(¿Quién era Felipe Cazals en un set ?)
Raúl Adalid Sainz
Salvador se levantó temprano. Abrió la ventana. La ventisca y el rumor del mar se dejaron sentir, entraron al cuarto. Comenzó su sesión de Tai chi. Esa mañana comenzaría la grabación de aquel comercial para Pemex. La ciudad: El puerto de Veracruz. Esta información es irrelevante. En verdad lo interesante de este trabajo comercial era que iba a ser dirigido por un mítico director de nuestro cine mexicano: Felipe Cazals.
Eso llevó en realidad a «Chava», al puerto. El deseo de conocer en vivo y en directo, a un señor del cual había oído barbaridad y media. Pero una cosa si sabía: era un director muy talentoso y un histórico del cine mexicano. La paga por el comercial era poco atractiva. Había además que viajar en autobús, pago demorado como todo comercial, pero dos atractivos: era sin casting, Cazals había elegido a «Chava» por foto, y la curiosidad de saber si el león era como lo pintaban; en una palabra, medirse.
En realidad, Salvador, que era actor, había visto muchas películas de don Felipe, lo admiraba. En su cabeza, durante el viaje a Veracruz, en aquel «ADO», veía al actor Enrique Lucero, como aquel siniestro cura de «Canoa», veía la mirada extraviada de Patricia Reyes Spíndola en «Los Motivos de Luz», recordaba a José Carlos Ruiz, madreándose a Manuel Ojeda en «Bajo la Metralla», escuchaba los lamentos de aquellas pobres muchachas, en aquella escatológica casa de «Las Poquianchis». Así hasta sentir la humedad de la llegada al puerto. Estaba en realidad, morbosamente emocionado.
La hora llegó. La locación era en el aeropuerto del puerto jarocho. «Chava», se cambió. Se hallaba ataviado de piloto comercial. Ese sería su papel. Se encontraban en las pistas del aeropuerto. Como a veinte metros de él, notó que un señor alto, flaco, lentes oscuros y gorra, lo veía fijamente. Parecía un águila observando a su presa.
Caminó hacia «Chava», sin quitarle la mirada intimidante, ahí viene, pensó Salvador, se detuvo ante él, vio su ropa, y dijo violento y exasperado: «¿Quién vistió a este señor?, parece chofer y no piloto, ¡ya empezamos con pendejadas!».
Era el mismo tigre descrito en narraciones anteriores a «Chava», era el mismísimo Felipe Cazals. «Ahora lo arreglo», decía hecha un mar de nervios la mujer asignada de vestuario. «¡Ay, que pendeja soy, se me olvidaron tus zapatos negros, me va a matar Felipe!».
Los asistentes raudos consiguieron unos zapatos con un taxista del aeropuerto que accedió prestar los suyos mientras se daba la grabación. Una suerte que a Salvador le hayan quedado. «Mira Felipe, ya lo arreglé», el ceño fruncido del demiurgo dio el visto bueno, «bueno ya está mejor».
Enseguida se dirigió a «Chava»: «A ver, ven para acá, ¿cómo te llamas? «, se dirigían al set donde se encontraba un avión. «Salvador Caudillo», señor. «Fíjate muy bien las indicaciones Salvador, porque no me gusta repetir las cosas. Cuando yo diga Dolly, es tu acción, cuentas mentalmente dos segundos, volteas tu rostro, y sonríes a cámara. A ver ríete», Salvador esbozo una sonrisa, «meeenoooos», se exasperó un tanto el tigre, «Chava» midió la sonrisa, apenas asomándose, «así, hasta ahí, no se te olvide». Prueba superada. Ensayos superados. De repente un fallo en producción: «Me lleva la chingada, tooooodos….tooooodos son unos pendejos», aquel tigre en total histeria, hecho una furia, señalaba con el dedo flamígero a todo el staff involucrado.
Sodoma y Gomorra se incendiaban. El set estaba en total tensión. Un cuchillo atravesaba el aire. Ante tal nerviosismo, otra falla, ahora de sonido: «me lleva la que me trajo con estos pendejos», se quitó la gorra, la azotó, empezó a patalear el asfalto de la pista, perdiendo todo control, parecía aquel personaje, «Don Ramón», de la vecindad del «Chavo del Ocho»; gritaba a lontananza jarocha: «Me lleva la chingada, toooodos son unos pendejos».
Los pilotos reales, que andaban en la pista, volteaban azorados a ver a aquel hombre. Qué iban a saber que era una leyenda del cine nacional, ellos sólo veían a un desaforado fuera de control.
«Chava», concentrado, no perdía el control. Estaba dispuesto a superar esa prueba. Esa había sido su consigna desde su salida en la terminal de autobuses de la «Tapo», en la Ciudad de México. Enfrentar la dirección del tigre Felipe Cazals y salir airoso. Vaya aceptación de trabajo. Poca paga, e ir lejos a arriesgarte a que te falten el respeto, o a pendejearte, nada más por medirte en tu capacidad, pero en realidad, era ante todo, la curiosidad de saber: quién era Felipe Cazals en un set.
La palabra corte se oyó. Cazals esperó un momento más en el monitor. Checaba la toma. Sus manos cubrían las partes laterales de sus ojos. Dictaminaba. Parecía árbitro de futbol, checando el «VAR», decidiendo si era penal o no la jugada. «Se queda señores». «Chava», satisfecho consigo mismo, se despidió de Felipe Cazals, «Muchas gracias maestro, ha sido un honor trabajar con usted», Cazals asintió aprobando y dijo: «que te vaya bien muchacho».
Salvador nunca más volvió a ver en persona a aquel mítico director. El domingo 17 de octubre del 2021, se enteró del deceso de Felipe Cazals y recordó aquella grabación del comercial de Pemex en Veracruz. Guardaba las imágenes en un videocassete. Lo vio. El comercial era perfecto en imagen, en encuadre, en luz, en presencia del producto que promovía Pemex. Su imagen con aquella sonrisa ante la cámara era la justa, recordó el rugido de Cazals: «meeenooos»; indudablemente aquel mítico hombre de gorra y lentes, sabía su oficio.
Hoy antes de cerrar este escrito, pienso lo mismo que pensó «Chava» al terminar aquel comercial: si este señor era así para filmar un comercial, ¿cómo sería filmando un largometraje? Cazals era la perfección. Tenía en su mente ya preconcebidas las imágenes.
La histeria y descontrol obedecía quizá a la incapacidad de controlar a la realidad. Ésta siempre tendrá la última palabra. Era quizá la furia de un Dios, alguien creativo que aspiraba dominar los universos de un set. «La Furia de un Dios», parafraseando en nostalgia una de sus películas.
QEPD. Descanse Felipe Cazals, un grandísimo creador de nuestro cine. Un cuestionador agudo de nuestra realidad social mexicana y por ende universal.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan