sábado 23, noviembre, 2024

ALTERNANCIA NO SUBSUME LA DEMOCRACIA

Luis Alberto Vázquez Álvarez

Muchas personas confunden “Alternancia” con “Democracia” e incluyen “transformación” dentro de esa gresca lingüístico-política. México desde su nacimiento ha sufrido varias transformaciones (Cambio de carácter, costumbres, hábitos, ideología y hasta religión de un pueblo o persona); y muchas alternancias: (sucesión de fenómenos políticos o sociales sin alterar las estructuras).

En 1521 sucedió la primera transformación; de múltiples naciones mesoamericanas encabezadas por los mexicas, con culturas, religiones, costumbres y hasta etnias, a un virreinato con cambios profundos en todos esos aspectos, aunque manteniendo muchas raíces de ellos, pero con injertos profundos llegados de España para conformar una nueva estructura socio-política y económica que duró hasta 1821 en que surgió una nueva transformación para crear una nación independiente, pero con la cepa ya generada. Pasarían casi cien años para encontrar otra real transformación que daría lugar al México actual.

En cambio, alternancias ha habido infinidad, en 1823 del imperio iturbidista a la república federal; en el siglo XIX entre liberales y conservadores incluyendo la constitución de 1857 y las leyes de reforma. Concluida la revolución de 1910–1920 una alternancia válida es la de Calles-Lázaro Cárdenas (1936) alterando la configuración política. Después solamente vendría simples cambios de enviciadas cofradías dentro de la misma “Monarquía Absoluta Sexenal” incluyendo el insignificante trueque entre pandillas imaginariamente opuestas en 2000. Si la variación de partido en el poder hubiese ocurrido en 1964 o 1970, estaríamos ante una real alternancia de principios gubernativos y/o ideológicos, después ya todo fue arlequinada por bufones de la misma caterva.

Resulta patético escuchar y leer como muchas personas consideran a la democracia como simple ejercicio electivo y a la alternancia como un modelo de su perfeccionamiento. Eso significa entenderla como una palabra hueca, vacía, sin sentido; desligándola de su profundidad histórica y doctrinal. Solo así se explican las ridiculeces y amenazas de fascistas quienes buscan hacer creer que reducir el costo de las elecciones sería acabar la democracia; es tanto como suponer que, a mayor inversión burocrática, mayor efectividad democrática. Esta postura emplaza al árbitro como más importante que el pueblo y rompe el paradigma aristotélico: “La democracia ha surgido de la idea de que sí los hombres son iguales en cualquier respecto, lo son en todos”.

La constitución mexicana considera a la democracia no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo. Además, debe considerarse como aquel sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de este a elegir y controlar a sus gobernantes.  El sistema democrático mexicano es el “Representativo” es decir, que el poder político reside y procede del pueblo, quien no lo ejerce directamente sino a través de sus representantes elegidos a través del voto universal.

Así pues, toda acción contra la decisión de la representación popular debe considerarse contra aquel. Es ahí cuando toma plena validez lo dicho por Abraham Lincoln: “La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”; o sea: mayoría social, no castas económicas o sociales.

Democracia es permitir y proteger manifestaciones multitudinarias opositoras; tolerar insultos de políticos frustrados con saña y furia sin agredirlos, encarcelarlos (aunque ellos, delincuentes descarados, irrisoriamente se presuman “perseguidos”). Asegurar a todos un mínimo de ingresos familiares para vivir dignamente, sin millones en miseria y unos cuantos ministros del poder judicial, gobernadores y hasta simples presidentes municipales disfrutando vidas versallescas y deleitándose con opulencias ofensivas.

Es respetar la dignidad de las personas, que se vulnera cuando candidatos reparten apoyos sociales con su nombre para que se sepa que ellos limosnean esa asistencia. Permitir que hipócritas suban mensajes en redes sociales llenos de patrañas medioambientalistas que nadie les cree pero que ellos suponen que les ganan adeptos; existen “intelectuales” que se atreven parodiar la democracia aceptando que partidos políticos y sindicatos sean dirigidos por eternos líderes dictatoriales apoyados judicialmente.

John C. Coolidge, presidente norteamericano (1923-1929), acertadamente advirtió “Sería una necedad pretender que el pueblo no puede cometer errores políticos. Puede cometerlos, y graves. El pueblo lo sabe y paga las consecuencias; pero comparados con los errores que han sido cometidos por cualquier género de autocracia, estos otros carecen de importancia”.

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