Raúl Adalid Sainz
No es que actualmente no haya buenos maestros, pero los que voy a mencionar, dejaron honda huella en las aulas, en los escenarios.
Ayer me enteré con tristeza del adiós del estupendo catedrático Néstor López Aldeco. Profesor del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM. Un profesor que contagiaba la pasión por el mundo del Teatro Griego, Latino y Medieval. Maestro de dirección escénica también. Director teatral de obras de diversos autores. Yo siempre recordaré «No es Cordero que es Cordera», paráfrasis de León Felipe a la obra de Shakespeare «Noche de Epifanía». Representación magnífica en el «Teatro Independencia», del IMSS.
Al morir un maestro, que dejó su sabia y saber en ti, para que tu proceses el conocimiento, con tus vivencias y axiología, se recoge un tesoro, una herencia transmitida. Al irse estos primeros guías, he recordado a grandes maestros que he tenido la fortuna de conocer. Hace apenas unos días se celebró el duodécimo aniversario del adiós de Ludwik Margules. Gran maestro de actuación que viví en «El Foro de Teatro Contemporáneo».
Ludwik transmitía el rigor. Traducido esto como disciplina, exigencia contigo mismo, leer, investigar el contexto a representar, a iniciar una búsqueda interior de ti por medio del personaje a interpretar.
Recuerdo que me dejó de tarea, hacer yo solo, «Los Habladores» de Cervantes. Representar todos los personajes. «Es un Tour de Force», me dijo aspirando su pipa. Te dejaba tarea después de cada revisión del ejercicio. Notas. Estimulaba tu imaginación.
No era director de coloniaje. Así decía él refiriéndose a que un director no debía imponer, debía incitar al actor a encontrar. Una vez que te daba de alta con el ejercicio te daba otro reto, en mi caso fue pasar de la farsa de «Los Habladores» a la tragedia con «Ricardo III» de Shakespeare, el primer monólogo del personaje. ¡Qué maestro el buen Ludwik!
Cómo olvidar las enormes clases de Gustavo Torres Cuesta en la materia «Teoría y Composición Dramática». Sus lecciones de actuación cuando estuve en su elenco de la obra «Lulú» de Wedekind. La visión de dirección de actores de Héctor Mendoza traducida maravillosamente en la acción personal de Gustavo.
Aquellas clases aleccionadoras de «Teatro Contemporáneo», del gran maestro Oscar Zorrilla. Stanislavski, Meyerhold, Grotowski, Brook, explicados sabiamente por aquel sutil y correcto catedrático.
Cómo olvidar al gran Rogelio Luévano, un niño que jugaba con saber, inspiración y rigor al mundo de la escena.
Mi gran Raúl Zermeño, invaluable en todo lo enseñado cuando me dirigió en la obra «Fugitivos», de Víctor Hugo Rascón Banda. Sus clases en «El Circulo Teatral», eran oro molido. Precisión. Inquietar al actor en cuanto al vivir humano pasado, presente y futuro, el por qué y el para qué de la actuación. Revelar el pensamiento del personaje por medio del subtexto; traducir su conducta y axiología en las acciones. Espléndido el gran Zermeño.
Las enseñanzas recibidas por el inspirado director ruso Hebert Darien en la obra «El Vuelo». «La emoción del actor es producto de una eglosión interna del mundo del personaje». Me parece verlo y oírlo en su intensidad de Hebert.
Sí, los grandes maestros se han ido. Muchos que no fueron mis maestros y que me hubiera encantado vivirlos: Héctor Mendoza, Julio Castillo, Héctor Gómez, Carballido, Leñero, etcétera, etcétera….sería injusto no mencionar a tantos Prometeos que nos dieron el fuego del conocimiento.
Quedan grandes maestros que debemos cultivar, escuchar. Docentes que aún nos acompañan. Aún resuenan en mí las clases de actuación del gran José Luis Ibáñez: el verso de los siglos de oro, Shakespeare, leer en voz alta «El Quijote».
Las clases de voz de Ariel Contreras, de «Teatro Romántico», de María Sten, de «Teatro Isabelino», de Aimee Wagner, de «Teatro Mexicano», de Armando Partida, de «Producción», con Marcela Zorrilla, de «Teatro y Sociedad», con Héctor Berthier, mis clases de «Realización Cinematográfica», con el impecable cineasta duranguense universal Juan Antonio de la Riva. De muchos, de muchos igual de valiosos.
Hoy, mi reconocimiento es, a esos sabios entregados que nos dieron tanto. Esos maestros llenos de pasión por dar. Por aquellos que se sentían orgullosos del progreso de sus alumnos.
Hoy, Néstor y Ludwig, me han despertado muchos recuerdos y agradecimientos.
¡Gracias siempre!
Marzo 11 de 2016. Texto perteneciente a mi libro «Historias de Actores» (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico.)
PD: Cuando fue hecho este escrito, aún estaban con nosotros, María Sten, Marcela Zorrilla, y José Luis Ibáñez. Hoy, son parte viviente de nuestra memoria.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan