Reflexión
Resulta imposible entender el proceso social, económico y político de Chile después del Golpe de Estado, si no se tienen en cuenta sucesivas transformaciones que vivió el país a contar de la mitad de la década del sesenta, tras la serie de transformaciones que propulsó el gobierno encabezado por Eduardo Frei Montalva, cuyos impactos, sumado a los cambios del mapa político americano con la situación que se ha desatado en Cuba principalmente, las relaciones tensas con el gobierno estadounidense de la época y del convulsionado panorama que se vive en el país. Todo ello, y más, serán el escenario en el cual se gestó el advenimiento de la “revolución con empanadas y vino tinto”, que proponía Salvador Allende cuando se instaló como el primer presidente socialista en el palacio de La Moneda y que iría a culminar de manera dramática luego de los denominados mil días de la Unidad Popular (UP) con el Golpe de Estado que, cinco décadas más tarde, sigue siendo la herida más grande y no cicatrizada en la conciencia del pueblo chileno
Víctor Bórquez Núñez.
Cada uno de los aniversarios del 11 de septiembre son la manifestación más evidente de la división existente en el pueblo chileno, al reavivarse las naturales discrepancias que subsisten entre quienes condenan el hecho como un golpe mortal a la democracia en América Latina y los que declaran que con ese suceso se recupera la libertad y dignidad de una nación que, hasta antes del advenimiento de la UP, era modelo de estabilidad política y social en el continente.
En un clima totalmente enrarecido, con Gabriel Boric, un presidente de izquierda que alcanza límites inéditos de desaprobación respecto de su gestión y en un ambiente de ascenso inédito de la delincuencia y la inseguridad en Chile, se entra de lleno a conmemorar el Golpe de Estado después de cincuenta años.
Para muchos, se trata de la eterna repetición y actualización de una de las fechas más decisivas en el antes y después de Chile, con las mismas disputas por el pasado, con un clima creciente de polarización de la población y una contundente batería de argumentos respecto de la necesidad que se tuvo de llegar al Golpe de Estado por el quiebre absoluto de la constitucionalidad promovida por el gobierno de Allende luego de tres años de mandato y, por otro lado, del repudio al denominado negacionismo que insiste en ocultar o no referirse a los estragos que se produce luego del Golpe y la instalación de la Junta Nacional de Gobierno, encabezada por Augusto Pinochet Ugarte, Comandante en Jefe del Ejército de Chile.
La primera lección que se obtiene de esta conmemoración es el hecho ineludible que dice relación con la imposibilidad de tener “una verdad única” respecto de las causas que motivaron el Golpe en Chile. Es evidente que entender ese instante no puede efectuarse sin considerar todos los hechos que se desencadenaron y que propiciaron el gobierno de Allende, conociendo y entendiendo las tensiones y necesidades de ese tiempo.
Una segunda lección radica en el tema generacional: quienes vivieron in situ los mil días de la Unidad Popular tienen argumentos y sentimientos por supuesto diferentes a los jóvenes que, instalados en otra época y con nuevos códigos surgidos desde las redes sociales, entienden ese pasado histórico de manera diferente -acaso poco concreta y subjetiva- según sea el contexto que habitan.
De este modo, hay una generación que recuerda hitos que se quedaron adheridos en la conciencia de Chile: el último discurso de Allende como una pieza oratoria política entre lo más significativo del siglo XX chileno, la imagen de Allende con una metralleta en mano en La Moneda y el palacio presidencial ardiendo tras los ataques de aviones que arrasaron con la inocencia de los chilenos y puso punto y final a una experiencia a todas luces inédita que culmina -cual tragedia contemporánea- con el suicidio del Mandatario.
Todo esto -de referencia icónica y casi mítica- sucede con el asedio de los militares golpistas, la instauración del Estado de Sitio, el surgimiento de una nueva clase política y la recomposición de las instituciones que, hasta esa fecha, estaban o paralizadas o en plena debacle.
Tal vez esta mitificación de este capítulo dramático haya significado que, hasta ahora, el negacionismo se haya instalado en la derecha más extrema del país y que la izquierda se niega a analizar la experiencia de la Unidad Popular y la figura de Allende con objetividad.
Analistas importantes, como Mansuy, que aseguran que la falta de crítica y el temor al verdadero diálogo, han sido los elementos que han imposibilitado llegar a climas políticos plenos y que, aun existiendo veinte años de gobiernos socialistas y democratacristianos, no existiera una verdadera lectura del período allendista, ni menos crítica de todas las luces y sombras de la UP en sus tres años de gobierno.
Estos elementos tienen tensado al máximo el escenario de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado en Chile, tengan el clima polarizado al máximo, con atentados, protestas y discusiones de todo tipo respecto de quiénes fueron los verdaderos promotores del Golpe, por un lado, y de dejar de mirar el período de la UP como un tiempo prodigioso, por otro.
Estamos dicen los analistas, anclados, cincuenta años más tarde, inmovilizados tratando de desentrañar el período de Allende, sin encontrar los argumentos objetivos que, por ejemplo, den cuenta del rol desestabilizante y obstaculizador que tuvo la propia izquierda más extrema durante ese período y las conexiones de la extrema derecha con la Casa Blanca, auspiciadora del drama golpista.
Es evidente e inobjetable que Salvador Allende trajo un aire de euforia para un pueblo que suponía, tendría las herramientas del poder para la respuesta a sus necesidades y demandas. Esa esperanza de cambio entró de lleno a La Moneda y al corazón de los adherentes de esa “revolución con empanadas y vino tinto” que promovía la UP con Allende a la cabeza. Pero se encontró con una oposición férrea, dilemas políticos, inconsistencias y errores de Allende y su relación con la UP que significaron desde temprano, la pérdida de la magia que traía el nuevo gobierno.
Es entonces que, en ese ambiente de inestabilidades, sumado a la inflación galopante, al desabastecimiento de alimentos y productos, paralizaciones de empresas y atentados crecientes, con víctimas relacionadas con el propio gobierno, agravadas con la imposibilidad de Allende de sacar adelante los puntos esenciales de su programa de gobierno, parecía inevitable que el clima de polarización social derivaría en algo nefasto. Eso fue, de manera resumida, la antesala que facilitó la experiencia del Golpe de Estado en Chile.
Resulta inevitable reconocer que la UP tuvo errores estratégicos evidentes que incluyeron las fracturas internas, la carencia de una estrategia unificada que fortaleciera la figura de Allende, sumado esto al desborde que empezaron a provocarse en los sectores sociales, la alienación de las clases medias, y la falta de comprensión y diálogo con actores claves (como los militares), que fueron sumados al gobierno en calidad de ministros de manera apresurada, equívoca y tardía.
De este modo, es imposible entender la génesis del Golpe -que no significa en modo alguno su legitimidad- sin entrar a estudiar los descalabros de la clase política de entonces y todos los aspectos que se han establecido, sumado incluso a la aparición de grupos paramilitares (tanto de derecha como de izquierda) que tensionaron aún más ese momento culminante de un gobierno que naufragaba en medio de diferentes tormentas.
La propuesta de Allende, su programa y su discurso siempre destacó que la democracia era ante todo una conquista de los trabajadores, considerando desde luego sus imperfecciones y esto contrastaba con la actuación de quienes pedían la intervención militar para detener la destrucción de la institucionalidad. Un hecho clave es que el Congreso declarara inconstitucional el gobierno de la UP casi al borde del Golpe de Estado que todos comentaban como un secreto a voces.
Así, la vía chilena al socialismo se derrumbó de manera dramática ese martes 11 de septiembre de 1973, cuando se produjo el Golpe de Estado y se fracturó para siempre la historia de Chile.
Con todos estos elementos a la vista, ni la izquierda ni la derecha de Chile han logrado entregar material objetivo para entender la tragedia de Allende, el clima de la nación en el fatídico tercer año de gobierno de la UP ni menos entregar elementos de juicio para poder entender (que no justificar, insisto) en cómo el Golpe de Estado apareció como la solución para frenar la vía chilena del socialismo criollo.
Lograr entender el período previo de la Unidad Popular hasta su llegada al poder en 1970, el advenimiento de Allende a la presidencia del país en medio de un agitado escenario opositor, que inició campañas en contra de la vía chilena al socialismo desde el día uno, es más que obligatorio para acaso lograr entender que el Golpe de Estado es parte -la pieza clave- de un proceso que se venía conjurando apenas se instala Allende en La Moneda.
Así, establecer una narrativa histórica que sea capaz de comprender los pro y contra de la UP, es esencial ya que después de sucedido el Golpe de Estado, se enlaza de manera evidente con los sucesos del nuevo modelo militar que recompone las piezas y genera un modelo económico, social y político que será gravitante para entender el panorama nuevamente enrarecido que se constata hoy, en un Chile que busca reescribir su Carta Fundamental tras el rotundo fracaso de la primera experiencia vivida y que se debate entre el negacionismo de los condenables atentados contra los derechos humanos acaecidos en Chile durante la dictadura y la errada suposición de que los años de la UP fueron un oasis de prosperidad con una mirada entre romántica, ingenua y desconectada.