Raúl Adalid Sainz
Mi primer recuerdo a Torreón es hacia las palmeras de la Avenida Morelos. Revelo la fotografía, y veo a un niño, de tres años y medio, estar sentado con sus padres en un restaurant árabe llamado, «El Cairo». Las palmeras se mecían de tarde por el viento. Vivíamos en el «Hotel Savoy» de la calle Acuña.
Ese es mi primer recuerdo de esa que iba ser mi tierra. De niño, al menos yo, uno recuerda por imágenes, sonidos, aromas, tacto, gusto. Los cinco sentidos hacen la conformación del reconocimiento de un sitio donde naces o vas a radicar.
Vivía muy cerca del Bosque Venustiano Carranza. Jugaba con mi abuelo a los barquitos de papel por los estanques de ese entrañable bosque. Una aventura donde esos canales se convertían en el mar; recordando a Serrat por su canción, «Barquitos de Papel», en la imagen.
Curioso, mi primera rememoración de sonido al provocado eco en La Comarca, es quizá el viento silbando, acompañado de tierra, «la tolvanera». Mi boca y labios sentían una sequedad absoluta de desierto. Los aromas van a la cocina de mi madre, esmerándose linda en manjares en esa calle 9 a un costado del seguro social, hoy «Hospital Universitario».
Otro aroma de niñez, inolvidable, era el de una empacadora de carnes frías, en la calle Rodríguez, en el centro, en su parte superior había un toro negro imponente que daba el nombre al sitio, «Empacadora El Toro». Me contaba mi madre que siempre al pasar, siempre decía: «qué rico huele este toro».
Quizá los primeros recuerdos al sentido del gusto vayan a dos cosas: uno a un sorbo de cerveza que bebía mi papá y cuando probé las tortillas de harina, nunca olvidaré el olor que despedían al cocerse en aquel comal negro de casa.
Torreón era el mundo del centro. Recuerdo una cafetería de mañana llena de comensales, «La Americana», en la calle Juárez. Ahí deleitaba mi niñez un pastel de fresas con crema inolvidable. Los domingos de futbol, que aún me despiden sensaciones grandes, son grandes recuerdos de tarde de sol a las cuatro de la tarde los domingos en el Parque San Isidro. Ahí jugaba mi «Ola Verde Del Laguna», imborrable aquel ascenso a primera división.
Aún veo cargado en hombros por la cancha, a aquel entrenador argentino llamado «Pito Pérez». Al año siguiente, «Los Diablos Blancos del Torreón», subieron a primera. Los agarrones de clásico eran de alarido. Todavía me parece ver volar en el arco, la estampa de negro de aquel portero del Torreón llamado Salvador Kuri. Gerardo Lupercio, era la esperanza viva de mi Laguna para meter gol.
Hablamos de Torreón en los años 1969 y 1970. El cine, era el sitio, el lugar para viajar a otros mundos en La Comarca. «El Nazas» y «El Torreón», eran los de lujo. Mi gusto actual al cine mexicano quizá nace en el «Nazas» viendo a Juliancito Bravo y al «Niño del Arco», en la «Gran Aventura». Pero nunca olvidaré las tardes de sábado en el «Princesa», ni aquellos programas triples en el cine Martínez (hoy «Teatro Isauro Martínez»).
Siempre recordaré una casa impresionante en mis memorias visuales de niño, se ubicaba en el Paseo Colón y Abasolo, «La Casa Mora». La indolencia y la ignorancia nos hicieron perderla para siempre. Los grandes crímenes laguneros de la historia.
Cómo olvidar siendo muy niño, sentir la mano de mi padre en el puente naranja que divide a Torreón de Gómez. La vereda del río estaba crecida, crecidísima, «el Padre Nazas», se había arrebatado allá por el 1967. Por esos años vi mi primera nevada. Por la ventana en la noche, veía una especie de plumas que caían. A la mañana siguiente, tapado hasta los huesos, vi la tierra parda cubierta por un manto blanco. Inolvidable imagen.
Sí, yo fui un niño feliz en La Laguna. Hoy, que sé que mi comarca cumple 117 años de fundada, quise recordarla con mis primeras imágenes y sensaciones. Hoy es celebración, y siempre será motivo de querencia. Ese mi Torreón que vibra en mi distancia, en este DF donde hoy te recuerdo como aquel niño que un día te conoció para enamorarse en huella indeleble. Ese amor permanente que hoy se vuelve fugitivo para tratar de engrandecerte en la filia.
Felicidades a todos los paisanos que hacen de Torreón su diario pulsar. La imagen de los capullos del algodón lagunero, se abren acariciados de sol. Son mis recuerdos, mis amigos que han quedado guardados en la tierra, mis padres que ahí cerraron sus ojos, y mis querencias que aún están vivas como el agradecimiento a mi Torreón que tanto me ha dado.
¡Gracias siempre!
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México-Tenochtitlan