Enrique Martínez y Morales
Solemos asignarle al término “ambición” una connotación peyorativa. Con frecuencia le colgamos a una persona el adjetivo de “ambiciosa” cuando queremos resaltar sus pretensiones infinitas, sus aspiraciones ilimitadas y sus ansias desmedidas. Creemos que ambición es sinónimo de avaricia y, por lo tanto, se encuentra en el grupo de los antivalores.
No necesariamente es así. No imagino la fisionomía del mundo actual sin las pretensiones infinitas de Alexander Fleming por combatir a los patógenos, las aspiraciones ilimitadas de Cristóbal Colón por descubrir un nuevo mundo o las ansias desmedidas de los hermanos Wright por volar y conquistar el espacio aéreo.
Una ambición bien encauzada, dirigida y controlada puede ser una gran herramienta en nuestro desarrollo profesional y personal. Para tal afecto y que no se desvirtúe en algo negativo, la ambición tiene que cumplir con ciertos requisitos:
Originalidad: la ambición tiene que ser genuina, no forzada o inventada por un capricho. En este caso, como en otros, invocar a nuestro niño interior nos ayudará a reencontrarnos con nuestras aspiraciones infantiles y sueños juveniles que, adaptados a la realidad, pueden ser una guía muy útil.
Realista: la ambición debe ser retadora sí, pero no imposible. Los objetivos fuera de alcance no hacen más que estresarnos en el proceso y deprimirnos en el resultado.
Especificidad: las ambiciones no pueden ser ambiguas ni vagas, sino específicas y puntuales, de otra forma no tendrán límites ni topes y serán una fuente permanente de frustración e insatisfacción.
Persistencia: con los años perdemos consistencia y confianza, por lo que nos hacemos menos tenaces. Debemos de entender que casi nada en el mundo resiste a la persistencia de la energía humana. Si caemos hay que levantarnos con más ganas. Si no fuera por la persistencia de Tomás Alva Edison, no tuviéramos luz en nuestras casas.
Intensidad: para conseguir una ambición debemos desearla lo suficiente como para realizar los sacrificios necesarios y no desfallecer. Decía Aníbal, el legendario general de Cartago: “Encontré el camino o si no, lo haré”. La fuerza que Muhammad Alí, Pelé o Tiger Woods le imprimieron a los esfuerzos para conseguir sus metas los ha convertido en leyendas en sus respectivas disciplinas deportivas.
Valentía: de niños somos muy intrépidos, pero con los años nos volvemos más precavidos. Confundimos la prudencia con la timidez, la cautela con la comodidad. No podemos esperar grandes cambios ni conseguir los objetivos propuestos si no corremos los riegos. Para retomar la senda del arrojo, la estrategia es hacerlo poco a poco, con pequeños ajustes diarios.
Así que seamos ambiciosos, no hay nada de indigno ni falto de moral en ello. Claro, siempre y cuando actuemos dentro del marco de la ley, del respeto a los demás y poniendo en práctica nuestros valores. El poder de la ambición bien dirigido mueve montañas.