Raúl Adalid Sainz
Un «Toro» de Sonora, ese de Etchohuaquila, prepara su wind up, eleva la mirada al cielo, clamando la aventura protectora de los dioses, y lanza a la goma un screwball indefinible para los bateadores que los hace abanicar y clamar el ponche. Así recordé a Fernando al lanzar el out 27 que ponía fin a su paso por el montículo de su vida.
Era como revivir aquella novena entrada de la serie mundial de 1981, en «Dodger Stadium», ante más de 56 mil espectadores. Fernando solo en la loma de pitcheo contra la parte fuerte de Yankees, segundo, tercero y cuarto bat (Mumphrey, Winfield, y Piniella), pizarra de 5 a 4 a favor de Dodgers. Serie en contra dos juegos a cero, partido crucial para los angelinos. Fernando resoplando solo como un toro de lidia, control de nervios, secándose el sudor con el guante, el pelo lacio de indio mayo, asomando por la lateral de su gorra.
«¡Vamos Fernando!», exclamaba el narrador del juego por televisión Jorge Sonny Alarcón, en mi pequeño televisor blanco y negro de mi habitación en la Ciudad de México. Yo también solitario como «El Toro», resoplaba en mi cuarto nervioso por la victoria de Dodgers, pero en realidad era por Fernando.
Out 27, y Lasorda, el manager italo norteamericano, corre impulsado por un resorte emotivo desde el dogout a la loma a abrazar a aquel chamaco mexicano de veinte años. Lo recuerdo y se me enchina la piel. Hoy que revivo aquel momento me admiro del control y talento de aquel muchacho que esa temporada de 1981 fue novato del año y ganador del «Cy Young», al mejor pitcher.
Nunca más se ha dado esa distinción en el baseball de grandes ligas a un novato. Ese año, Fernando marcó debut como inicialista con ocho triunfos seguidos, cinco de ellos por blanqueada.
En la serie de campeonato divisional de ese 1981, vivo a Fernando por el radio, ganando a «Expos» de Montreal, con un homerun solitario de Rick Monday en la novena entrada y con dos outs. Dando el pase a la serie mundial a Dodgers. Fernando ganaba en las frías tierras canadienses con un pitcheo memorable cubriendo toda la ruta. El juego terminó dos carreras a una.
México y Los Ángeles vivían la «Fernandomanía». Tiempos románticos en que el día que jugaba Valenzuela el país se paralizaba. Fernando les dio el gusto a muchos por el beisbol. Un muchachito conquistaba el mejor juego de pelota del mundo. Un mexicano daba identidad de orgullo a nuestros paisanos en Estados Unidos. Un fenómeno social auténtico.
Nunca olvidaré cuando vi en el «Cine Latino», de la Ciudad de México, la película «Rain Man». Tom Cruise (Charlie) va al centro de atención médica para personas con autismo. Ahí está hospitalizado su hermano «Raymond» (Dustin Hoffmann), amante del beisbol y de las estadísticas.
Charlie lo quiere llevar con él a Los Ángeles, lugar donde reside, y le ofrece como atractivo llevarlo al estadio para que vea pitchear a Valenzuela. A mí me emocionó mucho escuchar ese texto. Sentí que Fernando estaba siendo inmortalizado hasta por el gran cine de Hollywood. Es que «El Toro», era un pulsar para muchos que gozamos el beisbol y la grandiosidad de un pitcher. No es fácil ver un lanzador como Valenzuela, un toro que aguantaba toda la ruta a gran nivel. Ya no se ve eso.
Fernando acompañó el camino de vida para muchos. Era una emoción cada vez que estaba anunciado. Sus juegos eran televisados, como evento especial por televisión abierta. Compañero nocturno de aquellos que vivíamos solos. Si había una novia en turno, era obligado, casi, que tenía que ver el juego conmigo de «El Toro». Y créanme acaban emocionándose.
Ya estando casi cerrando su carrera como pitcher, Fernando volvió a México para incorporarse a «Los Charros» de Jalisco. Tuve el gusto de verlo en el «Estadio de la Revolución», de Torreón, contra mis queridos «Algodoneros», del Unión Laguna. Fue muy conmovedor para mí verlo. Había cenizas de lo que había sido un gran pitcher. 1994 el año.
Su deceso me da honda tristeza. Es el fin de una época, ese tiempo de Fernando, Hugo y Julio César, los tres grandes deportistas de México. El camino acaba para uno de ellos. Uno se pone sentimental porque recuerda una época bellísima de juventud. Esa tan llena de esperanzas e incertidumbre. «Es la senda que nunca se volverá a pisar», así como decía el poeta Machado. Fernando sí hizo camino a su andar, y mucho.
¡Gracias querido «Toro Valenzuela»!, bien vale la pena hacer el wind up, lanzar la mirada al cielo, clamar a los dioses protección, y lanzar un screwball con convicción rumbo a la goma, y escuchar el sonido de la bola en el guante del catcher. Un mágico strike que da la victoria dejando al contrario tendido en el terreno.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan