Rubén Olvera
Para el Premio Nobel de Economía, la política hace la diferencia
Una de las frases que más me intriga de quienes cruzan hacia Estados Unidos es cuando afirman que en la frontera la cultura cuesta pocos dólares. Se refieren a que los mexicanos y latinoamericanos modifican su comportamiento al pagar la tarifa fronteriza. De repente, nos volvemos respetuosos de la ley solo con poner un pie en ese país.
Al principio pensé que se trataba de una ocurrencia, una frase despectiva que pretendía comparar la cultura jurídica entre los dos países. Entonces me di cuenta de que los economistas tienen una respuesta más o menos razonable a por qué los latinos en Estados Unidos conducen mejor su vehículo que en su país de origen.
En lenguaje de los economistas, se trata de un asunto de incentivos y probabilidades; costos y beneficios. Es más probable que en Estados Unidos se respete la ley y que la justicia sea más eficaz. Los castigos también suelen ser más severos.
A mayores posibilidades de condena y penas más altas, los costos de incumplir las reglas superan los beneficios. Los individuos racionales tendrán los incentivos para conducir adecuadamente su vehículo.
Sin embargo, hay algo que no está claro en este razonamiento. ¿Por qué el Estado y las autoridades estadounidenses son más eficaces en la aplicación de la ley?
La respuesta la tienen otra vez los economistas. Se trata de los recientes ganadores del Premio Nobel de Economía: Daron Acemoglu, James A. Robinson y Simon H. Johnson. Los primeros comparten la autoría del libro “Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza”.
El material despertó un gran entusiasmo entre sus colegas de países desarrollados. Este frenesí académico no se sintió mucho en América Latina, pues existía la sensación de que las afirmaciones del libro provenían de una perspectiva anglosajona, sin cuestionar el sistema capitalista.
No obstante, el texto es meritorio por que va más allá del análisis económico para explicar la pobreza y la desigualdad, adentrándose en el convulsionado mundo de la política.
Si bien los factores económicos explican las diferencias en el crecimiento e ingreso per cápita entre países, las instituciones políticas determinan la existencia de instituciones económicas que son adecuadas en algunas naciones y perjudiciales en otras.
Las instituciones políticas deficientes son responsables del mal funcionamiento del Estado y la economía. Se caracterizan por la concentración excesiva de poder, falta de pluralismo, baja participación de la sociedad civil, ausencia de medios críticos e independientes, entre otros males que obstaculizan la democracia. Algunas de estas pautas fueron creadas durante la colonia y reforzadas en los regímenes autoritarios.
Los autores consideran que la cultura y la geografía no determinan el progreso o fracaso de una nación. Es el sistema político el que afecta el comportamiento de las personas. Las instituciones plurales y democráticas incentivan a que la ley se aplique por igual a todos. Las reglas económicas que nacen en este entorno promueven el crecimiento e impiden la concentración de la riqueza.
Ocurre lo contrario cuando las instituciones políticas son excluyentes y autoritarias. El sistema jurídico no funciona de manera adecuada. Por consiguiente, la economía colapsa y forma un círculo de pobreza.
Un ejemplo planteado en el libro es el caso de Nogales, Sonora y Nogales, Arizona. Ambas comunidades comparten geografía y rasgos culturales, pero niveles de desarrollo muy diferentes.
Quizás respetar la ley al cruzar la frontera “no sale tan caro”. Incumplirla, “no vale la pena”, cantaría Joaquín Sabina.