lunes 25, noviembre, 2024

Desde el centro

Federico Berrueto

No se sabe si es centralismo o soberbia, pero la evaluación sobre las elecciones de Coahuila y Estado de México ponen a prueba no sólo a partidos y candidatos o a casas encuestadoras, también la capacidad de muchos de los observadores para entender lo que ocurre al margen del prejuicio y de la pereza intelectual.

Como suele decirse de uno y otro lado a partir de lo obvio, se señala que la división en el oficialismo es el resultado de lo que ocurrió en Coahuila. No es así. El candidato ganador, Manolo Jiménez, postulado por PAN, PRI y PRD obtuvo 58% de los votos; esto significa que su triunfo se hubiera dado aún bajo el supuesto de que se hubiera unificado Morena. Más aún, los votos obtenidos por Ricardo Mejía y Lenin Pérez, 13% y 6%, respectivamente, no eran votos partidistas, sino de los candidatos, como puede corroborarse con el antecedente histórico de votación de dichos partidos.

Está bien para Morena con vistas al 2024 el argumento de la fragmentación, pero no para el análisis. Manolo Jiménez ganó no sólo porque fue mejor candidato, sino porque el gobierno de Miguel Riquelme gobernó bien y tiene reconocimiento público. Además, su postura hacia la reconciliación desde el primer día de gobierno facilitó la construcción de la alianza. No está de más señalar que el mayor logro fue en materia de seguridad y la campaña y la alianza tuvo el acierto estratégico de centrarse en tal objetivo. 56% votaron, muchos de ellos movilizados por la preocupación de que ganara Morena, partido asociado en Coahuila al fracaso en materia de seguridad. Es evidente que a muchos les pesa reconocer que un gobernador y un candidato genuinamente priistas son capaces de gobernar bien y hacer campañas que movilizan a los ciudadanos. El prejuicio es evidente.

La obviedad es hermana gemela de la pereza intelectual. Esto es claro en mucho de lo que se ha dicho en el Estado de México. El análisis no depara en que Alejandra del Moral obtuvo 700 mil votos más que Alfredo del Mazo en la elección de hace seis años. El gobernador no estuvo presente en la campaña y es lo mejor que le pudo ocurrir a la candidata. El desprestigio del mandatario es abrumador, y la deplorable situación en materia de seguridad, con fundada razón la responsabilidad se traslada al gobierno local. A pesar del origen, el gobernador estaba muy lejano del partido que lo llevó al poder y de la clase política mexiquense.

Alejandra hizo buena campaña y se mide con los votos que pudo movilizar del corredor azul, en donde la participación fue mayor que en el resto del Estado. Ciertamente, no tiene la población que el oriente de la entidad, pero los municipios que ganó fueron con ventaja clara y elevada concurrencia a las urnas. Metepec, Huixquilucan y Toluca tuvieron participación cercana a 60%. Por su parte, Morena fracasa en participación en sus territorios, Ecatepec, Neza, Chalco y Chimalhuacán apenas superaron 40%. La elección no la decidieron los ciudadanos urbanos, se dio en la zona rural, donde pesa el voto de las estructuras. ¿Traición en el PRI? ¿cooptación de los operadores electorales tricolores? Una respuesta a partir de la investigación periodística y del análisis riguroso y objetivo de los números que ofrezcan las secciones electorales.

A un año de la elección la prueba ocasiona ver mal a no pocos. El INE hizo un trabajo de excelencia en la jornada y en los resultados posteriores, pero incapaz de velar por la equidad en la contienda y la interferencia de las autoridades federales, empezando por la del presidente López Obrador. Las casas encuestadoras de prestigio y de rigor metodológico no acertaron. Las dirigencias de los partidos reprobadas todas, pero debe apreciarse el reconocimiento de los resultados. Los medios de comunicación dieron buena cobertura a la jornada, aunque muchos de ellos propalaron encuestas lejanas al resultado de la elección. La opinión editorial se ha quedado corta y el peso del prejuicio y la falta de agudeza en el análisis la domicilió en la obviedad.

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