Federico Berrueto
El presidente López Obrador refiere al periodismo como el noble oficio. Debe decirse que como nunca esta profesión había estado sometida a una agresión tan vil, perniciosa y persistente. Son dos las fuerzas que la acechan: la del crimen organizado y la del mismo presidente López Obrador.
México vive una forma de guerra civil que las autoridades y la sociedad misma, por diferentes razones, se resisten reconocer. Los gobiernos la ignoran porque la inseguridad que se padece es medida de su fracaso para cumplir con su responsabilidad primaria que es la de asegurar la vida, los derechos y los bienes de las personas y sus familias. Para la sociedad es recurrir a la negación a manera de transitar ante la impotencia y la persistencia de la criminalidad por la situación de abandono por la ausencia de autoridad. Para finales de este gobierno doscientas cincuenta mil serán las bajas entre homicidios dolosos y desaparecidos.
Los medios no están exentos de la violencia. Las cifras de periodistas asesinados son propios de un país en guerra, el más peligroso del mundo para esta actividad fundamental para una sociedad libre y abierta. Los secuestros, la intimidación y la extorsión están a la orden del día en diversas partes del país. En esas regiones son muchos quienes han optado por abandonar la profesión y, con frecuencia se deja de cubrir la información del crimen organizado. El periodismo vive horas sombrías, ante la indiferencia gubernamental, así señalan las diversas organizaciones orientadas a la protección de periodistas y defensa de la libertad de expresión. La CNDH es inexistente en la tutela de uno de los derechos fundamentales y en la salvaguarda de la libertad de expresión.
Los hechos en sí mismos son aterradores. En este contexto una conducta de inexplicable crueldad que el presidente López Obrador reiteradamente agreda a periodistas. El presidente que invoca la libertad, que se cubre con eso de prohibido prohibir, que dice ser expresión de un proyecto humanista de manera reiterada ofende, insulta y agrede a los periodistas en su trabajo al que el presidente califica de noble oficio.
La libertad de prensa, de expresión y de asociación han sufrido una merma significativa. La situación no solo alcanza a los profesionales, también a las empresas. Por cierto, es recurrente que el presidente exculpe a los empresarios de medios, con frecuencia utiliza la expresión son buenas personas, como también en la elección de 2021 afirmó que los criminales “se portaron bien”. ¿Qué quiere decir portarse bien? Es avenirse a los intereses del poderoso, del gobernante, del presidente. De esta forma la autocensura es lo de hoy día. El presidente no requiere ni un guiño para que importantes medios depuren a sus plantillas de conductores, articulistas y columnistas.
El caso de Ciro Gómez Leyva es aparte. Hace poco más de un año fue objeto de un atentado que afortunadamente libró por gracia divina y el uso de un vehículo blindado. Su caso conmovió a la sociedad mexicana y fue un hecho emblemático de la crisis de seguridad que se padece y de la agresión criminal a periodistas. La esperanza de dar con los responsables y despejar preocupantes sospechas sobre la autoría intelectual se recreó con la pronta detención de los presuntos autores materiales y meses después de quien les contrató, ubicado en Estados Unidos y hasta hoy pendiente de su traslado al país. En todo ello el presidente no ha tenido la menor empatía, justo lo contrario, cada vez que tiene oportunidad ofende y pone en entredicho al periodista. Lo más reprobable es haber deslizado la tesis del autoatentado, señalamiento que merece la mayor condena y repudio por su vileza. Ahora, nuevamente lo insulta y además azuza a los dos directivos de los medios en los que Ciro Gómez Leyva trabaja.
El periodismo vive a media asta. Así es por la derrota de la libertad de expresión en muchos lugares del país, donde el homicidio, la intimidación y el secuestro se han impuesto sobre el espíritu libertario de quienes desempeñan una tarea que se ha vuelto de alto riesgo. El presidente podrá continuar con su arenga pendenciera, es lo suyo de siempre. Algunos de los empresarios de medios se someterán a su dictado y vena autoritaria, afortunadamente, no todos y menos los dos aludidos. Deberá quedar claro que siempre, invariablemente, habrá voces libres y valientes que honren al periodismo.