In Memoriam por un gran actor
Raúl Adalid Sainz
Era domingo por la tarde, antes de nuestra función de teatro de «El Corazón de la Materia», y platiqué con Miguel Flores, en una balaustrada que está en medio de los grandes jardines del «Centro Nacional de las Artes». Un café y un cigarro acompasaron las imágenes que suscitaba en Miguel con mis preguntas.
No recuerda Miguel una obra teatral que lo haya decidido ser actor. No es de esos histriones que haya tenido claro que quería ser actor por un suceso teatral o una película. La preparatoria, aquel Teatro en Coapa universitario dirigido por Héctor Azar fue la llave que abrió el joyero de «Pandora» teatral.
Sin embargo Miguel estudia la carrera de Economía. Era un mal estudiante de esa carrera, me confiesa riéndose. Muchos de esos alumnos se convirtieron en políticos connotados de nuestros gobiernos. Miguel en ese inter recibe la invitación de Héctor Azar para estudiar en el «Centro Universitario de Teatro». Aquel ubicado en la calle de Sullivan. Esto cambió su vida. Deja la carrera de Economía y empieza el gran embrujo de gusto teatral.
Maestros como Ignacio Sotelo, José Luis Ibáñez, Héctor Azar, Margo Glantz, André Moreau, transforman su vida. Miguel me platica que eran una generación acostumbrada a obedecer. Las reglas no se discutían. Así que decirle a su padre su cambio de carrera no era tarea fácil. Para su sorpresa su papá lo entendió. Eso fue quitarse una piedra de encima.
Toma con entusiasmo y libertad su carrera de actor. Talento le vieron. José Luis Ibáñez lo llama como su asistente en una obra que dirigía. Recuerda a Rita Macedo y a Julissa en el elenco. En esos albores actorales Miguel rememora una comedia de Aristófanes, «La Paz», que fue clave.
Dieron tercera llamada y él abría parlamento coral. Me cuenta como sintió un pánico terrible. Miles de pensamientos pasaron por él. Era el acabose de todo si no entraba. «Seguramente mi carrera de actor se hubiera venido abajo, todo», me confiesa atribulado en el recuerdo. Un rayo de decisión lo hizo entrar. Nunca más volvió a sentir ese pánico.
Ya una vez terminado sus estudios en el «Centro Universitario de Teatro», es invitado por el gran director polaco Ludwik Margules, como actor, a la obra «Severa Vigilancia» de Jean Genet. «El rigor es lo que aprendí con Ludwik», me relata Miguel. Visto éste como una entrega total al teatro, a la actuación y a la inmersión de un personaje. Fundamental para él ese momento.
Todos los seres tenemos fracturas emotivas que nos hacen escapar de nuestros amores declarados y fundamentados. Miguel deja su carrera de actor por diez años y trabaja en «Mexicana de Aviación». Le fue muy bien. Ganó muy buen dinero. Viajó. Recuerda sin embargo que en uno de esos viajes, vio con sus compañeros de trabajo de ese viaje, la comedia musical, «Chorus Line», Miguel vivió un dolor, una tristeza.
La obra le encantó pero él ya no era parte del teatro. La obra habla del mundo del teatro y del actor-bailarín. Sintió que nadie de esos compañeros iba a entender su sentimiento. El azar nuevamente llegó al rescate de Miguel y fue invitado a dar clases de interpretación de verso por parte de Ignacio Sotelo. Entre sus alumnos se encontraban Rosa María Bianchi y José Luis Cruz.
José Luis lo invita a participar como actor a la exitosísima obra: «La Muerte Accidental de un Anarquista», de Darío Fo. Veo en sus ojos cómo recuerda con especial cariño ese montaje. Viajaron por Sudamérica. Y a partir de ahí el teatro nunca lo abandonó. Nunca le faltó trabajo. Amén de esto siguió con la docencia.
En esta etapa de su vida recuerda con especial cariño al maestro y director teatral Raúl Zermeño. «Él fue el que me enseñó un método para dar clases», me confiesa con alegría. Raúl Zermeño, Luisa Huerta, otros catedráticos, y Miguel, dieron forma al plan de estudios del Centro Universitario de Teatro cuando éste fue dirigido por Raúl Zermeño.
La docencia es un corazón en su vida. El no se considera un maestro de sus alumnos sino un acompañante. Término jesuita que aprendió de Luis de Tavira cuando fue dirigido por él en la obra «La Expulsión». Este adjetivo define muy bien a Miguel como docente. Alguien que da luz por la experiencia pero que vive el proceso de enseñanza aprendiendo con sus alumnos. Actualmente es maestro de actuación en la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBA.
Miguel es un camino teatral. Ha trabajado con los mejores directores teatrales de este país. Le tocó hacer como actor la obra «Noche de Reyes» de Shakespeare. Último montaje de Ludwik Margules.
En lo personal conocí a Miguel como compañero actor en la obra, «Páramo», dirigida por José Luis Cruz. Yo empezaba como actor. El representaba al «Padre Rentería». Recuerdo dos aspectos en él: su disciplina, su preciosa voz, su entrega apasionada al personaje y que se vestía muy bonito ya en su vida personal. Siempre lo recuerdo con una sonrisa.
La vida, muchos años después me hizo encontrarlo en la obra «La Expulsión», dirigida por Luis de Tavira. En esa obra vi una de las escenas más hermosas que he vivido en el teatro. La inolvidable muerte del padre coadjutor jesuita que Miguel Flores hizo entrañable.
Miguel veía a Cristo antes de morir. Un día nos dio risa. Le hablé de esa escena, y le pregunté si era creyente, me dijo que no. Este domingo que charlamos y al recordar ese momento me dijo que él veía a su propio Cristo.
Ahora convivo con este gran señor en la obra, «El Corazón de la Materia», dirigida por el maestro Luis de Tavira. Soy su compañero de camerino. Compartir ese espacio con él es transformarlo en un santuario de respeto, de armonía, de ritual sagrado al respirar de la obra. Una reconciliación amorosa con el momento, con el aquí y ahora.
Grandes obras y personajes he visto de Miguel Flores. Lo recuerdo hondo y tocado en «Me Enseñaste a Querer», dirigido por Adam Guevara. Su hermoso trabajo en «El Lector por Horas», dirigido por Ricardo Ramírez Carnero, su profundo clavado actoral en «Los Justos» dirigida por Ludwik Margules, su espléndido trabajo en «Réquiem» dirigida por Enrique Singer. Aunque la memoria teatral recuerda a Miguel por su entrañable: «El Ñaque, o de Piojos o Actores», dirigida por Alejandro Veliz.
Dentro de nuestra cinematografía nacional, tiene un gran trabajo actoral que a mí me gustó mucho: «La Vida Precoz de Sabina Rivas», dirigida por Luis Mandoki. Un cónsul enamorado de una mujer joven; era el romántico personaje atormentado que ejecutaba extraordinario el buen Miguel.
Las palabras, las letras, son pocas para simbolizar una profunda y seria trayectoria profesional como ha sido la de Miguel Flores.
Sólo un concepto más me queda por decirle: GRACIAS MIGUEL POR TODO LO QUE DAS AL TEATRO Y A LOS QUE TENEMOS EL PRIVILEGIO DE VIVIRTE.
Nota: Plática con Miguel, en marzo de 2018, unas horas antes de nuestra función del «Corazón de la Materia». Esta conversación está plasmada en mi libro «Historias de Actores» (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico).
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan