Enrique Martínez y Morales
Soñemos juntos es el título del libro que escribió hace pocos años el Papa Francisco, con la ayuda de su biógrafo y periodista británico Austen Ivereigh.
Tan pronto me lo obsequió el padre Francisco Cepeda comencé a leerlo, no solo por la estima que en mi familia le tenemos a quien me lo regalara, sino porque siempre es importante conocer la postura en temas sociales, económicos e ideológicos de quien encabeza la Iglesia Católica.
La verdad, quedé gratamente sorprendido.
Concebido desde la vorágine de la crisis causada por la pandemia del Covid, que dejó en evidencia un sin fin de injusticias en las periferias del mundo y el fracaso de los sistemas económicos disponibles, el Papa nos conmina a erradicar el virus de la indiferencia.
Se atenta contra Dios cuando se destruye el medio ambiente, la creación, cuyo destino va unido al nuestro. Hace un llamado a una “ecología integral”: no solo cuidar la naturaleza, sino a nosotros mismos, principalmente a los pobres, y a rescatar a la familia como núcleo esencial de la sociedad.
Urge a rediseñar los modelos económicos para que ofrezcan a todos una vida digna, garantizándoles tierra, techo y trabajo, sin destruir la naturaleza. El capitalismo basado en el individualismo debe ser sustituido por uno fraternal, que busque la unión y nunca la uniformidad.
Mientras esto no suceda y las desigualdades sigan acentuándose, seguirán tomando fuerza los fundamentalismos egoístas y los populismos irresponsables, esos que se basan en ideologías binarias y sin escrúpulos.
El Papa reconoce que la principal desviación del cristianismo es la falta de memoria de la pertenencia a un pueblo. Pero no al pueblo en el sentido populista, sino esa realidad viva que va más allá de la suma de individuos, que es más que el país, que la nación, que tiene alma y conciencia propia, y que se forjó en la lucha y la adversidad compartida.
Los mercados cumplen su función de intercambio, pero no se gobiernan a sí mismos. Mediante regulaciones se debe garantizar que, además del crecimiento y utilidades para los accionistas, también procuren la igualdad y el equilibrio ecológico, apegándose a la ética como valor fundamental.
Dice el Papa también que los populismos se describen como una protesta de la globalización de la indiferencia, pero que solo generan miedo y se convierten en la explotación de esa angustia popular, no en su remedio.
Debemos restaurar la dignidad del pueblo poniendo el bienestar de los más pobres en el centro de nuestras acciones. Concluye el Papa: “La política puede volver a ser una expresión de amor a través del servicio”.