miércoles 27, noviembre, 2024

A nueve años de ausencia del director teatral y maestro, Raúl Zermeño, ¿qué perdimos?

Raúl Adalid Sainz

En tiempo de lobos que aúllan por la consecución de la fama, el vano ruido y del dinero, una ausencia como la de Raúl Zermeño es notoria. Su crítica a la falta de ética y rebelión artística, por medio de la estética, era aguda, señalante de verdades.

El maestro Zermeño no hizo concesiones al servilismo, a la dádiva cultural, trabajó para las instituciones (UNAM, Universidad Veracruzana, Universidad del Edo de México) pero este sueldo que devengó lo retribuyó en gran enseñanza al alumnado. Hizo de la cátedra una promulgación de la verdad, de la honestidad, del servir al arte para el bien del ser humano.

El arte como arma para desenmascarar, con profundidad, con verdad y propuesta estética. Los cuadros actorales y de dirección que preparó le dan solidez a nuestra escena teatral, muchos de esos actores preparados por Raúl han ido al cine.

Raúl fue también profesor del «Centro Universitario de Estudios Cinematográficos». Zermeño estudió la carrera de cine en Polonia. Su enorme saber, su rigor de análisis al discurso cinematográfico, su conocimiento en dirección de actores fue de enorme proyección para los estudiantes del CUEC.

Raúl Zermeño fue un gran director teatral. Aún recuerdo su montaje de «La Boda» (original de: «La Boda De Los Pequeños Burgueses», de Brecht) en una brillante adaptación al entorno clase mediero mexicano hecha por el mismo.

Vivo aún sus montajes de «Fugitivos», de Rascón Banda, su memorables, «Luna Negra» y «Tiempos Furiosos», de González Dávila, «El Viaje Superficial», de Ibargüengoitia, aquel arriesgado montaje, muy a su estilo, en el «Mercader de Venecia», de Shakespeare.

Raúl era un director con una metodología precisa para dirigir. Hacía un profundo análisis vital con el actor de la obra a trabajar. Entonaba la puesta leyendo, luego hacía memorizar el texto y debía decirse revelando el subtexto del personaje, de ahí pasaba al marcaje escénico. Cada trazo tenía un porqué y un para qué. Manejaba los estilos como Dios. En especial el realismo. Hacía del escenario todo un hecho teatral traducido del tema a tratar. Nada era gratuito en sus puestas. Hoy poco vemos a directores (los hay y sabemos quiénes son) que manifiesten un estilo, un correcto manejo de género, una profundidad metafórica en hechos de construcción teatral de la realidad. Raúl Zermeño, Julio Castillo, hoy fallecidos, eran maestros en esto. Su profundidad de análisis a la vida y su talento para transformarla en lenguaje teatral era única.

Con la partida de Raúl perdimos un gran maestro. Culto. Sabio. Riguroso. Sin concesiones. Inculcaba una ética honesta en el alumno. Un gran formador de actores. Con un método, sin improvisar, un director de visión siempre contemporánea; Raúl siempre iba al teatro, veía mucho cine, leía como consigna diaria. Siempre con una opinión crítica a la realidad de su país y del mundo.

Vivía intensamente. Un amigo también. Seres humanos irremplazables. Ave de las tempestades. No adulaba. Presionaba a ser mejor. Dispuesto a dar una orientación si se le pedía. Su enorme rigor al compromiso con la verdad, a la entrega consciente, física y emocional, por parte del actor en su era formativa, seguramente le hubiera acarreado acusaciones de bullying por parte de estas nuevas generaciones de cristal, excepciones, claro está.

Hoy, los buenos y éticos pedagogos formadores de actores, se han visto envueltos en este tipo de problemas. Raúl era implacable en aras de formar competentes profesionistas del quehacer artístico.

El gran maestro sigue vivo. Dejó mucha verdad dada por los caminos, por los escenarios, por las aulas. Toca a los que tuvimos la oportunidad de ser dirigidos por él y ser alumnos, inyectar en los demás estos conocimientos recibidos. En tiempo de mentira, de entrega al soberbio dios del dinero, al vacuo reconocimiento, a la notoriedad como necesidad vital, las enseñanzas de Raúl son ojos del corazón muy urgentes.

Son puntos que van a la esencia de la búsqueda de un verdadero artista. Fundamentales como salvación del simulacro, el egoísmo, la mezquindad y la vanidad. Hoy, que el actor confunde talento, rigor, con éxito de seguidores en las brumas falsas de las redes sociales.

Cómo recuerdo al gran humor peculiar de Raúl, rememoro cuando lo conocí, una noche allá por 1987, en el «Centro Universitario de Estudios Cinematográficos», me preguntó que de dónde era; le dije que de Torreón, Zermeño contestó contundente: «ese pueblo sólo manda dos cosas a México: leche y actores».

A Raúl Zermeño, sólo un IN MEMORIAM a su grandeza inolvidable.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México-Tenochtitlan

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