El ejemplo arrastra

Enrique Martínez y Morales

Desde que el papa Francisco se sentó en el solio pontificio 12 años atrás me sorprendió gratamente por su estilo provocador y su discurso cuestionador. Con valentía, decidió apuntar hacia el elefante gigante de la sala y subir a la mesa temas delicados y que habían sido evadidos por sus antecesores.

Su mismo perfil era ya de por sí alejado de los cánones católicos, su solo origen era ajeno a la ortodoxia romana: latino y jesuita. Su elección, gracias a su carisma, idoneidad y vocación, dio al traste con siglos de tradición y lo convirtió en el primer papa latinoamericano y, además, jesuita, esa orden satanizada durante largo tiempo.

El año pasado leí su libro “Soñemos juntos”. Quería profundizar en el conocimiento de sus ideas en temas sociales, económicos e ideológicos. No me decepcioné.

Si bien es cierto que lo escribió durante la crisis causada por el Covid y eso pudo alterar sus posicionamientos, la verdad es que sus conclusiones trascienden a la pandemia: es urgente que la humanidad deje de ser indiferente y se sume a la cruzada contra las injusticias que prevalecen en el mundo.

De manera sutil y por demás pragmática, se suma a la Agenda 2030 propuesta por la ONU, sosteniendo que se atenta contra Dios cuando se destruye su creación y no se cuida el medio ambiente. De la misma forma, hace un llamado a fortalecer el tejido social a través de la familia, su núcleo esencial.

El Papa nos conmina a ajustar los modelos económicos para que ofrezcan a todos una vida digna, garantizándoles tierra, techo y trabajo. El capitalismo basado en el individualismo debe ser sustituido por uno fraternal. Los mercados cumplen su función, pero deben ser regulados para garantizar que, además del crecimiento, también procuren igualdad y equilibrio ecológico.

De no ser así y las desigualdades sigan creciendo, los fundamentalismos extremistas y los populismos irresponsables, seguirán ganando terreno, con las consecuencias que ya está padeciendo la humanidad.

La dignidad del pueblo puede ser restaurada si todos ponemos el bienestar de los más necesitado como la prioridad de nuestras acciones.

El Papa predicó austeridad, amor y compasión. Pero lo más importante, predicó con el ejemplo. Francisco fue congruente, en dichos y en acciones, no solo hasta su muerte, sino después de ella. Su testamento es un legado para la humanidad en muchos sentidos.

Bien dice el dicho que “la palabra convence, pero el ejemplo arrastra”, y Francisco nos arrastró a todos.

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