Raúl Adalid Sainz
Recibí la inolvidable invitación, en el año 2016, del maestro director teatral Luis De Tavira para ser parte del elenco actoral de la obra “Pequeños Zorros”, de Lillian Hellman. Misma a representarse en el “Teatro Santa Catarina”. Un plus tenía esa invaluable invitación: iba a conocer a un artista escénico maravilloso, un creador de mundos, un poeta del espacio y de la iluminación: el maestro Alejandro Luna.
Una lluviosa tarde del mes de junio de 2016 lo conocí personalmente. Ahí estaba él, con una gorrita, una chamarra gris con bufanda y sus lentes. El espacio: un salón de ensayos de la “Compañía Nacional de Teatro”. Nos fue presentado como nuestro escenógrafo de la obra a crear por el maestro Luis De Tavira.
Él escuchó atento la lectura de la obra que hicimos en frío. Hacía anotaciones, escuchaba sereno. En un descanso al término del primer acto (es de tres actos la obra) salió a fumar. Nos unimos a él, el actor Pedro De Tavira y un servidor.
Sus ojos irradiaban contento. Lo escuchaba decir que el texto era maravilloso. Yo sentía el enorme gusto de compartir esa experiencia que estaba comenzando. A partir de ahí, Alejandro Luna fue a todos los ensayos, primero en la sede de la “Compañía Nacional de Teatro”, luego en el “Teatro Santa Catarina”.
En las mañanas y parte de la tarde, el maestro trabajaba en la construcción del espacio. La sorpresa al mudarnos a ensayar al teatro fue ver la casi terminada escenografía de la obra. Un asombro. Una casa rica del sur de Alabama en los Estados Unidos comenzaba a tener vida.
Dos elementos llamaban poderosamente mi atención: una escalera como foco central contundente y un espejo que reflejaba el fondo de un comedor en la parte lateral del escenario. Poco a poco el maestro Luna fue conformando su espacio.
Una puerta de entrada, dos escalones que llevaban a la sala. Una especie de compuerta debajo de las escaleras que era el área de servicio para los quehaceres de los criados. La mueblería de época precisa, sugerente en presencia y colores; imperando el color café con leves tonos en rojo.
Una casa de principios de 1900. Todo el detalle se significaba: cafetera, tazas, cucharas, botella vieja conteniendo un jarabe, paraguas antiguo, periódico del tiempo correspondiente, un piano pequeño, un cuadro con imagen de una plantación de algodón, copas, una silla de tres ruedas, cubremesas; un tapete central, una luz central de candelabro, en el primer piso un pequeño pasillo y una puerta que daba a las habitaciones.
Y el toque final: una iluminación que enfatizaba ámbitos, que creaba tonos y atmósferas. Una magia escénica. Alejandro Luna era un “Merlín”, la escenografía e iluminación era elocuente en su belleza, pero era algo más: era el cantar del duende que se despertaba y matizaba de acuerdo al texto en su importancia y en el qué decir de la puesta en escena por parte del director.
Alejandro Luna era un cocreador junto al director Luis De Tavira. La situación emotiva, el qué y el para qué, el tiempo jugando su parte en la acción, los clímax, el suspenso, el dolor y el desenlace eran simbolizados vivamente en aquel trabajo escenográfico y lumínico del maestro Alejandro.
Del pequeño espacio del “Teatro Santa Catarina”, Alejandro Luna parecía engrandecerlo, jugó con cada milímetro del lugar. Todo se conjugaba en un todo. Texto, dirección, actuación, vestuario, luz y escenografía. Había poesía viviente en ese teatro.
No olvidaré nunca como tuve que apropiarme de aquella gigantesca escalera donde tenía que morir de un infarto rodando por ella. Para cada función practicaba esa caída. Un día el maestro llegó temprano al teatro y me vio ensayar en las escaleras, riéndose me dijo: “Ya no practiques tanto, ya te sale re bien”. Cómo olvidar su cara de alegría cuando le pregunté qué le había parecido a su hijo, el actor Diego Luna, la obra: “Le encantó”, me dijo acariciando su inseparable cigarro. Un tipazo el maestro.
Siempre veía con suma atención los ensayos. Se iba caminando al teatro. Me decía que le encantaba ese proceso de la obra, “Me vengo andando, mi casa está muy cerquita, vivo en el “Callejón del Aguacate”. Entrañable rincón de Coyoacán.
Nunca olvidaré su presencia en “Casa de Coahuila», de la Ciudad de México, para la presentación de mi libro: «Historias de Actores». Conservo una foto con él y el maestro Luis De Tavira, el día de esa noche de presentación. Un tesoro invaluable para mí, es como la obtención de un título profesional.
Del gran maestro Luna recuerdo sus escenografías de: “El Cocodrilo Solitario del Panteón Rococó”, dirección de Julio Castillo, aquellas tumbas en el panteón me son inolvidables. Su gran tratamiento del espacio, dando al mismo una profundidad abismal en “Armas Blancas”, dirección de Julio Castillo, gran trabajo lumínico del maestro Luna.
Su espacio sugerente en “El Ritual de la Salamandra”, de Hugo Arguelles en dirección talentosa de su hermana Marta Luna. Su hechizante naturalismo en aquel espacio de la vieja pareja, Ignacio Retes y Carmelita González, en la entrañable “Visita del Ángel”, de Leñero, a dirección de Ignacio Retes. Aquella simbólica y realista escenografía creadora de atmósferas, de estadíos emocionales y de sentencia del tiempo en “De la Vida de las Marionetas”, en dirección genial de Ludwik Margules. Dos talentos creativos se juntaron en esa inolvidable obra.
Su gran trabajo lumínico y de manejo del espacio en aquel realismo maravilloso conseguido en “Luna Negra”, de Jesús González Dávila y dirección honda de Raúl Zermeño. Su paso en postal que amarillea el tiempo, en “Fotografía en La Playa”, dirección de Alejandra Gutiérrez, su gran trabajo en dirección de arte en la película “Frida Naturaleza Viva”, de Paul Leduc.
La locura creativa en “El Hacedor de Teatro”, al lado de Juan José Gurrola. Aquella casa freudiana en aquella “La última Sesión de Freud”, en dirección de Pepe Caballero. Su último y preciso trabajo en, “Tragaluz”, a dirección de Luis De Tavira; aquella luz de tragaluz filtrándose en la parte alta de la puerta de aquel melancólico departamento era la metáfora de una pareja en su ahogo de dolor y separación.
El pequeño espacio del “Teatro Rogelio Luévano», de “La Casa del Teatro” (lugar de la escenificación) era aprovechado hasta su última partícula. Muchos son los trabajos de este reformador y fundamental creativo en la escena mexicana.
“He llegado a pensar seriamente que la escenografía no existe…existe el teatro”: declaración de Alejandro Luna. Aunque también el maestro ha afirmado: “Escenografía es dirección”. Luis De Tavira ha dicho de él: “Poder de reflexión provocadora”. Rodolfo Obregón en su artículo para la revista “Proceso”, 20 de enero 2002, páginas 67 y 68.
En una entrevista hecha por el director Antonio Castro a Alejandro Luna, en 2012 para la revista “Letras libres”, en su artículo “La Poética del Espacio”, el maestro Alejandro dijo: “Desde mis primeros trabajos quise hacer algo que no tenía que ver con el realismo ni con los pintores. Rápidamente me di cuenta de que yo pensaba el teatro en términos de espacio. Adolphe Appia (escenógrafo suizo, pionero en las teorías del teatro moderno) fue un visionario fantástico: el primero en entender que es la luz lo que determina el espacio. Tal vez no he tenido un estilo definido, categórico. No me ha importado. Para mí el trabajo ha sido siempre junto con el director”.
El escritor y director de teatro Hugo Hiriart lo llamó: “El ojo más rápido del teatro mexicano”. Durante mi proceso de trabajo con él, cuando lo observaba en los ensayos de «Pequeños Zorros», saqué está conclusión y la apunté: El maestro Luna al ver un espacio lo empieza a construir. Sus ojos contienen esa alquimia del mago.
En un ensayo me comentó, más o menos así, acerca de la escenografía: «es el tercer elemento fundamental del teatro: lo son el actor, el espectador y el espacio, la escenografía es medular, hace nacer la puesta, la sustenta y la dirige. Su geometría dirige el movimiento». No era una definición, era una claridad de un quijote que ha cabalgado los espacios de la escena.
En el año 2001 recibió el “Premio Nacional de Ciencias y Artes”, asimismo ha sido merecedor de la “Medalla Bellas Artes” en el año 2016. Arquitecto, escenógrafo, iluminador, ha trabajado en más de 200 obras teatrales. Pero sobre todo yo agregaría que es un niño que juega a crear mundos espaciales. Un hechicero que trafica con la vida, con la fantasía, con la ficción que torna con la cara de la vida.
¡Gracias maestro Luna por todo lo que ha dado al teatro y a los que hemos tenido el gusto enorme de conocerlo!
Notas: El escrito fue hecho un par de años antes de la partida del maestro Luna. Él nos dijo adiós un 13 de diciembre del 2022. Las fotos que acompañan a la del maestro Luna, corresponden, la primera, a la escenografía para «Pequeños Zorros», la segunda es un trofeo para mí, fue el día de la presentación de mi libro, «Historias de Actores»; estuvieron conmigo estos dos grandes de la escena nacional teatral: Alejandro Luna y Luis De Tavira. Aún me pregunto si fue cierta aquella noche.
Raúl Adalid, Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.