Enrique Martínez y Morales
La confianza en el consumo de alimentos que han visto modificada su base genética ha mermado en las últimas décadas, desplomándose en los últimos años. Los altos índices de autismo diagnosticado en los niños y el aumento en el número de casos de cáncer en los adultos hacen que la sociedad, inevitablemente, levante la guardia. Desgraciadamente, la incorporación de la desinformación y el fanatismo en el debate espantan la razón y fuerzan decisiones incorrectas.
Quizá no nos hayamos percatado, pero la mayor parte de los alimentos que consumimos ya han sido modificados genéticamente por el ser humano a través de los siglos. Vemos vacas y toros en los corrales y en las engordas, pero ¿por qué no los vemos en la naturaleza? Porque no existen en ella. Nunca han existido. Lo que había antes era un animal vacuno llamado uro que el ser humano comenzó a domesticar para beneficiarse de su leche, de su carne y de su piel. Después de siglos de cruzas selectas y control reproductivo, obtuvimos las diversas razas de reces que actualmente nos alimentan.
Lo mismo sucede con los pollos y con los cerdos. Estos últimos muy parecidos a sus parientes cercanos, los jabalíes y los marranos salvajes, pero nunca será igual el sabor y la consistencia de su carne, ni mucho menos la docilidad en su manejo.
Con las frutas y verduras pasa también algo parecido. El descubrimiento de la agricultura, el invento del arado y el dominio del fuego nos llevaron a consumir alimentos que antes no comíamos, como los granos y los tubérculos. Con la selección manual de las mejores semillas para asegurar la siguiente cosecha se atentó contra la aleatoriedad del proceso y se comenzó a alterar su composición genética.
Con la colonización, muchas plantas migraron de continente, teniendo que adaptarse a las nuevas condiciones climatológicas y del suelo. El café, originario de África, ahora es producido principalmente en América y Asia; el cacao, nativo de Centroamérica, ahora es cultivado mayoritariamente en los continentes asiático y africano; por mencionar algunos ejemplos.
La adulteración genética basada en la domesticación y en la selección reproductiva forzada no solo se circunscribe al ámbito alimenticio, sino también al de carga, de trasporte y de compañía. El caballo, como lo conocemos actualmente, es una alteración genética de lo que fue el extinto tarpán, muy chaparro, por cierto. El perro es el resultado de una serie de cruzas dirigidas de los lobos más adecuados para los propósitos y la convivencia de la especie humana.
Los problemas creados por el ser humano, como la sobrepoblación y la sequía, no los resolverá la naturaleza. Deben ser resueltos por la inteligencia humana. Debatamos el tema de manera pragmática, sin dogmatismos y mediante el método científico. Una decisión mal tomada puede dejar a muchas personas sin comer.