Jessica Rosales
Padres de familia, claves para frenar la violencia escolar
En los últimos meses, hemos sido testigos de incidentes preocupantes que involucran a jóvenes en situaciones de violencia y falta de respeto, tanto en el interior como en el exterior de las escuelas. Riñas a la salida de los planteles, estudiantes que agreden a trabajadores administrativos, y recientemente un caso alarmante: un menor de cuarto de primaria en Torreón que detonó un arma de fuego, presuntamente con la intención de venderla a un compañero. Este último caso, aunque no dejó heridos, plantea una pregunta perturbadora: ¿cómo es que un niño tiene acceso a un arma de fuego y por qué sus padres no lo detectaron a tiempo?
Otro caso es el ocurrido hace varias semanas en el CBTIS 97, un claro ejemplo de la alarmante falta de valores y respeto que estamos viendo entre nuestros jóvenes. Allí, un grupo de estudiantes agredió a una trabajadora administrativa que intentaba poner orden en la salida del estacionamiento. Como si la falta de respeto y la violencia hacia un adulto no fueran suficientes, la situación ha tomado un giro aún más inquietante: los padres de estos estudiantes no solo respaldaron la conducta de sus hijos, sino que presentaron una denuncia contra la víctima de la agresión, exigiéndole una suma considerable, ¿para borrar qué? ¿La agresión que sus hijos ejercieron contra ella? Este acto no solo pone en evidencia la irresponsabilidad de los padres al justificar lo injustificable, sino que envía un pésimo mensaje de impunidad y falta de respeto.
Lo que agrava la situación es la respuesta de la misma institución. En lugar de actuar con firmeza y respaldar a su trabajadora administrativa, el CBTIS 97 decidió proteger a la estudiante agresora, ignorando completamente la gravedad de la situación. Esto envía a los alumnos un mensaje de que el respeto y los valores son secundarios ante la presión de un grupo de padres que prefiere cegarse ante el comportamiento inaceptable de sus hijos. Con esta respuesta, el plantel no solo fracasa en su misión educativa, sino que valida implícitamente que los estudiantes pueden agredir, desafiar y faltar al respeto sin enfrentar consecuencias.
El caso del CBTIS 97 no es solo un incidente aislado; es el reflejo de una cultura de impunidad que estamos fomentando. Al proteger a los agresores y permitir que actúen sin sanciones, estamos formando una generación que crecerá creyendo que puede actuar sin asumir responsabilidad alguna. Estos jóvenes, al notar que no pasa nada cuando transgreden las normas y faltan al respeto a los adultos, se convierten en candidatos potenciales a protagonizar riñas dentro o fuera de los planteles escolares. Ya han aprendido que la violencia no tiene consecuencias para ellos y que incluso sus padres y su escuela estarán dispuestos a defenderlos, sin importar lo incorrecto de sus acciones.
Este tipo de respuesta institucional y familiar no solo afecta a los involucrados, sino que tiene un impacto en toda la comunidad estudiantil. Los demás estudiantes observan y aprenden, internalizando que las reglas y el respeto hacia las autoridades son cosas opcionales. El mensaje es claro: pueden hacer lo que deseen, ya que no habrá consecuencias. Esta situación crea un ambiente donde el conflicto y la falta de respeto se vuelven normales, y los valores esenciales de convivencia quedan relegados al olvido.
La raíz de estos problemas no se encuentra únicamente en la escuela ni en la institución educativa; está en los hogares y en la sociedad misma. Aunque resulta fácil culpar a los maestros o al personal administrativo por la falta de control sobre los alumnos, el verdadero cambio debe comenzar en las familias. Los niños y jóvenes necesitan límites claros, necesitan saber que sus acciones tienen consecuencias y, sobre todo, necesitan ver que sus padres valoran el respeto y la responsabilidad. No podemos esperar que los estudiantes aprendan a respetar a sus mayores o a sus compañeros si en casa se les enseña, implícita o explícitamente, que pueden actuar sin asumir responsabilidades.
Como sociedad, necesitamos un cambio de mentalidad, uno que empiece por reconocer la responsabilidad que todos tenemos en la formación de las nuevas generaciones. Los padres, más que nadie, deben asumir el papel de educadores de valores y principios. Este proceso implica enseñar a nuestros hijos que el diálogo y la empatía son mejores respuestas que la agresión, y que la violencia solo conduce a conflictos y a una convivencia disfuncional.
Es momento de que las instituciones educativas tomen un rol firme y claro en estos casos. Si realmente aspiramos a recuperar el respeto y los valores en nuestras escuelas, necesitamos que las autoridades escolares actúen de manera consistente, respaldando a quienes intentan mantener el orden y la disciplina y, sobre todo, sin ceder ante la presión de padres que justifican actitudes violentas o irrespetuosas. El CBTIS 97, al proteger a la estudiante agresora, está faltando a su responsabilidad de educar y guiar a sus estudiantes, y está fomentando un entorno en el cual la violencia y la falta de respeto seguirán creciendo.
Si seguimos permitiendo este tipo de situaciones, al final, los valores y el respeto que alguna vez consideramos básicos para la convivencia se perderán por completo, y la violencia y la agresión se convertirán en el nuevo estándar. Las riñas entre estudiantes y los actos de falta de respeto hacia los adultos no deberían ser temas comunes en nuestras escuelas, pero se han vuelto tales porque hemos permitido que ocurran sin consecuencias.
Como sociedad, debemos trabajar en conjunto para recuperar aquellos valores que alguna vez protegieron la convivencia pacífica y el respeto mutuo. La responsabilidad no solo recae en las instituciones educativas, sino en cada hogar, donde los padres deben ser los primeros en enseñar a sus hijos a ser ciudadanos respetuosos y responsables.