Federico Berrueto
Cada cual hace su propio juicio sobre la situación presente y la que viene. Si de números se trata, seguramente la mayoría está no sólo satisfecha, también con buenas expectativas sobre el mañana. Los resultados de la elección y los indicadores de satisfacción con el presidente y la futura presidenta dan prueba de ello. La mayoría de los mexicanos se sienten bien y ven el futuro con optimismo.
Hay quienes tienen sobradas razones para el optimismo. En primer lugar, los ganadores, los que estarán en responsabilidades de gobierno, en las Cámaras y en los gobiernos locales. Lo mismo aplica para las cadenas de contratistas, proveedores e interesados que han visto crecer exponencialmente su patrimonio y esperan caminar por la misma senda otros seis años. La devastación del Poder Judicial no les preocupa, les alienta y contemplan con satisfacción la captura de órganos autónomos y la debacle de la autonomía de la Corte.
No se puede decir que los militares sean parte de los optimistas. No porque los beneficiarios son los menos y porque en ellos persiste el sentimiento de que se les desvió de su misión fundamental y algunos se han corrompido, sea por la naturaleza de las actividades a su encargo, como aduanas y puertos, proclives a la corrupción, o por ser comprados por el crimen organizado. Son los menos y en las fuerzas armadas prevalece más la preocupación que el sentimiento de triunfo.
Los grandes empresarios deben de tener sentimientos encontrados. Por una parte, ven con gusto el empoderamiento y la discrecionalidad presidencial y que se eliminen órganos autónomos que aseguran la transparencia, la competencia económica y la concurrencia justa. Por la otra, el gobierno está urgido de recursos y ellos más que nadie son el objetivo; a mayor riqueza mayor el apetito fiscal. Es previsible que contarán con todo el apoyo gubernamental para generar más riqueza, pero habrán de repartirla y sin reglas ni instancias que les ofrezcan certeza o justicia. De alguna manera deberán sentirse perdedores del régimen que consintieron y apoyaron.
Los pesimistas, realistas mejor, somos minoría. La derrota no es la del régimen de los privilegios, que de alguna manera persisten, y hasta con los mismos. La preocupación no debiera ser personal, sino lo que puede ocurrirle al país y a quien disiente; el futuro nacional a muchos afectará, incluso a quienes hoy viven la fantasía de un país gobernado finalmente por un gran hombre y próximamente por una mujer de excepción.
El realismo conduce en el mejor de los casos al escepticismo si no es que al franco pesimismo, el segundo piso no será mejor y bien puede ser peor. Los sentimientos no siempre son emociones y en este caso son razones. La debacle del edificio democrático es lo que viene, con el deterioro de las libertades y una secuela larga de afectación a la mayoría de los mexicanos. La pulsión autoritaria y estatista del régimen va a contrapelo de lo que es ahora la sociedad mexicana y de la realidad económica del país y su inserción en el mundo. Invocar soberanía para impulsar el proyecto autocrático es una burla mayor, sobre todo, porque quien lo hace es el gobierno que como ninguno otro ha violentado la no intervención, además se ha sometido a los intereses y exigencias del poderoso vecino del norte.
La derrota de la democracia es responsabilidad de todos y ocurrió no en un fallo del INE o del Tribunal Electoral, sino en la incapacidad para defender con claridad y eficacia los valores y principios que la sustentan, especialmente el de la legalidad. A mayor poder o mayor influencia mayor es la responsabilidad en lo que está ocurriendo.
La pretensión de defender a la democracia en litigios con instancias claramente parciales, con criterios legales opinables y con una monumental derrota en 256 de los 300 distritos se pretende revertir lo que han sido años de una sociedad en el abandono por el oportunismo de sus élites, la incompetencia de los partidos opositores y de complacencia de organizaciones civiles y sociales, así como medios de comunicación que renuncian a su tarea de informar con veracidad y dar espacio al escrutinio del poder. En todo ello hubo ejemplares actitudes de resistencia, pero fueron marginales.
Para reemprender la resistencia eficaz al autoritarismo, primeramente, hay que asumir la derrota en todas sus consecuencias y su génesis social y política. De allí reemprender el camino largo hacia la restauración democrática.