Federico Berrueto
Las imágenes del saldo del huracán Otis sobre Acapulco no dejan de ser apocalípticas y para muchos es, efectivamente, el fin del mundo, de su mundo, de su cotidianidad y situación social y patrimonial. Es inevitable que ante la tragedia de origen natural se dé el reclamo por la omisión o por lo que mal hicieron o están gestionando las autoridades, con o sin razón el blanco predecible de la indignación ante lo ocurrido, a la vez que se hace presente la respuesta generosa y solidaria de la sociedad y, como siempre, el gobierno nacional pretende asumirse el protagonista de la emergencia.
El mundo, vulnerable ante la naturaleza y la tragedia pone a prueba la capacidad de las naciones para enfrentar al daño y la secuela. En este caso las autoridades explican la singularidad del evento por su magnitud y por lo inesperado, como constatan la mayoría de las entidades de pronóstico meteorológico, aunque hubo alertas con muchas horas de anticipación que no se atendieron. No queda claro qué se hubiera podido hacer con horas de anticipación. Quizá que algunos escaparan a resguardarse y quizá en el intento hubiera sido peor para ellos; finalmente, las tragedias suelen medirse en vidas.
El presidente López Obrador ha recurrido a esta métrica. Mueren dos veces más en un día promedio por la violencia. La vida vale poco como muestran las aterradoras cifras del costo de la pandemia, resultado de una criminal gestión negligente sin que la sociedad castigue ni con su opinión al responsable. Para el caso, ante la magnitud del daño es falso remitirse a las fatalidades, aunque sean las que utilizan regularmente autoridades y medios.
Un sector de opinión ve en el comportamiento de las autoridades -los tres órdenes de gobierno de origen morenista- ratificada la negativa visión que de éstas se tiene. El juicio ante la situación de Acapulco merece más seriedad y amplitud. Aunque en la coyuntura es inevitable remitirse a la ausencia del FONDEN y a la situación crítica de las finanzas municipales y estatales, problema de tiempo atrás, acentuado en esta época de centralismo y personalización del poder. El fondo de desastres era para que las autoridades municipales y estatales pudieran hacer frente a la tragedia, pero el presidente cree que es tarea exclusiva de los militares porque los civiles, aunque sean correligionarios son un bonche de bandidos, a los que hay que quitarles todo. Resulta evidente que la militarización de la vida pública parte de un insostenible y pernicioso prejuicio.
Acapulco, como muchas de las grandes ciudades, da testimonio del crecimiento desordenado y sin planeación. En muchos sentidos la urbanización es tragedia y no se requiere un siniestro natural para constatarlo. En 1960 Acapulco era una hermosa bahía de 50 mil habitantes. Diez años después tenía 178,000; en 1980, 304,000 y para 1990, 658,000. En 30 años creció 13 veces en el más completo desorden social, con carencia de infraestructura básica, que hizo del mar inevitable destino de basura y aguas residuales. El paraíso original se perdió y se mudó fallidamente a un pretensioso lugar de apellido diamante. El castigo natural no diferenció.
Las ciudades están muy expuestas al castigo de la naturaleza, pero es ocasional. Lo que no es esporádico es la violencia, el abandono y la falta de servicios e infraestructura básica. Muchos mexicanos viven no sólo en riesgo, sino en el abandono. Viven en descontento que, en su impotencia y enojo se acogen a quien les ofrezca un imaginario mundo mejor, pleno de fantasía e interesada demagogia. Ocurre en la política y también en la organización social. Es el México al que debiera rescatar un buen sistema educativo, el de salud y razonables servicios básicos. La dignidad para ellos es un mundo distante. En su lugar se ha impuesto el clientelismo y la entrega de dineros que poco sirven ni compensan.
Acapulco remite a la tragedia nacional, lamentable suceso y todavía más lo qué viene. Hasta hoy no se advierte en las autoridades sentido de la magnitud del reto. La sociedad hará su parte para la emergencia, pero difícilmente estará presente para la reconstrucción, tarea, como muchas otras que no caben en el breve horizonte de esta administración; será de los muchos pendientes de la obligada reconstrucción nacional.