Cincuenta y siete
Arcelia Ayup Silveti
Despierta la mañana del 26 de septiembre con otro día igual al de hace cincuenta y siete años. Con dignidad digo mi edad porque cada momento y experiencia representan un amasijo de lo que soy ahora, no puedo avergonzarme de haber gateado, caerme de la bici o reprobar algún examen. Ha dejado de importarme la suma de las horas, los surcos en el rostro, la debilidad visual y la certeza de la vida. Aprendí a escuchar, a leer la mirada y los gestos de quien me habla. Tardé tiempo en recuperar a mi niña interior, esa flaquita inquieta llena de energía, bromas y sueños.
He tenido la fortuna de conocer gente extraordinaria, algunos forman parte de mi familia y amigos y me deleitan con su compañía, sus historias y su cobijo para las tardes nubladas. No necesitan decirme qué vereda debo tomar, me basta con que me escuchen y tener la convicción de tenernos mutuamente. Puedo pasar hablando con ellos largo tiempo de nuestras vidas o temas simples.
Estoy en paz con lo que cuento y con lo que no. Algunas caídas me acercaron a la paciencia y tolerancia; a soltar el mando, a aprender a fluir y alejarme del perfeccionismo. Supe que es muy sano no tener expectativas de los demás sino mantenerte expectante. Que no todo tiene etiqueta, respuesta o explicación, que los hechos son como son, y que lo importante es lo que interpretemos y aprendamos de ellos.
Las pérdidas y crisis han sido significativos aprendizajes y algunos grandes regalos. Me mantengo cerca de quien tiene la misma vibración que yo. Valoro mi tiempo, mi energía y pondero mi paz sobre cualquier otro elemento. He aprendido que la energía fluye como el agua de un río y en las tempestades tiende a desbordarse y sin importar lo que demore, genero el equilibrio de mi estado emocional cuantas veces sea necesario.
No tengo interés en quedar bien con nadie ni en estar acompañada en reuniones para evadirme. Acudo sólo a donde me place. Prefiero los silencios para crear, disfrutar y realizar todo aquello que me encanta para habitarme. Tengo la firme convicción de que observar lo cotidiano es una forma de conectar.
Práctico la limpieza mental al alejarme de redes sociales, no atender mi celular todo el tiempo, tampoco presto atención a las opiniones de otros ni a las tendencias. Tengo claro que no soy mi cuerpo, mis pensamientos, mis pesares o mis sueños. Tampoco soy mis cincuenta y siete.
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