viernes 22, noviembre, 2024

DE FUENTEOVEJUNA A OLINALÁ

Luis Alberto Vázquez Álvarez

El insigne Lope de Vega escribe una obra de teatro basada en un hecho real ocurrido en 1417. Esta ha trascendido los siglos y hoy nos evoca una realidad vigente: El comendador de Fuenteovejuna, Fernán Gómez de Guzmán cometía toda clase de crueldades contra sus vasallos; soberbio y lujurioso humillaba a los hombres, violaba a las mujeres y desprecia la autoridad real. Impune, cada día aumenta sus infamias. En el colmo de su iniquidad secuestra a Laurencia, joven recién desposada. Laurencia escapa, ofendida y abusada se dirige al pueblo e incita a una revuelta, «…Los de Fuente Ovejuna, se convocaron para dar la muerte a Hernán Pérez de Guzmán, por los muchos agravios y, entrando en su misma casa le mataron a pedradas y el cadáver del tirano fue recogido con picas y espadas para exhibirlo despedazado; la venganza popular se había consumado…”.

Conocido el suceso los Reyes ordenan una investigación. A pregunta expresa: ¿Quién mató al Comendador? Todo el pueblo responde a una sola voz “Fuenteovejuna, señor”. Los reyes no tuvieron más remedio que dar por salvado lo sucedido, y pasar a Fuenteovejuna bajo la jurisdicción real.

Indiscutiblemente que en este ensayo histórico literario hay tres responsabilidades no asumidas de manera directa; el comendador castigado por sus actos que jamás aceptó como delincuenciales; el pueblo que tomó la justicia por su propia mano y estaba convencido de que hacía bien y las autoridades reales que, mejor dejaron el hecho por la paz sin ejercer con su autoridad castigos legales.

La filósofa Hannah Arendt, desarrolla el principio ético al que llama: “Banalidad del mal”, analizando primero la psicología y comportamiento del criminal de guerra Adolf Eichmann, acusado del holocausto judío y descubre que este individuo no es ni el «monstruo» ni el «pozo de maldad» como le llamaban en su juicio, simplemente era un “idiota moral” es decir, una persona carente de sentimientos socio-morales y sin reflexionar sobre sus actos, menos aún preocuparse por las consecuencias; simplemente ejercen pasiones instantáneas y cometen actos de extrema crueldad sin ninguna compasión para con otros seres humanos a quienes ven como objeto de su arrebato, generalmente vengativo. En esos seres no se han encontrado traumas o desvío de la personalidad que justificaran sus actos; se puede y deben considerar como «personas normales», a pesar de los actos que cometen y que están dispuestos a seguir realizando.

En filosofía el tema lleva muchos siglos discutiéndose, si el mal es innato al ser humano o este lo aprende de la sociedad misma: en La República, diálogo de Platón, el sofista Glaucón asevera: – “…se probaría fehacientemente que nadie es justo por su voluntad, sino por fuerza, de modo que no constituye un bien personal, ya que, si uno piensa que está a su alcance el cometer injusticias, realmente las comete”.

Hoy en día, en toda Latinoamérica, en México y especialmente en los estados del sureste, han sucedido diversos “Linchamientos” (palabra originada por acciones del juez americano Charles Linch quien en 1780 encabezó un tribunal irregular en Virginia para castigar a los colonos que no se unieron a la independencia y los envió a la horca sin el debido proceso judicial).

Esta semana fueron quemados vivos dos delincuentes en el poblado de Olinalá, en la sierra de Guerrero. Por acuerdo general, los habitantes se “hicieron justicia”. Casi toda la población presenció el hecho que quedó registrado en video. Las autoridades condenaron el actuar de las personas y rechazaron los actos que “atentan contra la integridad y la dignidad humana”. Los ajusticiados habían secuestrado y asesinado a una persona de la comunidad.

Se han vuelto relativamente comunes estos hechos de hartazgo popular, en junio en Atlixco, Puebla, los ciudadanos ajusticiaron a 4 supuestos delincuentes. En ese estado, en lo que va de este 2024 han sido 13 los ejecutados por la población, amén de otros estados en los que es ley popular ejercer la justicia por mano propia.

Desgraciadamente ese hartazgo comunitario tiene como origen la permisividad y hasta complicidad de las autoridades judiciales que fácilmente dejan ir a delincuentes comprobados sin aplicarles pena alguna. Bien sentenciaba Francisco de Quevedo: “Menos mal hacen los delincuentes que un mal juez”.

Compartir en: