Federico Berrueto
Existe una acentuada incertidumbre sobre la manera como actuarán la presidenta Claudia Sheinbaum y su gobierno. Hasta ahora ha dominado en forma y contenido el presidente López Obrador. El estilo de gobernar será diferente, además, la realidad que enfrentarán las nuevas autoridades obliga a decisiones correctivas del proyecto en curso. Gobernar bien es hacer lo correcto sin importar consideraciones partidistas, de grupo o fijaciones ideológicas.
Parte de la especulación se refiere a si López Obrador se retirará de la vida pública, otro tanto a si habrá un quiebre o rompimiento de la nueva presidenta respecto a su mentor y promotor. Lo segundo no ocurrirá; en lo primero, el obradorismo permanece en el gobierno, con o sin su líder, su presencia e intensidad será cuestión de la nueva presidenta, pero difícilmente habrá separación política. En todo caso, lo relevante es si López Obrador tendrá la capacidad para mantenerse ajeno de la vida pública. No le será fácil, ha hecho de la política espacio y forma de vida.
La buena relación de la presidenta Sheinbaum con López Obrador dependerá más de éste y la cuestión es si tendrá el temple para soportar los inevitables ajustes para darle vigencia al proyecto que él mismo diseñó. Cada vez será más complicado, por no decir incompatible, la relación del líder con el proyecto y también del proyecto con el buen ejercicio del gobierno. El entorno es sumamente complejo y dinámico como para ignorarlo.
Los tiempos adelante no serán fáciles para la presidente y su equipo. Por una parte, la situación financiera del gobierno no da mucho margen para emprender nuevos proyectos o cambios que signifiquen gasto. Más bien se debe esperar la reducción del presupuesto para 2025 y si el crecimiento no repunta, seguramente será la realidad del primer trienio; un gobierno tapando los hoyos que dejó el anterior, como es el concluir obras pendientes y, especialmente, reducir el déficit por la manera como se gastó en 2024 y que crearon condiciones muy favorables para el triunfo arrollador de la coalición encabezada por Morena.
Por otra parte, está el saldo de la polarización, la que cada día muestra su agotamiento. La división entre los mexicanos precede al arribo al poder de López Obrador, pero sí la promovió y aprovechó sin recato alguno con una presidencia no al servicio de todos, ni siquiera de la izquierda, de otra manera no hubiera militarizado al país, sino de sus fijaciones, prejuicios y visión de país, sociedad y gobierno. El presidente fue exitoso para ganar adhesión popular, aunque los resultados del gobierno fueron decepcionantes en algunos asuntos y desastrosos en otros. Pero el clientelismo, el oportunismo de las élites, la connivencia o indiferencia de los factores de poder y la debilidad de la oposición en mucho contribuyeron para que López Obrador se impusiera.
La mayoría de la sociedad mexicana abraza el proyecto antiliberal, democracia plebiscitaria con fuerte inercia autoritaria. El nuevo gobierno se inscribe en esa realidad y no hay un rechazo mayoritario en la pretensión de llevar al país a ese destino. Las resistencias y desafecciones son minoritarias políticamente hablando y marginales en el ámbito legislativo, pero no son irrelevantes, especialmente porque la corrupción, la violencia y la impunidad alteran la civilidad y la salvaguarda de los derechos de todos, asimismo, daña a la certeza, necesaria para el desempeño virtuoso de la economía. La prédica de buena voluntad por la presidenta y el gobierno no es factor de certeza porque ésta resulta de las reglas y de una justicia autónoma que sanciona la arbitrariedad de quien gobierna. Por eso un régimen autoritario es la negación de una sociedad libre y abierta.
La retórica no resuelve por sí misma la incertidumbre porque ahora más que nunca han perdido valor las palabras que vienen del régimen, además, se ha internalizado en quienes mandan el voluntarismo y la discrecionalidad que en no pocas ocasiones derivan en arbitrariedad. En tales condiciones la narrativa que importa será la que se acompañe de las acciones, no de las intenciones.
Muchos acuden a la condición o calidad científica de la presidenta Sheinbaum a manera de esperar una diferencia relevante del presidente López Obrador. Es una expectativa ingenua e infundada. Sólo hay un aspecto en su mensaje de la mayor relevancia y que pronto habrá de validarse con los hechos su autenticidad y alcance: la determinación de gobernar para todos los mexicanos.