domingo 24, noviembre, 2024

Llevar el teatro al campo, una aventura a la García Lorca

(«Monte Calvo». Una historia de mi camino por el Teatro Lagunero)

Raúl Adalid Sainz

Esta foto, que me envió mi amigo lagunero Rafa Nájera, me hizo recordar un mundo de cosas. La imagen me remite a la obra teatral «Monte Calvo», del colombiano Jairo Aníbal Niño, misma que dirigí y actué. Menuda empresa. Esta obra tuvo un ingrediente interesante en mis búsquedas teatrales.

Experimenté con el libro de Stanislavski, «El trabajo del actor sobre sí mismo», para llevarla a escena. Sobre todo, en la parte de improvisar las escenas antes de marcarlas. Sacábamos conclusiones mis actores y yo de que era lo rescatable de cada improvisación y se iba conformando a un trazo. Esto daba una enorme apropiación al actor del material a trabajar. Las palabras y el trazo se volvían propios.

Conformación del espacio y elenco:

Siempre quise trabajar con Jorge Méndez Garza este texto. Lo visualicé para el personaje de «Sebastián». Militar lisiado y con profundo dolor. Su herida de guerra lo lleva a vivir en un basurero. Con Jorge inicié mi camino como actor amateur en 1980.

Ocho años después, en 1988, volvía a Torreón para dirigir mi primera obra. Había terminado años antes mi carrera teatral estudiada en la Ciudad de México en la UNAM. Éramos tres actores en escena, el otro intérprete fue Francisco Amparán, gran escritor lagunero, con un gran gusto por el teatro.

Él interpretaría al «Coronel», personaje perturbado por las consecuencias de la guerra. En mi caso, no pensaba actuar. Lamentablemente uno de los actores se fue del proyecto y tuve que entrarle a cumplir la difícil función de actuar y dirigir. El papel era «Canuto», payaso que sucumbe y termina sus días en un basurero. Ahí se encuentra con «Sebastián». Una noche esperan a un tercero quien les dará dinero para cenar. Es el «Coronel». El final no será el esperado.

El espacio me inquietaba. ¿Cómo dar vida a este muladar? La obra se representó en el «Teatro Mayrán», hoy llamado «Teatro Garibay». A sugerencia de Jorge Méndez, echamos arriba el telón de fondo. Revelándose el paso de gato de ese teatro. Eso me daba una especie de puente maravilloso; donde pude hacer trazos de accionar jugando con el plano inferior que era el escenario.

Ahí sería el basurero. La escena fue cubierta de papel periódico hecho bola, cáscaras de naranja, un montículo cubierto de lona, que era el trono de «Sebastián», y tres botes vacíos que eran como plateas de los personajes.

Esos botes cobraban acción viva cuando «Canuto», contaba a «Sebastián», su peregrinar de vida por el circo. Este era un momento fabuloso para mí como actor. Noche a noche improvisaba como eran las funciones del circo donde laboraba mi personaje. Llevaba líneas, directrices de movimiento y de orden hacia los actos circenses que narraba, pero la ejecución interpretativa era diferente cada noche.

La iluminación fue factor importante. Alonso Licerio, gran pintor lagunero, hizo maravillas creando atmósferas y ámbitos sugerentes para dar vida poética al espacio. Recuerdo que en la recreación de la guerra, Alonso cubría el espacio de rojo. El sonido fue otro elemento a explorar. Ruidos de zumbidos de tren, de noche, de metralletas, el «Réquiem», de Morzart, daba final a esta intensa obra teatral de cincuenta minutos de duración. El estudio de audio de la talentosa Blanca Russek fue fundamental. Fue todo un trabajo de experimentación para mí. Un crecimiento humano y artístico.

Trabajábamos de jueves a domingo en el Teatro Mayrán (hoy Teatro Alfonso Garibay). Dos funciones los sábados y domingos.

Lo más impactante para mí fue dar funciones para los campesinos de La Laguna. Recuerdo una en especial en el auditorio de la «Universidad Antonio Narro». Fue una mañana. Público que llenó la sala. Gente del campo. Mujeres, niños, hombres jóvenes, maduros y viejos. Al principio mucho bullicio. Poco a poco entraron al silencio del dolor de la vida. Y penetraban al respeto del contemplar ambos, actores y espectador, el curso de la existencia por medio del teatro.

Nunca olvidaré a un campesino que al final de la función, en medio de los aplausos, daba la mano en saludo de admiración a mi compañero actor Jorge Méndez. Estas funciones me hacían recordar a Moliere y su teatro de carrozas por los pueblos de Francia, y a García Lorca y su teatro ambulante llamado «La Barraca», ellos llevaban el teatro de la vida a quienes nada poseían. La simbiosis con este tipo de espectador es cautivante. Su agradecimiento es supremo. Te hacen sentir que sirves para algo al dar el sublime don del espíritu compartido.

Esta foto al pie del escrito me hizo recordar toda esta historia que les cuento. La fotografía fue durante esa función suscitada en la «Universidad Antonio Narro». Ahí se aprecia la «guaripa» campesina de un espectador. Me encanta el detalle. Gracias Rafael Nájera Peña por traerme esta luz de un recuerdo de vida que me hace sentir que algo dejamos para nuestra querida Comarca Lagunera.

Gracias hasta los cielos a mis cómplices creativos: Jorge Méndez Garza, Francisco Amparán y Consuelo González Garza, como asistente de dirección. El doctor Alfonso Garibay, qepd, me ayudó mucho; dejándome el teatro gratis para la consecución de esta aventura. Mi eterno agradecimiento que en vida le di, y hoy nuevamente lo hago. Un amante del teatro y que tanto apoyo dio a los actores laguneros. Gracias también al talento de Alonso Licerio en la iluminación. Él, como yo, por fortuna agradeciendo el don de la vida.

Agradezco también hasta los cielos a Jesús (Chuy Quezada), director de difusión cultural de la Universidad Antonio Narro, en ese tiempo, por invitarnos a dar esta inolvidable función. Misma que significa en mi memoria, pasos que valieron la pena.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

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