La silla y el elefante
Rubén Olvera
Nada es más perjudicial y autodestructivo para el desarrollo de México que la continua ausencia de diálogo y la resistencia para alcanzar acuerdos entre las distintas fuerzas políticas, tanto las representadas en los órganos legislativos como las que gravitan en torno a la sociedad civil.
Es necesario mantener un refugio para la cordura en medio de los crecientes agravios, divisiones ideológicas e incluso intereses mundanos, reconociendo que los problemas de seguridad y pobreza son más importantes y prioritarios que los desacuerdos.
Si las dos fuerzas políticas antagónicas, Gobierno, Morena y sus aliados por un lado, y el FAM por el otro, no intentan sentarse en la misma mesa, ni siquiera para tomar café, es difícil imaginar cómo lograrían una reforma fiscal y un nuevo pacto fiscal para mejorar la recaudación y distribución de los recursos públicos, o de qué manera acordarían una estrategia de seguridad que ponga fin a la violencia.
Desafortunadamente, la situación actual hará que esta historia se repetirá en los próximos años. Los actores políticos parecieran vivir en países diferentes; ni por error logran comunicarse o por lo menos dialogar sobre aspectos básicos del desarrollo.
En consecuencia, el mensaje de la próxima campaña electoral se centrará en buscar el control del Congreso, ya sea para mayoritear u obstaculizar las iniciativas del Ejecutivo, según las circunstancias.
Ambas prácticas, como bien sabemos, socavan la democracia, particularmente cuando los intereses políticos o personales prevalecen sobre las potenciales ventajas y desventajas de las reformas propuestas, que se deberían evaluar en un proceso deliberativo.
Cuando un partido predominante estuvo en el poder, las iniciativas eran “aprobadas” en Los Pinos, sin discutirse en el Legislativo. Posteriormente, durante la transición, la oposición rechazó sesgadamente algunas reformas que hubieran beneficiado al desarrollo en ese momento.
El regreso del PRI ayudó a restaurar parcialmente la política del acuerdo, no obstante, en aquel momento Morena fue excluido del llamado Pacto por México. En definitiva, en términos de calidad democrática, el acuerdo quedó a deber.
En años recientes, sin embargo, tampoco parece haber prisa para construir acuerdos. Cabe entonces preguntarse: ¿Hasta dónde podría haber llegado la transformación si se hubiera elegido el diálogo y la negociación en lugar de la confrontación y la exclusión?
Por lo tanto, algunos analistas sostienen que, si la ausencia de oposición al PRI alguna vez fue considerada el pecado de la democracia mexicana, el fallo actual reside en ignorar a los oponentes.
Mirando hacia el futuro, la clase política tiene la responsabilidad de dejar de lado agendas e intereses personales para lograr un consenso sobre los estándares mínimos que rigen la convivencia y el diálogo político, del mismo modo que los ciudadanos tienen el deber de acudir a votar.
Recientemente escuché una entrevista que el ex presiente Barak Obama ofreció en una universidad de Texas en 2018, justo cuando Donald Trump atravesaba uno de sus años más caóticos y conflictivos.
Obama afirmó que restaurar el diálogo cívico y constructivo sería el mayor desafío de los próximos años. Si alguien asevera que en la habitación hay una silla, todos deberían estar de acuerdo en eso. Si es una buena o mala silla, o se desea cambiar de lugar, habría que conversarlo y llegar a un acuerdo. Pero nadie debería decir que ese objeto es un elefante porque eso terminaría la conversación, apuntó el político norteamericano.
En conclusión, antes de proponer nuevas reformas legislativas, los actores políticos -en este caso, las candidatas presidenciales- deben tener claro cómo impulsarán acuerdos para desarrollar un proyecto de nación que, en consenso, aborde los grandes problemas sociales.