(Texto dedicado a los amantes del cine mexicano. Estas letras forman parte de mi libro: «Historias de Actores» (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico)
Raúl Adalid Sainz
En esos años sesenta México se manifiesta fuertemente en el ámbito cinematográfico. Una nueva generación de cineastas surge: Arturo Ripstein, Jorge Fons, Felipe Cazals, José Estrada, Juan Ibáñez, Jaime Humberto Hermosillo y Alberto Isaac.
Alberto Isaac va del DF de nacimiento al universo colimense de niñez. Ahí se crio. Recibiendo de estos parajes influencias notables para su cinematografía. Los entornos naturales y las costumbres de vida serán una fotografía a calcar en la pantalla.
Alberto Isaac es profundamente cinematográfico en sus imágenes. Estas hablan con el espectador. Su sentido plástico de pintor comunica en forma y contenido.
Sus largometrajes y documentales son diversas postales humanas. Hay una característica en su cine: Historias matizadas de un fuerte sentido crítico social y político. Las imágenes son acentos que revelan un apunte, un punto de vista del director hacia el tema. En este pequeño recorrido por algunas de sus cintas, vamos a apagar las luces y a encender la pantalla del recuerdo para rememorar “En este Pueblo no hay Ladrones”, su ópera prima de 1965.
Basada en un cuento de García Márquez. El guion obra de Isaac y Emilio García Riera; va a ese universo en detalle que revela la conducta de “Dámaso”, dentro de un pueblo que marca su tic-tac en quieta cotidianeidad.
Un día a “Dámaso” se le ocurre robar las tres bolas de marfil del billar, quitando el distractor diario de los habitantes del pueblo. Altera el orden sistemático de vida. Los moradores pierden un por qué. La rutina y el sinsentido abruman a “Dámaso”, ser que vierte la vida en fumar, dedicar tres horas a su arreglo personal y a dejar que las manecillas del reloj marquen su holgar absurdo de vivir.
La culpa lo lleva a confesar el delito. Su arrepentimiento no sirve de nada. Ubaldo, el dueño del Billar le dice “Así que este era el milagro que esperabas”. Ya en el abuso absoluto le exige doscientos pesos que el atolondrado de la noche “Dámaso” no robó: “Había doscientos pesos en la caja y ahora te los van a sacar del pellejo no por ratero sino por bruto”.
Isaac se da el gusto de dirigir el muy buen trabajo de Julián Pastor en “Dámaso” y de tener en su elenco a un grupo sui generis de actores: Luis Buñuel, Leonora Carrington, «La China Mendoza», Abel Quezada, José Luis Cuevas, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Héctor Ortega y Alfonso Arau.
El universo interno de Dámaso es muy bien retratado en detalles por Isaac. El sentido plástico de la cinta es resaltante, hay un estilo en el contar: la cámara da sentido al segundo de la nada.
En esta película veremos una presencia fiel en la cinematografía de Isaac: El cine. El cine dentro del cine. “En este pueblo no hay Ladrones”, es ya un referente de culto en nuestra cinematografía. En 1969, Isaac presenta su documental de las Olimpiadas de México 68, este buen trabajo lo lleva a hacer el documental “Futbol México 70”. Aún lo recuerdo, siendo un niño en mi Torreón, vivir las imágenes futboleras al compás narrativo magnífico de Claudio Brook.
En 1972, don Alberto Isaac realizó una de sus grandes películas: “El Rincón de las Vírgenes”, guion de él mismo basado en el cuento “Anacleto Morones”, de Rulfo. El universo de Comala y Colima se hace presente como un personaje vivo. Su clima caliente, su vigor verde, el agua, las piedras, el ponche de granada, la comida, la música, los insectos, y la piel joven y madura de mujer juegan parte activa en la vitalidad de los personajes.
Isaac hace ironía de la ignorancia del pueblo. Hace burla por medio de “Lucas Lucatero” del amor fanático profesado a un charlatán, “El Santo Niño Anacleto”.
“Lucas Lucatero”, espléndidamente interpretado por Arau, es la inteligencia pícara que se mofa de las debilidades humanas. Saca provecho de ellas. De contador de películas silentes pasa a otra ficción: la narración de milagros del niño Anacleto.
La película se ve engrandecida de magníficos trabajos actorales: El Indio está fabuloso como “Anacleto Morones”, Carmen Salinas y Lilia Prado espléndidas en sus personajes de viejas beatas. Héctor Ortega y Pancho Córdoba, por su buen quehacer actoral, se vuelven presencias constantes de la cinematografía de Isaac.
La narración de la cinta va del presente al pasado y del pasado al presente para su final. Muy bien contada. Conservando la misma, el espíritu de Rulfo vivamente. Cosa dificilísima de lograr.
En 1974 llega “Tívoli”, quizá para mi gusto, la más lograda en hondura cinematográfica de las películas de Isaac. Guion de él mismo y de Alfonso Arau.
El telón de la pantalla se abre para presentar el gran musical del “Teatro Tívoli”. Una recreación del ambiente nocturno de los años cincuenta de un México perdido, que se fue.
La película narra el abuso de autoridad, la insensibilidad insana del político, la demagogia, la doble moral, la censura televisiva, la hipocresía, la corrupción, la unión y desunión del medio artístico. La cinta es un microcosmos vigente que refleja el abuso al fregado, al desprotegido, al sueño legítimo de vivir y soñar.
La secuencia final de demolición del teatro “Tívoli”, es una metáfora del triunfo de la traición a un pueblo noble. Las buenas costumbres del regente Uruchurtu declarando sentencia. Cada mazazo a las paredes, es un fregadazo a la dignidad humillada. Misma que refleja muy bien en su mirada, “El Tiliches”, magníficamente interpretado por Alfonso Arau. El epílogo de secuencia final es un signo cinematográfico de dolor, de impotencia. Arau, “El Tiliches”, raya un lujoso carro negro. La cámara se posa en la rayadura. Es como la venganza de un corazón herido; de un pueblo ultrajado llamado México. Gran apunte crítico de Isaac.
En 1977 “Cuartelazo” irrumpe con su fuerza crítica a la revolución traicionada. Al ideal que sangra. Isaac posa su mirada en “La Decena Trágica”, en los crímenes a Madero, Pino Suárez y Belisario Domínguez. Guion de Alberto Isaac y Héctor Ortega. La película es el asesinato a la verdad, a la utopía alcanzable, a la afirmación colectiva digna de vivir humano. Huerta es una metáfora de sistemas corruptos y tramposos.
El personaje del capitán Sebastián Quiroga es una síntesis del ideal que se confronta con la cruda realidad. La última secuencia en el triunfo del Ejército Constitucionalista para entrar a la Ciudad de México es contundente. Es el apunte crítico de dolor de Isaac: Quiroga rompe su diario donde ha vertido sus conceptos para un país mejor. Una imagen llena de ambigüedad aplastante.
Cinematográficamente Isaac juega con escenas yuxtapuestas. Belisario Domínguez lee su discurso en contra de los abusos de Victoriano Huerta, habla de su falso discurso político, mientras vemos, como ecos en contraparte, imágenes de vejación al pueblo: un tipo vuelto en llamas, y otro humillado en cruel asesinato de ahorcamiento.
Este será un estilo narrativo de Isaac que volveremos a ver en esa secuencia final de la película “Tiempo de Lobos”, donde el campesino Abraham oye por televisión las cruentas mentiras de un informe de gobierno presidencial. Los ojos de Abraham, Ernesto Gómez Cruz, reflejarán el rechazo y el dolor a la serie de mentiras que está oyendo.
Lo visto en el correr de la película por parte de nosotros espectadores nos hará sentir el rechazo que el campesino Abraham siente al oír las infamias proferidas por el político en discurso. Con esa imagen, Isaac adquirirá grandeza irónica cinematográfica.
En 1987, Alberto Isaac hereda, producto de la fatalidad del deceso de José Estrada, el proyecto “Mariana, Mariana”. Muy poco tiempo tuvo para trabajar. Isaac respeta todo el casting actoral elegido, así como el equipo de producción artística. El gran mérito de Alberto Isaac es que cuenta con gran corrección y momentos de inspiración la historia.
Hay un oficio en él que lo saca adelante. La ambientación de final de los cuarentas en ese México de la Colonia Roma es impecable, un dejo de nostalgia se deja asomar. Nuevamente un gran escritor en la vida de Isaac. José Emilio Pacheco, y su obra “Las Batallas en el Desierto”, son la inspiración del buen guion concebido por Vicente Leñero.
La película es el amor, es “ese algo sin nombre que obsesiona a un hombre por una mujer”. Es una bruma de sueño o realidad. Al final de cuentas ¿existió Mariana? ¿Existió Jim? ¿La escuela, las batallas en el desierto? ¿La Colonia Roma? Uno hace existir lo que uno quiera que exista. La película a mí me resulta entrañable.
El epílogo cinematográfico de Isaac se inscribe con “Mujeres Insumisas”, en 1995. Cuatro mujeres huyen de sus esposos y de su pueblo. Huyen de la mentira, de la sumisión, de la cárcel de sus auténticos deseos. Ellas son como cuatro “Noras” de Ibsen al final del Siglo veinte; liberadas de una casa, no de muñecas, sino de cuatro paredes de penas e indignidad.
El tono de la película es cómico. Ridiculizando por medio de éste, a un mundo de convencionalismos machistas desiguales y egoístas. El final de la cinta habla de tolerancia, de diálogo entre el marido abandonado (Pepe Alonso) quien ha entrado a un pensamiento reconciliatorio con Emma, su mujer, encarnada espléndidamente por Patricia Reyes Spíndola. La película está dedicada a Claudio Isaac “que ayudó a esta película más de lo que él mismo cree”.
Alberto Isaac es México, es la provincia de tic-tac de “En este Pueblo no hay Ladrones”, es el verde de camino real de Comala, es el caminar de hormigas sobre la piel de Anacleto Morones, es la defensa del pueblo, simbolizada en la lucha de los actores del Teatro Tívoli, es el sueño de Belisario Domínguez, es la mirada triste y de coraje de un Abraham en “Tiempo de Lobos”, es el beso que Carlitos siente de Mariana, es esa canción de “Virgen de Media Noche” de sus mujeres insumisas. Es un trago refrescante de “Tuba” de guaje de Comala, es las cenizas vivas de su cine, que se mecen en ese mar colimense de Cuyutlán que en manto de olas lo resguarda.
PD: Texto leído en el homenaje a Alberto Isaac en Cineteca Nacional un 24 de septiembre de 2014; «El día de la Academia», se llamaba ese evento de compartición cinematográfica maravillosa dirigida por el cineasta Juan Antonio de la Riva.
Raúl Adalid Sainz. en algún lugar de México-Tenochtitlan