“Ningún crimen se funda en la razón”. Tito Livio
Jesús M. Moreno Mejía
El 20 de julio se cumplieron 100 años del asesinato de Francisco Villa, cuya muerte ocurrió alrededor de las 8.30 de la mañana en una calle de Parral, Chihuahua, mediante varias descargas de Mauser desde lo alto de un edificio, cuando viajaba en el automóvil de su propiedad, acompañado de su secretario particular y cinco asistentes.
La historia considera el trágico hecho como un magnicidio, tomando en cuenta que Villa fue todo un personaje de la Revolución de 1910, incluso reconocido a nivel internacional como un estratega nato, ya que todas sus batallas fueron exitosas y gracias a ello se obtuvo el triunfo de un movimiento de justicia social en favor del pueblo a inicios del siglo XX.
Pero no es nuestra intención referirnos en detalle a las batallas del Centauro del Norte, pues para eso existen libros bastante extensos sobre el particular, por lo que ahora sólo nos concretaremos a analizar los motivos del asesinato de Francisco Villa, hace una centuria.
En relación al asesinato de Pancho Villa se han manejado dos aspectos fundamentales: el móvil político y la venganza familiar, pero en ninguno de ellos se funda en la razón (en su acepción relativa a la justicia o derecho para ejecutar tal o cual acción), tal como lo sentenció el historiador romano Tito Livio, hace dos mil años: “Ningún crimen se funda en la razón.”
Sin embargo, cuatro meses antes había declarado Villa en una carta dirigida al diario “El Universal”, de la CDMX, que tenía conocimiento de la existencia de un plan para matarlo, e incluso había dicho en una ocasión: “Parral me gusta para morir”.
Desde un principio, al crimen se le dio carácter político, señalándose como el autor intelectual al general Plutarco Elías Calles, ya que éste temía que Villa se levantara en armas en contra del sistema político que el propio “Jefe Máximo” encabezaba y ya entonces ponía en práctica.
El presidente Calles fundaba motivos suficientes para eliminarlo, ya que como señala Jesús Gerardo Sotomayor Garza, cronista de Torreón, en una de sus columnas periodísticas: “Un aspecto de la vida del general Francisco Villa ha sido el referente al proceso penal del que fue objeto por la animadversión de Victoriano Huerta”, pues éste ordenó la detención y enjuiciamiento del Centauro del Norte en Jiménez, Chihuahua, debido a la acusación que le formularan en su contra por el supuesto robo de una yegua.
Huerta, incluso, ordenó el fusilamiento de Villa, pero ya estando frente al pelotón y a punto de dispararle, apareció el teniente coronel Guillermo Rubio Navarrete, impidiendo el ajusticiamiento argumentando que primero sería procesado ante un juzgado militar, para lo cual fue internado en el penal de Lecumberri, donde el prisionero se dio a la tarea de leer y escribir, para finalmente fugarse.
El caso es que los generales sonorenses, Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón, buscan la muerte de Francisco Villa, pues éste había declarado no ser simpatizante de los anteriormente citados, sino de Adolfo de la Huerta, quien fuera presidente sustituto de Venustiano Carranza. Motivo por el cual Calles y Obregón temían se alzara en armas en contra de ambos.
El asesinato por motivos políticos estaba ya en condiciones para ser una realidad, pues Villa tenía la malquerencia política y la de los familiares de quienes fueron sus seguidores, pero que acabaron por pasarse al bando contrario de aquel, entre ellos Jesús Agustín Castro, quien el momento del asesinato era gobernador de Durango, gracias a Calles y Obregón; así como de Manuel, hermano de Maclovio Herrera (quien fue fusilado al igual que sus hijos).
Se asegura que el principal organizador del asesinato del Centauro del Norte, fue precisamente Manuel Herrera, valiéndose del administrador de Correos de Torreón, Jesús Salas, y de Melitón Villegas, administrador de la hacienda “Canutillo” (cedida a Villa a cambio de su capitulación), asistidos por un comerciante de Parral. Más tarde, Jesús Salas, se ostentó como el organizador del complot.
En pocas palabras, la emboscada de Francisco Villa, acompañado de su secretario particular, Miguel Trillo, y los 5 asistentes del jefe de la División del Norte (con la salvedad de que uno no murió, si bien resultó mal herido), fue producto de la venganza urdida por Manuel Herrera, quien tuvo el apoyo o la anuencia de Calles, Obregón y del gobernador Castro.
El diario en línea Infobae publicó el 20 de julio, un artículo encabezado de la manera siguiente: “La venganza que desató el asesinato de Pancho Villa”, confirmando que el móvil del asesinayo fue pagar el desagravio de la muerte de Maclovio Herrera y de sus hijos.
Pancho Villa fue uno de los personajes de la historia mexicana que más dolores de cabeza originó, a quienes se encontraban en el poder en aquella época, y dado su carácter explosivo fue lo mismo la causa de una venganza, que la oportunidad para deshacerse de él por parte de los gobernantes en turno.
Es por ello que, en virtud de su personalidad aguerrida, revoltosa y otras veces generosa que lo caracterizaba, fueron sus principales pecados que le ocasionaron su muerte.
El haber entrado en conflicto con Maclovio Herrera, su compañero de armas en la División del Norte, llegaron a tal grado que ordenó el fusilamiento de Herrera y la muerte de varios de sus familiares.
Por otro lado, según lo narra el escritor Paco Ignacio Taibo, en una biografía alternativa, las acciones de Pancho Villa estuvieron sustentadas por la traición de la familia Herrera, pues fueron estos quienes colaboraron con los estadounidenses intervencionistas, además de abandonarlo para seguir a Venustiano Carranza.
“El Centauro del Norte”, después de haberse enfrentado a porfiristas, carrancistas y estadounidenses, en 1920 decidió retirarse de los combates revolucionarios e irse a vivir a la hacienda de Canutillo, Durango. Sin embargo, seguía teniendo viejos enemigos, entre los que destacaba Álvaro Obregón.
Pancho Villa se sentía tranquilo en Canutillo, pues había acordado con el gobierno de Adolfo de la Huerta (presidente interino a consecuencia del asesinato de Carranza), dejar las armas para luchar, pero sin dejar la idea de que le quitarían la vida algún día, como finalmente sucedió.
¡Hasta la próxima!