Federico Berrueto
La magia López Obrador adormece a unos y anula a otros. El hechizo no sólo viene de las prédicas mañaneras que los medios reproducen acríticamente de quien tiene el látigo y la zanahoria. También cuenta, y mucho, el efecto de los programas sociales sobre una población a la que se hace creer que ese dinero viene de la voluntad de quien gobierna con el rechazo de quienes se le oponen. La mayoría rechaza los resultados del gobierno, pero sigue embelesada con el responsable de sus dificultades.
Lo que ocurre en la oposición parece interrumpir el canto que aletarga y envilece. Ya desde antes, en las zonas urbanas López Obrador empezó a perder la adhesión de los sectores medios, que resultó en la debacle de su partido en la elección de 2021. El presidente reaccionó con enojo, responsabilizó a Ricardo Monreal de la desgracia, con furia condenó a las clases medias, adelantó la sucesión presidencial, removió a su operador político Scherer y echó del círculo cercano al responsable de los programas sociales. Los triunfos en las elecciones locales no reconfortaron. Andrés Manuel quería la mayoría calificada en la Cámara. Para él, y tiene razón, los gobiernos locales son fuente de desprestigio y corrupción.
Andrés Manuel sabe bien que la movilización del pasado 1º de julio es el principio del fin. Una vez que haya candidata (o) las lealtades y los intereses se dirigirá a quien gobernará a partir de octubre del 2024 y cuyo nombre será conocido en la primera semana de septiembre. La cuestión es que el método opositor y la irrupción de Xóchitl Gálvez cambió los términos de la prospectiva y la supuesta inevitabilidad del triunfo morenista. Las lealtades y los intereses se dividen, y en los casos de los potentados, como siempre sucede, la apuesta cubre las dos posibilidades.
Marcelo Ebrard ha olido bien el ambiente. Utiliza el espacio de La Jornada para amenazar con ruptura. Sabe bien que las encuestas no le favorecen y con buen sentido político busca encarecerse con la idea de que él sí puede derrotar a Xóchitl Gálvez candidata. La respuesta presidencial ante el chantaje está al alcance: el crecimiento de Adán Augusto, que en cuestión de semanas podría superar con claridad a Ebrard en el segmento de los votantes potenciales de Morena y simpatizantes de López Obrador, dos tercios de la población.
La realidad es que la contienda anticipada genera dos efectos perniciosos para el presidente. Por una parte, la tensión en su propia casa por la competencia entre los aspirantes; por la otra, el inesperado surgimiento de la oposición con método y nombres. Se puede decir que la cobertura informativa y noticiosa le ha interrumpido la hegemonía comunicacional de él y la de sus aspirantes.
El presidente no está acostumbrado a compartir espacio mediático. Su enojo con la incursión de Xóchitl lo hace verse fuera de lugar y porque los graves problemas del país no le dan para su ostensible campaña electoral. El deterioro social y el de la seguridad pública conspiran contra un presidente al margen de sus responsabilidades. Inevitables son los efectos en al menos una tercera parte de sus adherentes y que en poco tiempo, al menos en nombres, la contienda será más cerrada de lo previsto o esperado. La ventaja discursiva de los aspirantes de la oposición es considerablemente superior no sólo por sus prendas intelectuales o personales, sino porque los prospectos del oficialismo no tienen margen para una postura propia, libre de las fijaciones obradoristas y eso complica la oferta, particularmente en el tema de los abrazos no balazos. La contienda abre el escrutinio crítico al gobernante porque la oposición, por su propia naturaleza, dirige su embestida a lo que no está bien, que no es poco, como muestran los sondeos de opinión que revelan la inconformidad con lo alcanzado, incluso en muchos de los simpatizantes del presidente, quien insiste en culpar al pasado y pretende asociarlo a aquellos que se le oponen. Allí está la oportunidad opositora, plantarse como hizo AMLO en 2018, como una opción históricamente diferenciada, para eso la aportación legitimadora de la sociedad civil y un (a) candidato (a) presidencial disruptivo (a) a manera de catalizar el enojo y los anhelos de la mayoría.