión, crear expresiones diferentes, luchar por salir de lo obsoleto; pero al mismo tiempo tiene miedo de abandonar su zona de confort y de caer en la tentación de una transformación que lo prive de lo obtenido, es decir, no le gusta arriesgar lo seguro por algo diferente. No obedece la máxima norma de la naturaleza que es el cambio. La mayoría de las veces, cuando busca lo distintito, lo quiere encontrar en los demás, jamás en sí mismo.

1779 Ned Ludd, un joven inglés se lanzó a romper dos telares y su nombre fue emblema de un movimiento encabezado por maquiladores británicos que entre los años 1811 y 1816 protestaron contra las nuevas máquinas que les remplazaban en el trabajo y provocaban despidos masivos y sueldos de hambre tras la llamada Revolución Industrial. Esa que, según ellos, amenazaba con reemplazar a los humanos por telares que producían mayor número de artículos de mejor calidad, en menor tiempo y sin necesidad de paga o descanso. Una variante agrícola de este fenómeno social ocurrió cuando en 1830 en el sur de Inglaterra ocurrieron los “Disturbios Swing” que se centraron en romper máquinas trilladoras; los jornaleros estaban enojados porque los terratenientes habían traído maquinaria que pensaban significaría la pérdida de su medio de vida, ya que, dado que ellos vivían en la finca patronal, la maquinaria para reemplazarlos significaba  no solamente perder sus trabajos, sino también su hogar, por lo que su miedo era muy racional.

Desde hace ya varias décadas la tecnología está cambiando al mundo, ya no se producen muchos artículos que antes hacían impensable la vida digna sin ellos; ahora son obsoletos y pocos los recuerdan, menos aún los usan (máquinas de escribir, teléfonos fijos caseros, tocadiscos y hasta medios de comunicación tradicionales además de muchos otros) Sin embargo, la innovación más fuerte y reciente es la Inteligencia Artificial (IA) algo que al igual que la lengua humana, lo mismo bendice que maldice. Su rápido y destellante avance ha cautivado al mundo entero, pero su diversidad y utilización ha asustado a muchos, fácilmente se puede transformar un discurso de amor en plegaria de odio utilizando rostros, gestos, voz, tono y entonaciones lo mismo del Papa que del delincuente más buscado en el mundo,

En Europa, donde ya está vigente el uso de la IA en la industria, la economía y hasta en la guerra, existe el justo y hasta probable temor de que llegue a desplazar cientos de millones de trabajadores y cree un conflicto laboral de proporciones mayúsculas. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI) en las economías más avanzadas podría afectar hasta un 60% de la planta industrial ocupada por humanos, en las economías emergentes afectaría a un 30%; sin embargo, la calidad y cantidad de la producción crecerían, lo cual reduciría la demanda de mano de obra y quienes quedaran ocupados lo harían con merma de sus salarios y la contratación nueva restaría prestaciones sociales. En situaciones más extremas, podrían desaparecer infinidad de empleos y la pregunta es: Con una gigantesca masa desempleada ¿Quién compraría esos maravillosos productos ideados, diseñados y producidos por la IA?

Lo mismo en las relaciones sociales que en las económicas, tendremos que revolucionar políticas éticas, legales y comunitarias que permitan explotar de forma segura el vasto potencial de la IA en beneficio de la humanidad y recordar que lo único inmutable en este mundo, es el cambio; el cual es inevitable y el factor dominante en todas las sociedades, siéndolo ahora más que nunca. Sin embargo, frente a él subsisten los absurdos que no quieren cambiar ni en economía ni en lo social, menos en lo político donde unos pocos insensatos creen que la democracia era cuando la casta divina de conservadores dominaba todos los ámbitos y ahora que el pueblo es quien decide, hacen fúrica diatriba sobre que la democracia está desapareciendo. George Bernard Shaw muy bien aseveró: “El progreso es imposible sin el cambio y aquellos que no pueden cambiar sus mentes no pueden cambiar nada”.

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