Jessica Rosales
Hasta en la fe hay oportunismo político
La representación de Coahuila en el Vaticano, un evento cargado de fe y orgullo, se convirtió en blanco de críticas que evidencian ignorancia, racismo y oportunismo político de algunos personajes locales. Mientras un grupo de 48 integrantes de la Danza de la Virgen María de la Medalla Milagrosa de Torreón danzaba en los majestuosos pasillos del Vaticano, voces como la del dirigente estatal de Morena, Diego del Bosque, buscaron deslegitimar su presencia, llamándolos “fifís” por su origen socioeconómico y el tono de piel de las participantes.
Estas declaraciones reflejan una visión discriminatoria y estereotipada que reduce la fe y la tradición a una cuestión de apariencia o clase social. Asumir que las personas de tez blanca no pueden formar parte de una expresión de fe como la danza de los matachines es ignorar la esencia de esta tradición: la devoción y el compromiso espiritual, no las características físicas o económicas de sus participantes.
Si bien es cierto que estas danzas surgieron en comunidades rurales e indígenas, donde la fe y la cultura se manifiestan colectivamente, esto no significa que la tradición pertenezca exclusivamente a estos contextos. Hoy en día, cualquier persona, independientemente de su condición económica, puede ser un matachín, siempre que respete la tradición y participe con devoción.
Al criticar al grupo de la Medalla Milagrosa por su origen socioeconómico, Del Bosque incurre en una forma de racismo que contradice los valores de inclusión y respeto que debería defender.
La Danza de la Virgen María de la Medalla Milagrosa tiene una trayectoria de más de 38 años. Su origen se remonta a la Iglesia del Buen Pastor en Torreón, donde nació como una expresión de fe dentro de la catequesis. Más tarde, el grupo se trasladó a la parroquia de San Pedro Apóstol, y finalmente a la Iglesia de la Medalla Milagrosa, donde se ha consolidado como un grupo numeroso y diverso de alrededor de 350 danzantes, integrado por personas de todas las edades y orígenes.
Pilar Monchoholí Valadez, integrante de la danza, explicó que el grupo realiza labores sociales e incluye a niños con autismo en sus actividades, destacando su carácter inclusivo y comunitario. “La danza no es cuestión de estatus, es una expresión de fe. Nuestro grupo está compuesto por personas de diversas edades y orígenes”, señaló.
Además, aunque se intentó utilizar el tema para desacreditar al gobierno estatal, que sumó esfuerzos con la iniciativa privada para promover la gastronomía y las tradiciones coahuilenses, Pilar Monchoholí reveló que la invitación para participar en el Vaticano fue gestionada por Sergio Dávila, hermano de una de las integrantes de la danza. Dávila, quien trabaja en la Santa Sede, al enterarse de que Coahuila sería el estado mexicano invitado, extendió la invitación al grupo para que se sumara a la comitiva.
La presencia de los matachines en el Vaticano fue un acto de devoción y orgullo cultural. Cada tambor llevaba listones con las peticiones de la comunidad lagunera, simbolizando la conexión espiritual entre los danzantes, la Virgen y las personas que confían en ellos para elevar sus plegarias. “Traemos el corazón de nuestra danza en el tambor, lleno de peticiones y oraciones. Es nuestra forma de alabanza, una conexión espiritual que no puede explicarse con palabras”, expresó Pilar.
Además, es importante destacar que, en el contexto actual de las diversas vulnerabilidades que enfrentan las mujeres en nuestro país, resulta motivo de orgullo que este grupo haya sido representado en esta ocasión exclusivamente por mujeres.
Lejos de representar una cuestión de privilegio, esta participación marcó un momento histórico: fue la primera vez que un grupo de matachines de La Laguna ingresó danzando a El Vaticano, mostrando al mundo la riqueza de las tradiciones guadalupanas de Coahuila.
Mientras los danzantes representaban con orgullo a México, las críticas de Diego del Bosque evidenciaron no solo un desconocimiento de la tradición, sino también un oportunismo político que buscó desviar la atención. Además, resulta irónico que, Del Bosque, como dirigente de Morena, critique la participación de este grupo mientras guarda silencio sobre la falta de criterios en iniciativas como la pensión universal, que beneficia a personas sin necesidad económica.
Reducir una tradición espiritual a estereotipos de clase o raza es un acto discriminatorio que divide en lugar de unir. La danza de los matachines, como lo explica el Padre David López, quien estudia en Roma y fue testigo de este gran momento de representación de su tierra natal, “es un testimonio de devoción y gratitud, abierto a personas de todos los orígenes y edades”. Cualquier intento de politizarla o limitarla a ciertos sectores es una falta de respeto a su esencia.
La danza de los matachines es mucho más que un traje o una coreografía. Es una manifestación viva de fe, una tradición que une a las comunidades y trasciende las etiquetas de raza o clase. Este evento en el Vaticano fue un recordatorio de que la espiritualidad no discrimina y que las tradiciones culturales son un patrimonio de todos. En un mundo lleno de divisiones, la fe y la cultura deberían ser un punto de encuentro, no de controversia.